Mi madre me habló con entusiasmo del infatigable muchachito que en un santiamén había pircado las murallas de los corrales y había ayudado a empanar la semilla de la alfalfa que resplandecía de verdor detrás de la casa.
“Que vivo y trabajador es ese chiquito”, me contaba con admiración mi viejita. “Igualito a su papá”, recordó, evocando a Guzmán Chamorro que murió asesinado al cruzar las alturas de Gorgor y Ambar acompañado por su mujer y un vecino llamado Pepino. (Al final, luego de cumplir condena por el crimen, el vecino se suicidó y la mujer de Gushma quedó más viuda que nunca).
Pero, por desgracia, el lamentable caso del niño que el 3 de setiembre del 2005 puso fin a su vida a los 12 años en el caserío de Cashapata (distrito de Ambar) no es la única muerte de quien fuera Teófilo Chamorro Rosales.
Pues su anterior defunción sucedió hace quince años cuando su hermano mayor cayó en un enfrentamiento (que importa el bando si pudo estar en cualquiera) en un paraje de Parán.
Entonces su madre, rebelándose contra lo inexorable, al nacer el último de sus doce hijos decidió recobrarlo nombrándolo igual que al hijo caído. Así el pequeño Teófilo tuvo dos vidas como ahora tiene dos muertes.
En Cashapata, a más de cuatro mil metros de altura cerca a la choza de piedra y paja que vio morir a Teófilo quedan aun vestigios de la casa en la que fueron aniquilados tres de sus primos y el hermano de su padre. Conozco el lugar. Pasé allí, hace años, una tarde sombría entre nubes y fantasmas que, dicen, penan todavía.
Por eso no me es difícil imaginar su muerte en la fría desolación de la quebrada con el trago mortal nublando sus ojos. Clamando por su madre tan ausente como el padre y el hermano, el tío y los primos que nunca más lo habrían de dejar solo. Nunca más.
El escritor franco-argelino Albert Camus dijo alguna vez que el suicidio es al fin y al cabo la única pregunta verdaderamente importante que se puede plantear un ser humano: La de que si en verdad la única la vida que nos es dado a todos vivir vale la pena de ser vivida. Por desgracia, la respuesta parece ser solo -irremediablemente- silencio y olvido.
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