martes, 5 de abril de 2011

EL COLOR DE LA NOCHE





A mediados de diciembre de 2010, a mitad de un día anodino que devino triste y solitario, mi hermano me comunicó la funesta y breve noticia: “Mamá tiene cáncer”. A partir de ese momento lo que era un simple examen de rutina dejo de serlo para convertirse en una sentencia imprevista e inapelable. Entonces hasta el fulgor del verano -recibí la noticia mientras almorzaba- se tornó, para mí,  lejano y sombrío.
Al día siguiente, con el amanecer del nuevo día,  aferrado a sus arrugadas y amorosas manos le agradecí su cariño con palabras y con lagrimas. Ella me respondió de la misma manera. Luego, igual que lo hacía de forma habitual por aquellos días, salí a trotar entre las chacras  y los árboles de la campiña que circunda la casa -esta misma solariega morada- que fue la extensión material de su bondad por más de cincuenta años. No obstante, contra lo habitual, aquel día tardé en regresar: un amigo, a quien visité, me invitó a desayunar. Preocupada, a pesar de su convalecencia, mi madre salió a buscarme. Sin haber escuchado las desoladoras palabras de mi hermano, era evidente que no ignoraba la dolorosa magnitud de la circunstancia.
Cuando comenzó el tratamiento -el vano intento paliativo que simulaba curarla- la tarde del 30 de enero de 2011, desde una cama ubicada en el cuarto piso del hospital regional de Huacho, durante dos horas, me ordenó escucharla. A la hora en que termina la visita, gracias a la amabilidad de una enfermera, a quien renuevo mi agradecimiento, comparecí, desde las cinco hasta las siete de la noche, ante las más sensatas y dramáticas palabras que me tenía reservado el destino. He tenido otras operaciones, comenzó diciendo, pero esta vez siento que será diferente. “Ponte fuerte: hoy me toca ser la madre que se despide del hijo que se queda”. Recibí encargos, consejos y recomendaciones. Así es la vida, concluyó diciendo, un comienzo y un final: no hay otro camino. Yo perdí a mi padre, hoy te toca perderme a tí.
Al abandonar el hospital oscurecía,  fue entonces cuando, por primera vez en mi vida, descubrí el verdadero color de la noche.
Todavía hospitalizada, el 6 de febrero de 2011, cumplió 77 años. Con el cabello recortado y luciendo una vistosa bata floreada sonrió ante la presencia y el cariño de quienes más la queríamos. Sentada en una silla de ruedas, sosteniendo una pequeña torta entre sus rodillas sonreía; sonreía con melancólica y  risueña resignación  mientras le cantábamos reunidos en la sala de espera del cuarto piso. Se la veía contenta y agradecida, pero sobre todo decidida: al día siguiente debía ser operada.
El 7, el día más esperado y más temido, hería nuestros corazones la debilidad de su corazón; sin embargo, nada nos previno para que, a media mañana,  el médico autorizara a mi hermano ingresar a la sala de operaciones para decirle, y mostrarle, que no había nada que hacer, salvo cerrar el corte. La herida que jamás habría de cicatrizar.
Un mes después, exactamente a las 9 y 40 de la noche del 7 de marzo del 2011, una noche cálida y triste de verano, la existencia del ser más entrañable del que tuvimos sus hijos y nietos el inmerecido privilegio de ser destinatario de sus afectos y atenciones, Saturnina Villanueva Balboa, mi madre, nuestra madre, concluyó  su tenaz y dulce peregrinar.
Perdió la vida, igual que todos, pero, como pocos, jamás el humor. 
Gracias Mamá Shatu. Inolvidable Gordita Chispas. Gracias a la vida que nos regaló tu vida.

COMENTARIOS:

Tula Alvarado Luyo
"Hola querido César!!

Perdóname por no responderte a tiempo. Recen hoy reviso mi correo, y me encuentro con tu carta, no sabes lo feliz que me haces. Gracias por recordarme y las hermosas y sentidas palabras sobre mi persona. Siento mucho no haberte llamado en el largo feriado. Pero, te pido una cosa César, confía en mí. Estás en mi memoria , en mi corazón, para siempre.

Te confieso César, que después de nuestro encuentro, te quise escribir, darte a conocer mis impresiones de aquella noche. Pero me contuve, porque pensé que había terminado todo entre nosotros y no deseabas mi amistad.

Por eso me siento tan feliz, saber que deseas verme o escucharme. ¡Oh César, no me equivoque contigo, sigues siendo el poeta que conocí.


El abrazo que nos dimos César, aquella noche, fue memorable.
Te sentí tierno, dulce, a pesar de la tristeza y la solemnidad de la ceremonia.
También te sentí distante, era tu imagen, pero tu alma anidaba en el regazo de tu madre. Los sentí a los dos en aquel abrazo. Por eso César siento que nuestro abrazo, formó una estela esa noche, una estela dorada en el mar de nuestras existencias y memorias.


También quiero decirte César, aquella noche, cuando dabas lectura del relato sobre tu madre, vislumbré "el verdadero color de la noche". El poeta tiene ese poder: la evocación, a través de las palabras como un mago nos envolvías en tus sentimientos y nos dabas a conocer la sabiduría de tu madre. Te lo agradezco, a través de ese relato he podido recoger las enseñanzas de tu madre y admirar el amor del hijo. Pero sobre todo, me sentí maravillada por la sensibilidad del poeta , de poder retener en una sola metáfora : "el verdadero color de la noche" la agonía y muerte de un ser querido.


Tula, con cariño."


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Josue Hijar Luna

"Hola Cesar:

Te escribo al no poder esperar un momento mas para hacerte saber mi pesar por la partida de tu mamita, mi Tia Shatu. Siento más no haber podido acompañarte en esos momentos difíciles por motivos de trabajo, ya que me encontraba en Huanuco.
Quiero que sepas que comparto el dolor que sientes, ya que también lo conozco por mi padre.
Por favor hazle saber mis condolencias a tus hermanos. Hasta pronto.
Leí tu artículo sobre el tema y estoy al borde del llanto".