"Mira hijo, he venido a visitar a Olga y Oscar, porque son mis amigos de infancia. Y también porque se trata de la única pareja que desde la escuela se enamoró para nunca jamás separarse. Pues los demás, todos, fracasamos". Una clara mañana solar aquellas palabras, tan francas como imprevistas, me desconcertaron y a la vez me emocionaron. Era el domingo 20 de julio de 2012, día principal en que los residentes cajatambinos en Huacho, y confines aledaños, rendian tributo a María Magdalena con una fiesta taurina presidida por doña Olga Salazar de Rivera, Capitana de la Tarde. Fungía yo, aquel día, sin buscarlo ni preveerlo, de maestro de ceremonia. Luciendo unos anteojos de oscuras lunas, que contrastaban con la albura de sus cabellos, Jesús Lavado Villanueva, ascendió al estrado para felicitarme y retirarse confiando a mi memoria el mayor homenaje que cualquier persona podía merecer. No era para menos, cuatro matrimonios a cuestas mediante, Jesús sabía lo que decía.
Ciertamente, aun cuando todos (o casi todos) se enamoran y se casan, pocos (muy pocos, en verdad) gozan del privilegio de amar de por vida. En el caso de Olga y de Oscar, bastaba verlos para advertir, que la llama del amor a pesar del tiempo, o contra él, era el fuego que los alumbraba.
Por eso, cuando miro a Olga, serena y dulce, rodeada por sus hijos sosteniendo el cofre que contiene las cenizas, las amadas cenizas, de Oscar Rivera, recien comprendo la insobornable y hermosa magnitud de aquella joya lírica de nuestra habla que sin tregua proclama: "Polvo seré, más polvo enamorado".
Igualmente, cuando escucho decir, que junto con Emicho, Antenor y Arencio, en las celebraciones de Corpus Chistri en Cajatambo formaron con Oscar un cuarteto legendario. Luciendo, cada año, de estreno, guantes y sombrero nuevo, hornados por las diligentes y primorosas manos de Olguita, también recién creo comprender, gracias a ellos, la maravillosa reverberación, y revelación, que guarda aquella máxima, misteriosa y rotunda, que, se asegura, pertenece a los gauchos argentinos: "Mi caballo y mi mujer, de mi tierra han de ser".
Oscar Rivera Requejo (1929-2013) fue policía, rural y urbano, de los buenos, de los de antes y asimismo padre de siete hijos: Elva, Elena, Alberto, Dora, Oscar, Luz y Carlos. Por donde anduvo, encarnado en la presencia cómplice de su esposa, Cajatambo fue siempre su eterno presente. Fruto de aquella devoción raigal, además de sus siete hijos, es también el Centro Regional Cajatambo; el otro gran amor, junto con Olguita, de su vida.
Gracias Olguita. Gracias Oscar. Gracias por el sabio y discreto encanto de sus vidas.
Igualmente, cuando escucho decir, que junto con Emicho, Antenor y Arencio, en las celebraciones de Corpus Chistri en Cajatambo formaron con Oscar un cuarteto legendario. Luciendo, cada año, de estreno, guantes y sombrero nuevo, hornados por las diligentes y primorosas manos de Olguita, también recién creo comprender, gracias a ellos, la maravillosa reverberación, y revelación, que guarda aquella máxima, misteriosa y rotunda, que, se asegura, pertenece a los gauchos argentinos: "Mi caballo y mi mujer, de mi tierra han de ser".
Oscar Rivera Requejo (1929-2013) fue policía, rural y urbano, de los buenos, de los de antes y asimismo padre de siete hijos: Elva, Elena, Alberto, Dora, Oscar, Luz y Carlos. Por donde anduvo, encarnado en la presencia cómplice de su esposa, Cajatambo fue siempre su eterno presente. Fruto de aquella devoción raigal, además de sus siete hijos, es también el Centro Regional Cajatambo; el otro gran amor, junto con Olguita, de su vida.
Gracias Olguita. Gracias Oscar. Gracias por el sabio y discreto encanto de sus vidas.
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