A mediados del siglo pasado tres hombres
oriundos de la provincia mas antigua de la región Lima: Apolonio, Pedro
y Guido Yanac, escribieron las paginas
mas gloriosas del andinismo peruano y suramericano. Eran hermanos y eran
de Cajatambo,
pero su gloria pertenece al Perú.
"Los hermanos Yanac nos han dejado una gran herencia tanto como
escaladores y como seres humanos. Nos han legado muchas cualidades que
debe poseer un montañero y un ser humano: la perseverancia, la humildad,
la responsabilidad, la puntualidad, la honradez. etc. son algunos de
los rasgos que caracteriza a estos personajes. A lo largo de mi
carrera montañera he ido aplicando estas cualidades que ellos poseían. Y
siempre me voy guiando y aprendiendo de las otras personas que me
rodean día a día, pues nunca deja uno de aprender y siempre hay un día
para aprender.
Ellos al hacer montañismo en esos tiempos y con los materiales
rudimentarios (visto desde el presente, ya que la alta tecnología ha
mejorado los equipos de montaña) lograron alcanzar su objetivo y quizás
el gran sueño en ese tiempo, vencieron al frío y a las malos
tempestades del clima. Debió ser increíble!! Creo que hoy sería una
tortura para muchos. Eso amerita mi admiración absoluta por estos
caballeros cajatambinos que se lucieron coronando Huascarán el pico más
alto de Perú y el Aconcagua el techo de América. Los admiro!!" Flor Cuenca, primera montañista peruana en ascender al Himalaya sin balones de oxigeno.
Después de participar en la primera expedición peruana que alcanzó la
cima del Huascarán -la montaña tropical más alta del mundo- el 4.8.1953,
los hermanos Yanac iniciaron el ascenso de las principales cumbres de
la Cordillera Blanca y de la Cordillera Huayhuash. Así nació el
andinismo en el Perú.
Reconocidos y aclamados, a mediados del primer mes de 1956, comparecieron ante el director y propietario del diario La Prensa, Pedro Beltran Espantoso, quien les propuso patrocinar e ascenso al Aconcagua, la montaña más alta del continente americano, localizado en la frontera de Chile y Argentina.
Asumido el reto, se iniciaron los preparativos de rigor con el acopio de información pertinente y la determinación de batir el récord impuesto por una expedición chilena (cuarenta horas entre el ascenso y el retorno).
Cumplida la fecha programada, apenas venidos de Huaraz, el día 4 de febrero volaron de Lima hacia Tacna vía la empresa peruana de aviación Faucett. Después de ser vitoreados por la población en el estadio de la Ciudad Heroica, el 8 cruzan la frontera y arriban a Santiago de Chile. Enseguida, al día siguiente, vía ferrocarril se dirigen hacia Mendoza.
El 13 desde Puerto del Inca (Argentina), acogidos y agasajados por el destacamento alta montaña del Ejército, se dirigen al campamento base. Entre sus magros equipos, resalta una ausencia notoria: balones de oxigeno. A los argentinos aquella prescindencia les parece un acto casi suicida.
La madrugada del 14 (Día del Amor y la Amistad) inician el ascenso desafiando la amenaza de las morrenas y la constante presencia de los precipicios. Forman el grupo, además de los Yanac, Teobaldo Sierra y Segundo Villanueva. Asimismo, permanece en las instalaciones del destacamento el reportero Marcelo Diaz Muñiz, destacado por La Prensa.
En trece horas inmersos entre la roca y la nieve, aquel primer día alcanzaron los 5,900 metros del altura. Sin embargo, los rigores de ese primer logro impone el repliegue de Teobaldo y Segundo debido al extremo agotamiento que los agobia.
El 16, día decisivo, despiertan a las 4 am para emprender el ultimo tramo, de más de un kilómetro de ascensión que los separa de la cumbre del Aconcagua. El grupo se divide: tres hacia la cima (con lo indispensable) y dos de regreso (con los equipos).
Avistados por lo miembros del destacamento militar a las 8 am alcanzan los 6,500 metros de altitud; es entonces cuando comienza la hazaña. En el testimonio de Apolonio -líder del grupo- que su hijo Nabor redactó (y cuya copia obra en mi poder) se lee: "Sus piernas se agarrotaban, sus pulmones jadeaban y la palpitación de sus corazones golpeaban con fuerza sus pechos. La cumbre estaba próxima, a escasos metros, cerca a sus ojos, pero distante a sus posibilidades; para vencerla, comenzaron a arrastrarse y jalarse. Entonces Guido lanzó una arenga: '!Vencemos o morimos!' Apolonio contestó: '!Nuestra misión patriótica es superar el récord de los chilenos!"
Pese a las limitaciones de contar con equipos rudimentarios y carecer de botellas de oxigeno, a la una en punto de la tarde, se logró esta gloriosa (pero casi desconocida) hazaña de la historia del montañismo peruano.
"Llegaron a la cumbre, se abrazaron y lanzaron un viva al Perú, después comenzaron a observar toda la inmensidad del horizonte de la República de Argentina y de Chile, girando en redondo. Luego buscaron el cofre que existe en el lugar, al encontrarlo en un cuaderno registraron su procedencia y estamparon sus firmas. Para recuerdo dejaron un banderín del Perú y cogieron un par de banderines de otras expediciones. Solo permanecieron quince minutos".
A la cinco de la tarde ingresaron a Puerto del Inca siendo recibido con vivas al Perú por los militares argentinos. Así, con cuatro horas de diferencia, quedó establecido el récord peruano de aquel día histórico: 16.2.1956
Contra lo previsto, de retorno, en medio de los agasajos argentinos, en la ciudad de Mendoza se encuentran con la ingrata y paradójica circunstancia de que Pedro Beltran, el director de La Prensa, se hallaba preso en la isla de El Frontón y el diario a su cargo -que debía dar cuenta y promoción de la hazaña- clausurado. Motivo por el cual -salvo algunas fotos- no existen reportes periodísticos, ni crónicas consagratorias.
Con todo, pese al tiempo transcurrido (o por eso mismo), teniendo en consideración los cada vez más notorios logros del andinismo en el mundo, resulta oportuno compartir el testimonio de sus históricos protagonistas, que -en este caso, por doble razón, en mi condición de descendiente y montañero- siento como un ineludible deber compartir.
Reconocidos y aclamados, a mediados del primer mes de 1956, comparecieron ante el director y propietario del diario La Prensa, Pedro Beltran Espantoso, quien les propuso patrocinar e ascenso al Aconcagua, la montaña más alta del continente americano, localizado en la frontera de Chile y Argentina.
Asumido el reto, se iniciaron los preparativos de rigor con el acopio de información pertinente y la determinación de batir el récord impuesto por una expedición chilena (cuarenta horas entre el ascenso y el retorno).
Cumplida la fecha programada, apenas venidos de Huaraz, el día 4 de febrero volaron de Lima hacia Tacna vía la empresa peruana de aviación Faucett. Después de ser vitoreados por la población en el estadio de la Ciudad Heroica, el 8 cruzan la frontera y arriban a Santiago de Chile. Enseguida, al día siguiente, vía ferrocarril se dirigen hacia Mendoza.
El 13 desde Puerto del Inca (Argentina), acogidos y agasajados por el destacamento alta montaña del Ejército, se dirigen al campamento base. Entre sus magros equipos, resalta una ausencia notoria: balones de oxigeno. A los argentinos aquella prescindencia les parece un acto casi suicida.
La madrugada del 14 (Día del Amor y la Amistad) inician el ascenso desafiando la amenaza de las morrenas y la constante presencia de los precipicios. Forman el grupo, además de los Yanac, Teobaldo Sierra y Segundo Villanueva. Asimismo, permanece en las instalaciones del destacamento el reportero Marcelo Diaz Muñiz, destacado por La Prensa.
En trece horas inmersos entre la roca y la nieve, aquel primer día alcanzaron los 5,900 metros del altura. Sin embargo, los rigores de ese primer logro impone el repliegue de Teobaldo y Segundo debido al extremo agotamiento que los agobia.
El 16, día decisivo, despiertan a las 4 am para emprender el ultimo tramo, de más de un kilómetro de ascensión que los separa de la cumbre del Aconcagua. El grupo se divide: tres hacia la cima (con lo indispensable) y dos de regreso (con los equipos).
Avistados por lo miembros del destacamento militar a las 8 am alcanzan los 6,500 metros de altitud; es entonces cuando comienza la hazaña. En el testimonio de Apolonio -líder del grupo- que su hijo Nabor redactó (y cuya copia obra en mi poder) se lee: "Sus piernas se agarrotaban, sus pulmones jadeaban y la palpitación de sus corazones golpeaban con fuerza sus pechos. La cumbre estaba próxima, a escasos metros, cerca a sus ojos, pero distante a sus posibilidades; para vencerla, comenzaron a arrastrarse y jalarse. Entonces Guido lanzó una arenga: '!Vencemos o morimos!' Apolonio contestó: '!Nuestra misión patriótica es superar el récord de los chilenos!"
Pese a las limitaciones de contar con equipos rudimentarios y carecer de botellas de oxigeno, a la una en punto de la tarde, se logró esta gloriosa (pero casi desconocida) hazaña de la historia del montañismo peruano.
"Llegaron a la cumbre, se abrazaron y lanzaron un viva al Perú, después comenzaron a observar toda la inmensidad del horizonte de la República de Argentina y de Chile, girando en redondo. Luego buscaron el cofre que existe en el lugar, al encontrarlo en un cuaderno registraron su procedencia y estamparon sus firmas. Para recuerdo dejaron un banderín del Perú y cogieron un par de banderines de otras expediciones. Solo permanecieron quince minutos".
A la cinco de la tarde ingresaron a Puerto del Inca siendo recibido con vivas al Perú por los militares argentinos. Así, con cuatro horas de diferencia, quedó establecido el récord peruano de aquel día histórico: 16.2.1956
Contra lo previsto, de retorno, en medio de los agasajos argentinos, en la ciudad de Mendoza se encuentran con la ingrata y paradójica circunstancia de que Pedro Beltran, el director de La Prensa, se hallaba preso en la isla de El Frontón y el diario a su cargo -que debía dar cuenta y promoción de la hazaña- clausurado. Motivo por el cual -salvo algunas fotos- no existen reportes periodísticos, ni crónicas consagratorias.
Con todo, pese al tiempo transcurrido (o por eso mismo), teniendo en consideración los cada vez más notorios logros del andinismo en el mundo, resulta oportuno compartir el testimonio de sus históricos protagonistas, que -en este caso, por doble razón, en mi condición de descendiente y montañero- siento como un ineludible deber compartir.
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