Si alguna vez me hubieran dicho que un día hablaría desde Palacio de Gobierno a nombre de mi pueblo y que mis palabras serían transmitidas en directo a nivel nacional,
no lo hubiera creído.
Si alguna vez me hubieran dicho que un día, luego de escucharme, la jefa de protocolo de la Municipalidad de Lima, me hubiera felicitado por mi desempeño en circunstancia tan protocolar,
no lo hubiera creído.
Si alguna vez me hubieran dicho que un día mi amigo Ulises Requejo me diría: "César ya es hora de que publiques un libro. Nosotros (sello editorial Gresami) nos encargamos de todo",
no lo hubiera creído.
Si alguna vez me hubieran dicho que uno de los líderes jóvenes de más promisorio porvenir de mi país, Miguel Oswaldo Huacre Mendez sería mi ahijado,
no lo hubiera creído.
Si alguna vez me hubieran dicho que un día volvería a ver bailando, cuarenta años después, a mi amor de los diez,
no lo hubiera creído.
Si alguna vez me hubieran dicho que a través de Peru Qoya alcanzaría la joya glaciar mas bella de Los Andes y la cima mas alta del amor,
no lo hubiera creido.
Sin embargo, todo eso (y mucho más) sucedió este mes de Julio de 2013.
Me pasó a mí. A mí que en estos momentos debe suspender su perplejidad porque los descendientes de los cuyecitos que dejó mi madre en su último viaje a Ambar, ignorantes de mi gloria, reclaman a gritos que vaya a alimentarlos, igual que todos lo días.
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