viernes, 1 de diciembre de 2017

SABOR DE INFANCIA

Oyón

Un día de fines del siglo pasado llegó a Lima un ingeniero nacido en Oyón. Venido al mundo en una hacienda agrícola y ganadera.
Volvía de los Estados Unidos no -como suele ser habitual- para visitar a su país y a su familia, sino por estrictos motivos comerciales.
Ocurre que Enrique Vizurraga era un técnico convertido en ejecutivo de ventas. Un vendedor que cruzaba fronteras y volaba alto: rentaba y vendía aviones.
De manera que en cada país al que arribaba con su comitiva, ocupaba los hoteles mas confortables y acudía a los restaurantes más exclusivos.
Enterado de su presencia, su primo Adolfo Vizurraga fue a visitarlo al hotel Sheraton (que era, entonces, el hospedaje más mentado en el Perú). Al despedirse, ambos convinieron en que previo a su retorno iría a almorzar a San Borja, a su domicilio familiar. Fue entonces que comenzaron las tribulaciones para la esposa del primo. "¿Qué le puedo ofrecer a un hombre que recorre el mundo almorzando en los restaurantes más caros del mundo?", fue lo primero que pensó doña Adelina Barletti.
Adolfo, su marido, tenía la respuesta: "Lo que en ningún restaurante va a encontrar".
Llegado el día y concluido el almuerzo, Enrique Vizurraga miró conmovido a la esposa de su primo y simplemente le dijo: "Gracias primita, me has devuelto a mi infancia. A los inolvidables sabores de Sanya y Rupay".
Cuando desapareció el Mercedes Benz que vino a recoger a Enrique, la vajilla en el lavadero conservaba aun el sabor de la laguita de maíz y el postre de tocush que habían contenido.


Adolfo y Adelina 


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