"Procesos y visitas de idolatrías. Cajatambo, siglo XVII", del antropólogo francés Pierre Duviols, constituye, sin duda, el referente documental y bibliográfico fundamental de la historia pre republicana del antiguo partido (denominación colonial de provincia) de Cajatambo.
Con casi un millar de páginas se trata de una compilación, rigurosa y profusa, de documentos coloniales redactados por religiosos cristianos; convertidos en guardianes y a la vez en peregrinos, encargados de promover y custodiar la conversión de mis remotos paisanos.
En ella, entre otras cosas, se prueba y se demuestra que pese al tiempo transcurrido, el legado incaico no solo perduraba a través de la vigencia predominante del quechua sino también en la fe de sus descendientes. Una practica que hizo manifiesto aquel conflicto soterrado se reflejó en el hecho de que los finados enterrados -por imposición de los religiosos- en los alrededores de los templos del pueblo eran por la noches exhumados y desaparecidos por sus familiares, para trasladarlos a los machay (cuevas) de los cerros que rodean Cajatambo.
Con todo, pese a la tensión y reticencia, la cría de ganados ovinos y vacunos, se alternó con la cría de llamas y alpacas. Del mismo modo, la domesticación de caballos y burros contribuyó a consolidar la capacidad de transporte de autóctonos y forasteros. En igual forma, junto a la flauta y el tambor, se incorporó el bagaje sonoro del arpa y el violín, para expresar un mismo sentimiento. Así se forjó el Cajatambo andino y a la vez hispano.
Así también surgieron fiestas que al tiempo que conmemoraban a santas y santos cristianos no era menos cierto que implícitamente (expresado en quechua) rendían loa a sus nunca extintas creencias primigenias. Tanto que no es exagerado suponer que las hojas de coca resultan -aún en la actualidad- símbolos no menos reverentes que la hostia consagrada en las ceremonias religiosas cristianas. Incluso, no es especulativo decir, que un mate de Parí (la comida emblemática del pueblo cajatambino, compuesta por ingredientes de origen tanto andino como hispano) más que un sabor contiene una esencia, que traduce un sentimiento y una fe. Por eso, en lo que no pasa de ser -a la vista- una exótica comida servida en mate con una piedra candente al centro, para una cajatambina o un cajatambino constituye un exquisita y sensible manifestación sagrada.
De suerte que lo que para otros es una frugal ingestión se transmuta en un acto de culto y comunión. En un rito sagrado. En un tributo a una historia que sigue siempre presente.
Pueblo de ayllus, convertido en pueblo de molde urbano hispano por imposición virreinal (fines de siglo XVI) Cajatambo devino en el pueblo de María Magdalena. Así nació el Cajatambo comunero y ganadero. El Cajatambo agrícola y quechua, junto con el Cajatambo ecuestre y hispano. Ambos, sin embargo, unidos por una misma fe y un mismo sentimiento de gratitud a la tierra que los vió nacer. Un sentimiento que hasta tiene una precisa expresión ancestral: Taytansi mamansinoj markansi kuyansi (Como a nuestro padre o a nuetra madre se quiere a nuestra tierra).
De suerte que lo que para otros es una frugal ingestión se transmuta en un acto de culto y comunión. En un rito sagrado. En un tributo a una historia que sigue siempre presente.
Pueblo de ayllus, convertido en pueblo de molde urbano hispano por imposición virreinal (fines de siglo XVI) Cajatambo devino en el pueblo de María Magdalena. Así nació el Cajatambo comunero y ganadero. El Cajatambo agrícola y quechua, junto con el Cajatambo ecuestre y hispano. Ambos, sin embargo, unidos por una misma fe y un mismo sentimiento de gratitud a la tierra que los vió nacer. Un sentimiento que hasta tiene una precisa expresión ancestral: Taytansi mamansinoj markansi kuyansi (Como a nuestro padre o a nuetra madre se quiere a nuestra tierra).
De todas, sin embrago, sin desmedro de otras mas antiguas y oriundas, ninguna resulta mas visible y representativa manifestación de la armoniosa convivencia de la herencia andina y la herencia hispana en Cajatambo que la incorporación, en el siglo XX, de la fiesta taurina de la Capitanía de la Tarde.
Establecida a dupla durante las fiestas patronales, cada 30 y 31 del mes de Julio, se realizan las corridas de toros cuyos oferentes, previo ágape colectivo de Parí, son el Capitán (ó, en tiempos, más recientes) la Capitana de la Tarde.
Uno de los testimonios impresos mas acuciosos del origen de la Capitanía de la Tarde, es -en la bibliográfica raigal- un pequeño libro titulado "Cajatambo, sus fiestas y costumbres", escrito, antes de partir hacia la Argentina y al más allá, por Guillermo Rivera Huacho.
Angustiado acaso por ver que la ausencia se uniera con el olvido, durante su prolongada permanencia en Huacho, el odontólogo cajatambino decidió consignar sus recuerdos y acoger otros en un texto que permitiera vislumbrar un tiempo pasado que, con toda razón, juzgó justo perennizar. Viajó a Cajatambo en busca de versiones que complementaran la suya, pero apenas al llegar -al ver la construcción del Centro Cívico- quedó impactado por la destrucción de la arquitectura de su nostalgia. A pesar de esos pesares, insuflado de orgullo y resignación, logró plasmar su propósito en un impreso que tiene la forma de un libro y contiene el apasionado rigor de un testamento.
Según los testimonios orales de los patriarcas a los que recurrió el autor todos coinciden en que las corridas de toros se iniciaron a comienzos del siglo XX como una adición a las celebraciones comunales. Fueron los crianderos no comuneros los que en 1916 organizan la inaugural tarde taurina de los comisarios. Y puesto que todo ganadero que se precie de serlo es también un chalán (testimonio de Melecio Salazar) el ingreso del Comisario Mayor comenzó a caballo.
Pero la revelación más significativa de las pesquisas de Guillermo Rivera acontece cuando logra entrevistarse con el primer Capitán de la Tarde que incorporó la presencia de las Damas (que el autor llama Manolas) durante las fiestas patronales de 1937: Víctor Reyes Ballardo. Desde entonces, junto al sombrero ornado, la banda bordada y estandarte, la presencia de las Damas distingue y encarna la prestancia de las celebraciones taurinas del pueblo cajatambino en tributo de Santa María Magdalena.
Las protagonistas de aquella jornada pionera de innovación y emoción festiva en Cajatambo fueron dos jóvenes, Agustina Quinteros Ballardo y Delia Barboza Fuentes Rivera, cuya gracia y belleza -más allá de sus ausencias- se prolonga año a año en cada celebración, con otros nombres y otros rostros. En cuanto a su origen y significado, fue un sacerdote español, de añeja estirpe sevillana y genuina pasión taurina (habitual concurrente de las celebraciones que organiza la comunidad cajatambina en Huacho), quién describió y definió de manera precisa la presencia de las Damas: "¡Pero hombre, si son las bailaoras del Flamenco!".
Las fiestas taurinas de Cajatambo del siglo XXI son muy distintas a la del siglo XX. Pese a todo, existe algo absolutamente inalterable: el sabor incólume del Parí junto con la prestancia coreográfica de la Capitanía de la Tarde. Tanto así que aún mas que la corrida propiamente lo identifica, caracteriza y distingue.
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