A la memoria de Luis Reyes Loarte
.
El 2 de agosto de 2013, día final de las
celebraciones patronales, partí de
Cajatambo hacía la quebrada de Izco junto con un equipo de filmación contratado
por el gobierno regional de Lima. Además de las cuatro personas de la
productora (dos mujeres y dos hombres debidamente uniformados con casacas
negras y rojas), integraron la expedición una chica (Lorena) y un muchacho
(David) por el organismo regional. En mi caso, mi incorporación se debió al
pedido expreso del gobierno local, vía el regidor Leonardo Olave.
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Ciudad de Cajatambo (foto: Norberto Hijar) |
A las nueve de la mañana el
rodado rentado (una minivan gris) empezó a trepar a través de la trocha que
serpentea el San Cristóbal (apu tutelar de la ciudad de Cajatambo). Aquella ascensión
fue motivo para realizar la primera toma. Vencida la última curva y alrededor de la cruz plantada en el lomo del apu se halla el primer mirador de la ruta que hace posible contemplar al solitario glaciar Huacshash. Pues precisamente huérfano es lo que significa Huacshash en quechua. Filmado con rigor y mirado con
admiración nos despedimos del Huacshash desde Cruzpunta.
Sin embargo, no menos atracción ni admiración produjo la súbita aparición de una chica
alta y rubia, enfundada por una ondulante licra ceñida, que pasó como un ángel
sonriendo rumbo al San Cristóbal seguida de otra muchacha no menos rubia pero
si menos impresionante. Luego de los gestos de saludo, escuchamos que
conversaban y según David, una le preguntó a
la otra: “¿Cuál te gusta?” “El de lente”. En contraste, cerrando fila, también
vimos pasar raudo a un rubicundo enteco impulsado por un par de piernas
enclenques, y de remate, chuecas, apoyándose con dos bastones de trekking. El día
anterior me topé con ellos en el puente de Cuchichaca y la menos
impresionante satisfizo mi curiosidad: “Alemania”. Durante el viaje me
confirmaron que no solo vinieron a caminar sino que se les vio durante las
celebraciones comiendo harto y
bailando (o, cuando menos, intentando hacerlo).
En un recodo de la quebrada de Izco antes que las montañas el rugir de las aguas de la catarata Escalería llama la atención de Teresa, (jefa del grupo de filmación). Espigada y enérgica, desembarca y corre fascinada. Ordena locaciones y tomas. Una en especial: que Ricardo se detenga con su cabalgadura a mirar la furia trepidante del agua que cae. A partir de aquella catarata, a mediados del siglo pasado, se inició la construcción de la irrigación que trasvasa parte de su caudal hacia los alfalfares de Cajatambo (pues la otra parte, la mayor, está destinada a movilizar las turbinas de la central hidroeléctrica de Cahua). Hecha las tomas volvemos al rodado plateado y Ricardo a su caballo. (Lo que ignoro entonces es que de allí, hasta el limite con Huanuco, comenzaba -lo sabría luego por mi padre- la hacienda Pumarinri, la mas extensa hacienda ganadera de la historia de Cajatambo y que por mas de una centuria perteneció a mi familia paterna).
Ricardo Espinoza en la catarata Escalería (Foto: David García) |
Junto a mi, para mi regocijo,
tengo a mi lado a Avilia Roque, esposa de Ricardo Espinoza, nuestro guía. Pues Avilia es una
mujer risueña y clave: en sus manos estará nuestra alimentación. Para ella, más
que un expedicionario soy su paisano, y por si fuera poco, la conozco de un
anterior viaje. De manera que esta vez, en nuestra conversación prevalece el
quechua. Prefiero hablarle así porque
hacerlo la embellece, ríe con más gracia y habla con más audacia. Me
cuenta que Ricardo, su marido, junto con su hijo y su sobrino esperan con los
caballos y la recua de jumentos que habrán de relevar a la minivan cuando se termine la trocha. No obstante, aunque la trocha continua, la travesía motorizada se
suspende ante la rotunda negativa del chofer que aduce falta de potencia de su
rodado para remontar la cuesta. Perplejos, mortificados, desconcertados los
pasajeros miran el sendero. Sin pensarlo decido ir hacía el. Cuando me cruzó
con Ricardo, que vuelve con la caballería al rescate de los defenestrados,
me indica el camino a seguir. Obediente, camino y camino. Me doy cuenta una vez
más que es ese placer autista el que disfruto más: descubrir por mi cuenta.
Expedicionarios de la República Checa (Foto: David García) |
Como me indicó llego directo a la
piscina de Guñoj luego de cruzar una pampa anegada por oconales. Apenas hago mi
ingreso a través del zaguán que cruza el área cercada por alambres me presento
ante el encargado. Además de mi nombre digo algunas palabras en quechua. Así me
entero que el grupo visitante que acampa en esos momentos proviene de la
República Checa. Al poco rato, uno a uno, altos y rozagantes, los checos
ingresan a la piscina. Por su parte, para mi gran sorpresa, Adelina, esposa del
encargado de turno -pues los baños de Guñoj pertenecen a la comunidad campesina
de Uramaza- me ofrece un plato de sopa. Apenas lo pruebo descubro que sabe delicioso. Papas,
leche, fideos y trocitos de queso; es inevitable no recodar la sazón de mi
madre. Pero la verdad, tanto como del sabor de la sopa disfruto de la calidez de aquella familia comunera. Al pensarlo, el corazón me
aprieta.
Después de más de un hora de espera
recién vislumbro los primeros bultos que se mueven a lomo de burro al pié del
coloso Pishtaj. El que corta, o peor aun, el que descuartiza, el Pishtaj hace honor a su nombre: oscuro, alto,
macizo y majestuoso; sin ápice de nieve, roca pura, su imponencia no es menor. Cuando
llegan los cazadores de imágenes no ya lo checos sino sus arrieros ocupan una
piscina de 5 x 12 metros construida por la propia comunidad de Uramaza en el
2007. El costo de ingreso por visitante es de 20 soles, con excepción de sus
auxiliares. “Estos huaracinos son cochinos y atrevidos”, se queja Adelina.
Aunque estar en grupo les inspira seguridad, mi presencia no pasa desapercibida
y mucho menos cuando llega el grupo cámara en mano. Acostumbrados a ser los
exclusivos dueños de las montañas sienten una evidente incomodidad. Gritan y
chupan, entonces camino hacia ellos y les digo: “Haber muchachos, escondan esa
botella de cerveza, que van a filmar por parte del gobierno regional de Lima,
pues esto pertenece a Lima”. Nada más: la verdad no ofende.
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Dique y nevado de Pukacalle (Foto: Lizbet Susanibar) |
La tarde avanza y nuestra marcha
también. Deslumbrados, a pesar de la fatiga, por la proximidad del Pukacalle nos
adentramos hasta la parte más recóndita de la quebrada de Izco. Soy el único de
los pasajeros que sigue a pié. Ricardo,
generoso, me alcanza con su caballo; le agradezco: “Manan. Chaquipalapa”. Sonríe halagado y pica al caballo. Al llegar
al campamento de Cuartelpapama nos recibe el rugir de otra catarata: el de la
salida de las aguas de la laguna de Viconga, la principal proveedora de la
hidroeléctrica. Sin pensarlo, otra vez, sigo
de largo. A medía cuesta me vuelvo sobre mis espaldas, contra lo que supuse
nadie me sigue. Casi al llegar veo un par de niñas caminando por un muro
lateral. Cuando llego hasta allí constato que se trata de una pared de menos de
20 centímetros y un vacio de 20 metros hacia la quebrada. Disminuyo el paso: he
caminado demasiado para tener miedo. Cuando alcanzo la estructura principal de
la represa (rodeada por tubos y mallas amarillas el vigilante me dice: “Por la
parte que usted ha ingresado está prohibido: es peligroso”) recién entonces
me percato que el camino a seguir es por la otra banda, la de la derecha.
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Laguna de Viconga (Foto: Rolando Reyes Lizzetti) |
Conmovido, miro y remiro aquella
laguna que da vida a la hidroeléctrica que opera desde 1967, justo a poco de la
inauguración de la carretera a Cajatambo (16.7.1966) realizada por Fernando
Belaúnde. Para mi sorpresa, mientras converso con los dos vigilantes, veo asomar
el cuerpo magro y valiente de Teresa. Con señas le indico la ruta a seguir.
Aunque al hacerlo no lo advirtiera luego sabría que mi presencia le otorgó
seguridad y confianza a su labor. Y por mi parte, descubrí que más allá del
rigor con que desempeñaba su trabajo habitaba en ella una encantadora y
ocurrente mujer que todo el resto del viaje no perdió ocasión de hacernos reír
(aun a costa mía).
Catarata de Cuartelhuain (Foto: David García) |
Cuando regresamos a Cuartelpampa
las carpas ya estaban erigidas y los caballos y los burros maneados (para
evitar que se fuguen o se alejen demasiado). A pesar del frío, acrecentado por
la brisa del río, pocos caldos pudieron ser más propicios, y sobre todo:
deliciosos, como el preparado por las diligentes manos de Avilia para mitigar
el hambre y mirar ávidos el cielo despejado tachonado de cautivantes fulgores.
Tan felices fuimos que hasta pedimos a Ricardo apagar la lámpara para mirar las
estrellas y descubrir que para la belleza no hay distancia ni frío que nos
prive de su goce.
Después de la cena llegó el momento
del brindis a través de una tetera de delicioso y abrigador calentadito hecho
con ron, canela, azúcar, jugo de naranja y de limón. Agotado el calentadito
hasta el último sorbo, exhaustos y dichosos, nos dispersamos hacia nuestros respectivos refugios. Pero valgan verdades, casi nadie durmió. No exactamente por el frío
ni por la incomodidad de las bolsas para dormir, sino por la excesiva duración
de la noche. De ocho de la noche a seis de la mañana, igual que la virginidad
prolongada -que de ser una virtud pasa a ser una desgracia- el reposo en las carpas se vuelve
una tortura. Pero acaso la tortura vale lo que enseguida procura, día a día,
paso a paso, entre las montañas.
PASO CUYOC
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Los Yanac aclamados: Apolonio, Guido y Pedro |
El 3 de agosto, al despertar, que es solo un decir
(pues en verdad, reitero, nadie durmió) Ricardo, nuestro guía, dijo: "Hoy subiremos
hasta 5,040 metros". Para abrigar el cuerpo ordenó caminar. Apenas
terminamos de desayunar, puesto que tenía decidido continuar a pié, cogí el
bastón de aluminio y emprendí camino. "Vete solo por la izquierda. El camino está vigente." Caminé y caminé.
En realidad, caminaba y pensaba; miraba y admiraba.
Cerca al mediodía, más emocionado que agotado, llegué al paso Cuyoc, el mirador del que nos habló Ricardo. Sólo ante la vasta inmensidad sentí un no menos vasto orgullo de saber que por mis venas corría sangre de alpinistas. Por si fuera poco, sangre de los más legendarios alpinistas de la historia del Perú: los hermanos Yanac. Pero además, no podía no pensar, en que todas esas quebradas que componían el circuitos y sus campamentos habían pertenecido a mis abuelos. Tal vez por eso mi cuerpo se rebeló para llegar sólo, solo alumbrado y deslumbrado por el sol y la nieve. Y también por todo eso tal vez lloré. Lloré y miré, sin cansarme.
Al pié del apu Puscanturpa (Punta del hilado), rumbo a la quebrada de Huanacpatay, aquel día (3.8.2013), mientras aguardaba impaciente la aparición de mi grupo, coincidí con la expedición checa (a los que animé desde una cresta rocosa diciéndoles: "¡Welcome Republic of Checa! ¡ Viva Vaclav Havel!".
Majestuoso y esquivo Yerupajá visto desde el paso Cuyoc (Foto: David García ) |
Esperé por más de una hora, pues, a pesar de venir cabalgando, el grupo que me seguía tardó en aparecer. Tal vez también por eso Teresa, la jefa del equipo de filmación terminó por decirme en Huayllapa: "Don César, cualquiera no hace lo que usted hace con facilidad y felicidad. La verdad, me quito el sombrero". Al escucharla tan solemne, a ella que era pura broma, solo sonreí. Pero lo inolvidable sucedió cuando Ricardo, sin duda el más experimentado guía de la Cordillera Huayhuash, me abrazó al despedirme.
No dijo nada, pero el fulgor de sus ojos claros lo dijo todo.
CAMPAMENTO DE UTUCPAMPA
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Atardecer en la quebrada de Huanacpatay (Foto: David García) |
A diferencia de despertar en Huacho, para encender el televisor y ver programas en portugués, abrir los ojos aquel 4 de agosto a medianoche, embutido en una bolsa de dormir dentro de una carpa congelada a 4200 metros de altura en la Cordillera Huayhuash, resulta una implacable tortura. Afuera, el frío
inclemente, y dentro, la noche inacabable. Entonces se comprende mejor porqué
Einsteín, el león de la física, sostuvo que algunos segundos duran más que
otros. Sin muros, ni laberintos, la vasta y gélida pampa, nos somete a la
condición de aterrados y temblorosos despojos. "Quién mierda ha dicho que
dormir en sleeping es dormir", se queja Jorge, el asistente del equipo de
filmación.
Pero más que el frío tortura el fuego interior. No soporto pensar. Para peor, malpensar. Tal pareciera que yacer tumbado sobre la pampa fuera igual a tener la mente por los suelos.
De remate, los dos platos de arroz chaufa de la cena en mi estómago, reclaman urgente expulsión. Al carajo con los pensamientos. Apurado abandono la carpa, cruzo la pampa oscura y tanteo un pedregal para encontrar el lugar apropiado para vaciar mis tripas a la luz de las estrellas. Superado el trance fisiológico vuelvo a los avatares del alma. Pues es casi imposible no tener en cuenta que mi presencia en esta pampa no es más que la continuidad de mis predecesores.
Camino hasta el medio de la pampa para mirar hacía el fondo: pero es el apu Puscanturpa con su albura nocturna el que parece observarme. El cielo luce hermoso: jamás creo haber visto más estrellas juntas, y hasta fugándose. A pesar del frío, ignoro volver a la bolsa. Prefiero las estrellas, la luna y la montaña. No resulta sencillo, pues hace un frío de la granputa. Con todo, decido contemplar el amanecer. Camino para mitigar el ataque del viento. Y mientras camino canto huaynos cajatambinos.
Amanecer en la quebrada de Huanacpatay (Foto: David García) |
En la quebrada de Huanacpatay no hay gallo que cante ni perro que ladre, solo el incesante rumor del río recuerda que la vida vive. Cuatro muchachas venidas desde Israel, además del grupo del grupo del que formo parte, duermen (o intentan hacerlo) mientras yo camino, canto y miro.
A pesar del frío y la eternidad de la noche, nunca como en esta noche siento mas orgullo de pertenecer a la familia que pertenezco y de haber nacido en Cajatambo. Tampoco me cuesta imaginar a mis abuelos cruzando la pampa cabalgando enjaezados corceles.
Avilia (Foto: David García) |
Espíritu sonríe dichoso detrás del mostrador de su tienda. La expresión de su risa se hace mas jocosa todavía al ver su nariz que parece un rocoto incrustado a su cara. Le pido una cerveza para brindar y de buena gana se sienta para compartir tragos y recuerdos.
Afuera, mientras el sol reverbera sobre el parque de Huayllapa, escucho que alguien me nombra. Casi enseguida ingresan un par de jóvenes y me saludan sonriendo. Uno de ellos es hijo de Espíritu y el otro Edison Neyra, el más calificado guía de montaña de Cajatambo junto con Ricardo Espinoza.
Llevo puesto el polo
alusivo de la Expedición Caral-Kotosh del 2008, que conduje desde Huacho hasta
Cajatambo. Por otra parte, aunque las tierras fueran de mis abuelos para serlo
de igual modo de los comuneros, siento, al ver a Espíritu y a los muchachos,
que existe un patrimonio que ni se vende ni se expropia ni se pierde. Que solo
se merece. Paso a paso.
Vídeo:
Vídeo:
Que Bonito, Hermoso, Tantos recuerdos de mi niñez con 12 años, ibamos a Pumarinri, iba a recoger ganado que compraba Don Roman Riosalli recuerdo que habia ganado Bravo, a Poajcancha que era fundo de mi abuelito David, por alli pasabamos a Piriuya, alturas silenciosas adonde no hay nadie, a 20 o 30 kilometros, hasta Chinches a caballo y caminando cuando el culo se cansaba de montar caballo. recorri aparte de eso las alturas de: Caujul, Navan, Ambar, yarucaya, Andajes, Mallay, Cochas, Gorgor, altura de Cajatambo, y muchos sitios que ya no recuerdo.llevaba cancha , queso y siempre mis dos perros, a ellos tambien le llevaba comida, harina de maiz y papa cocida, para hacerles sopa, las vicuñas eran una alegria escucharlas gritar, las huachuas, las aves de altura el Kiuyoj, muchas veces entre nevadas, y otras en tiempo de hielo cuando hacia mucho frio. Pero era niño y muy fuerte, agil, intrepido que no tenia miedo a nada, montaba caballo como buen domador, pero muy malo con los abigeos, que cuando lo cogiamos a mis perros les ordenaba que se los comirea si es posible. Asi el ladron tenia miedo correr o escapar. De ira le pateaba el culo por hacerme caminar y haber robado las vacas, le amenazaba con la escopeta Ibamos entre 5 y yo era niño los demas señores.y los ladrones cantaban todo, asi encontrabamos el ganado o solo dinero que habian vendido, si habian matado para carne, en remplazo cargabamos su ganado de ellos y con carta de venta, por que era triste caminar noche, dia, lluvia, nieve , frio, de hambre, cuando estos nos robaban el ganado. Ibamos muy lejos ha veces 12 dias o una semana, por eso daba ira.
ResponderEliminarExcelente Amigo Cesar. Vasta leer el sentimiento de Alejandro plasmado en su comentario, para entender el valor de CORDILLERA HUAYHUASH: RUTA DE IZCO Y HUANACTAPAY donde ilustras en fotos y palabras las extraordinarias bellezas de nuestra tierra. De Cajatambo para el mundo. Muy bien Cesar, muy bien.
ResponderEliminarAmigo César, leer la crónica es como viajar por la geografía andina que tan ampliamente describe con un lenguaje de luz y transparencia. Si la función de esta Evocación y Semblanza es dar testimonio, sin lugar a dudas lo ha conseguido conforme a su mirada de observador, la captación del instante, como la fotografía. Los vídeos de su querido Cajatambo que acompaña como corolario de la excursión, me trajeron nostalgia de mi visita al pueblo de Acolla, en el carnaval de las sierras, invitado por el amigo arqueólogo Odón Rosales Huatuco, oriundo del lugar. Magnífica la crónica, Amigo César. Un abrazo de Argentina.-
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