Cuando el primer día de 1984 los esposos Guerrero-Gonzáles vieron nacer a aquel niño que enseguida nombraron Paolo, de seguro, no imaginaron que habían dado vida a un hombre que treinta y cuatro años después, en 2018, acapararía el casi unánime fervor de millones de sus compatriotas que lo verían igual que a un hijo o un hermano.
Sin embargo, aunque ellos mismos lo ignorasen, cuando Petronila Gonzáles y José Guerrero, en el verano de 1983, solos, celebraron la jubilosa contienda de hacerse uno para ser uno más, aquella secreta alegría no fue otra cosa que el preludio de muchas, muchísimas, alegrías por venir.
Intrigado por los intrincados misterios que rigen nuestra existencia, César Vallejo escribió alguna vez que la cópula en que los padres de Fedor Dostoyevski concibieron a su hijo era un acto tan trascendente como la obra misma del ídolo literario ruso.
De igual manera, cuando Peta y Pepe, en el área propicia de un lecho y entre cuatro paredes, desnudaron sus cuerpos un día de 1983, sin saberlo, ni acaso recordarlo (pues, al fin y al cabo, las cópulas y los goles se parecen), estaban siendo protagonistas de uno de los polvos mas aclamados de la historia deportiva de la primera mitad del siglo XXI en el Perú.
Un gol secreto que treinta y cuatro años después millones aplauden.
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