Después de casi de dos meses de navegar por el mar Atlántico, el 9 de marzo de 1812 ancla en el puerto de Buenos Aires la fragata inglesa George Canning. A bordo llega el coronel argentino/español José de San Martín. Aunque a los mandos del ejército español a expuesto, para obtener autorización de viajar, la urgencia de disponer de sus bienes heredados su arribo será sin retorno.
Volvía, después de veintiocho años de ausencia, a unir su vida al destino independiente del gobierno del Río de la Plata. Junto a sus padres, Gregoria Matorras y Juan San Martín (ambos españoles) se había marchado cuando tenía 6 años.
Pensaba como libertador, pero hablaba como español y era un perfecto desconocido.
Sin embargo, quien se encargaría de franquearle las puertas de la sociedad porteña sería Carlos María de Alvear (con quien había compartido el viaje y compartia también proyectos afines).
Venía a luchar, lo esperaban los campos de batalla. Pero por igual, lo mismo que a la guerra, debió hacer frente a las garras doradas del amor.
Una adolescente, veinte años menor, sin dudas ni temor.
Apenas conocerse, el coronel venido de España y María de los Remedios Escalada sellaron su destino con una mirada. A tal punto que la muchacha acabó con el compromiso que tenía con Gervasio Dorna, un joven de 22 años que como consecuencia prefirió abandonar Buenos Aires y enlistarse en el ejército de Belgrano. Moriría en el combate de Vilcapugio, el 1 de octubre de 1813.
Cuando San Martín pidió la mano de Remedios, la que puso el grito en el cielo fue su futura suegra, Tomasa, a quien nunca le agradó. Ante sus ojos el era “el soldadote” o “el plebeyo”.
Remedios había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 20 de noviembre de 1797, hija de Antonio José de Escalada y de Tomasa de la Quintana. La residencia de los Escalada, glamouroso escenario social y a la vez bastión de debate de la sociedad porteña.
Más allá de cualquier obstáculo, el 12 de septiembre de 1812 María de los Remedios y José Francisco se casaron con la bendición del padre Luis Chorroarín en la Catedral porteña. Fueron testigos Carlos María de Alvear y su esposa, Carmen Quintanilla.
En enero del año siguiente, San Martín, al mando de 125 hombres, partió hacia Santa Fe con la misión de proteger sus costas ya que escuadrillas españolas remontaban el Paraná asolando a las poblaciones ribereñas. En febrero, el Regimiento de Granaderos a Caballo (la unidad histórica de su creación) tendría su bautismo de fuego en San Lorenzo.
Durante 1813, la pareja vivió en Buenos Aires hasta que San Martín debió partir a Tucumán a hacerse cargo del Ejército del Norte. Por sus problemas de salud, debió alojarse en una estancia en Córdoba para recuperarse.
Volverían a verse a fines de 1814 en Mendoza, cuando San Martín fue nombrado gobernador intendente de Cuyo.
La pareja celebró la Navidad de 1816 en la casa de Manuel de Olazábal. Fue en el brindis cuando San Martín manifestó el deseo de hacer una bandera para su ejército. Dolores Prats, Margarita Corvalán, Mercedes Alvarez y Laureana Ferrari pusieron manos a la obra.
Así fue como el 5 de enero a la mañana San Martín tuvo su bandera.
Ese mismo mes, San Martín envió a su esposa y a su pequeña hija de regreso a Buenos Aires. La frágil salud de Remedios, afectada de tisis, se había agravado por el embarazo y el parto.
El 3 de agosto de 1823 Remedios falleció en la quinta familiar que se levantaba en avenida Caseros y Monasterio, en Parque Patricios. Tenía 25 años.
El 10 de febrero de 1824, solo con su hija de siete años (repitiendo su historia) el general San Martín abandonó el suelo que lo vió nacer, para nunca más volver.