"No pensé que este día me tenia reservado el regalo de tu presencia", le digo. "No me emociones tanto, que en este momento soy capaz de pedir el divorcio", responde sonriendo. A unos metros, una camioneta la espera con su familia a bordo (para hacer un breve recorrido de lo que en otro tiempo demandaba horas recorrer, a pie o a caballo). Casi cuarenta años después, la tarde del 4.9.2016, en el mismo lugar en donde la conocí, perplejo, con no menos pesar que gratitud, escucho su voz y miro su mirada.
Reales o virtuales, a mí jamás me hablaron de mulas. No hizo falta: nací y crecí viendo, y cabalgando, una mula. Una mula inolvidable por su fortaleza y su indulgente mansedumbre. Una mula irrepetible y única, igual que la misma vida.
Memorable, mucho más todavía, desde aquel día en que, mientras el padre de mi madre ingresó a la cocina a desayunar, al ver la mula atada al bramadero del patio (pues mi abuelo se aprestaba a viajar) caí en la tentación de sentarme en su montura para salir, cabalgando, al camino.
"!Augusto, mira a ese muchacho! !Se va a caer!". Me parece oír todavía a mi abuelita (que hasta los 103 años y 8 meses nos acompaño), al ver lo que veía: a su nieto de cuatro años sobre el lomo de la recia mula. Por su parte, mi abuelo fue breve y muy puntual: "!Dejalo!!Dejalo!". Enseguida, presto pero sereno, vino a mi encuentro sonriendo.
Memorable, mucho más todavía, desde aquel día en que, mientras el padre de mi madre ingresó a la cocina a desayunar, al ver la mula atada al bramadero del patio (pues mi abuelo se aprestaba a viajar) caí en la tentación de sentarme en su montura para salir, cabalgando, al camino.
"!Augusto, mira a ese muchacho! !Se va a caer!". Me parece oír todavía a mi abuelita (que hasta los 103 años y 8 meses nos acompaño), al ver lo que veía: a su nieto de cuatro años sobre el lomo de la recia mula. Por su parte, mi abuelo fue breve y muy puntual: "!Dejalo!!Dejalo!". Enseguida, presto pero sereno, vino a mi encuentro sonriendo.
Tan noble y afable era nuestra mula que hasta para cruzar el río se detenía y nos permitía, a mi hermano y a mí, tirarnos de barriga sobre su cálido y compacto lomo, hasta que un día -para variar- al llegar a la orilla, mi hermano resbaló y cayó a las frías aguas del río chico, (mientras yo me reía al verlo patalear hasta salir empapado).
"Las mulas viven más que los caballos y los burros", nos instruía mi madre. Era evidente, pues cuando el abuelo murió lo más querido que nos dejó fue la mula que lo sobrevivió. Y por eso mismo, hasta cuando a los catorce años conocí y me enamoré de Carmen (una rozagante y esbelta gordita, siete años mayor que yo), fue mi mula fiel la que me llevó hasta el pueblo para sofocar el fuego atroz y maravilloso que devoraba mi existencia.
Veinte años después, en 1997, casada y con hijos, el recuerdo de aquellos días entre nubes y lluvia, aun conmovían a Carmen: "Igual que en un cofrecito -perplejo la escuché decir-, el recuerdo de esos días, siempre estarán guardados en mi corazón".
Para mi, además, su recuerdo es indisoluble de mi primera y única mula. Por eso, cuando partí a su encuentro, un día de fines de marzo de 1977, conforme me aproximaba a Ambar, al mismo tiempo que me extenuaba una extrema emoción por volver a ver a Carmen, mi urgencia por asegurar el retorno de mi cabalgadura a Lascamayo no era menor. De manera que, justo a la entrada del pueblo, cuando me crucé con el viejo Shela, arriando a paso ligero sus burros, mi corazón dió un vuelco de alegría.
"Las mulas viven más que los caballos y los burros", nos instruía mi madre. Era evidente, pues cuando el abuelo murió lo más querido que nos dejó fue la mula que lo sobrevivió. Y por eso mismo, hasta cuando a los catorce años conocí y me enamoré de Carmen (una rozagante y esbelta gordita, siete años mayor que yo), fue mi mula fiel la que me llevó hasta el pueblo para sofocar el fuego atroz y maravilloso que devoraba mi existencia.
Veinte años después, en 1997, casada y con hijos, el recuerdo de aquellos días entre nubes y lluvia, aun conmovían a Carmen: "Igual que en un cofrecito -perplejo la escuché decir-, el recuerdo de esos días, siempre estarán guardados en mi corazón".
Para mi, además, su recuerdo es indisoluble de mi primera y única mula. Por eso, cuando partí a su encuentro, un día de fines de marzo de 1977, conforme me aproximaba a Ambar, al mismo tiempo que me extenuaba una extrema emoción por volver a ver a Carmen, mi urgencia por asegurar el retorno de mi cabalgadura a Lascamayo no era menor. De manera que, justo a la entrada del pueblo, cuando me crucé con el viejo Shela, arriando a paso ligero sus burros, mi corazón dió un vuelco de alegría.
Era mediodía, apenas saludarlo lo detuve exultante y le pedí llevarse la mula de regreso. Enseguida, raudo, descabalgué y de inmediato los vi partir. En un instante. Entonces, al verlos alejarse, inmóvil, detenido en medio del camino, consternado, lloré. Pues, mas que a un viejo sobre una mula, vislumbré con melancólica certeza, que era la vida misma la que en ese instante se iba.
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