sábado, 29 de diciembre de 2012

VIVIR Y BEBER


“No me gustan los borrachos, pero conozco a personas que después de haber bebido se vuelven interesantes, adquieren una perspicacia sensata, belleza de pensamiento, habilidad y riqueza de lenguaje que no les es inherente cuando están sobrios. Entonces soy capaz de bendecir al vino”. León Tolstoy.

“Entre los placeres puramente sensoriales que pueden pagarse con dinero, el que proporciona el vino, el placer de saborearlo y el placer de apreciarlo ocupa quizá  el grado más alto. El conocimiento del vino y la educación del paladar pueden ser fuente de grandes alegrías durante una vida entera”. Ernest Hemingway.

"El alcohol produce en nuestros sentidos una vibración que nos permite distorsionar nuestra percepción de la realidad y emprender de ella una nueva lectura. Aquello que debía ser recibido como una totalidad llega a nosotros descompuesto y podemos así tomar nota de sus elementos y establecer entre ellos un nuevo orden de prioridades. Al beber cambiamos sencillamente de lente y recibimos del mundo una imagen del mundo que tiene en todo caso la ventaja de ser distinta de la natural. En ese sentido la embriaguez es un método de conocimiento. La embriaguez moderada, es decir, aquella que nos aleja de nosotros mismos sin abandonarnos, no la borrachera, en la cual nuestra conciencia le dice adiós a nuestro comportamiento". Julio Ramón Ribeyro.

lunes, 24 de diciembre de 2012

“HUMAYA, HUMAYITA”

Con esas palabras mi abuela, la madre de mi madre, celebró emocionada la visita a Humaya, el complejo agroindustrial más importante del valle de Huaura  en el que vivió y trabajó entre 1936 y 1945. Mirando la pétrea muralla natural que rodea al pueblo y al mismo tiempo como mirándose así misma dijo además: “Que dirán estos cerros. Esta vieja no muere. Aquí esta todavía”. No exageraba: la Navidad de 2012 era la Navidad 100 de su existencia.Y puesto que lo asombroso se vuelve también familiar creo que nos acostumbramos a verla siempre.
En Humaya transcurrió la infancia del ser más entrañable de mi vida: mi madre. Y por eso cada vez que vuelvo a Humaya es como si volviera a sus brazos. Y es por eso que cuando mi amigo (amigo desde el colegio) Guillermo Nuñez Velásquez (presidente del Rotary Club Huacho 2012-13) me pidió acompañarlo para coordinar la chocolatada navideña que ese año el Rotary realizaría en Humaya partí entusiasmado.
Ocurre que la madre de Guillermo no solo pasó su infancia en Humaya sino incluso nació allí. De manera que si ambos compartimos las aulas del colegio Luis Fabio Xammar entre 1975-79, no es improbable que también Saturnina y Genoveva, nuestras madres, compartieran juegos y hasta acaso amistad. En todo caso, me complace creer que la amistad de sus hijos es la continuidad de aquella coincidencia.



 NAVIDAD 2012



Y lo gracioso es que cargamos con la abuela, qué,  con sus 100 años a cuestas, salió contenta a pasear y tomar inka kola.



 QUE LINDA, QUIERO COMPARTIR ESA EXPERIENCIA PRIMO



Créeme, me emociona decirte esto a tí ( a tí que fuiste también criada por una abuela)






QUE LINDA

IRE CON MI CAMARÁ PARA FOTOGRAFIARLA





Gracias.



sábado, 22 de diciembre de 2012

CADA 25 DE DICIEMBRE





Si hay un día en que los que más tienen

Se preocupan de los que menos tienen

Es cada 25 de diciembre



Si hay un día en que los que menos tienen

Sienten que pueden un poquito más

Es cada 25 de diciembre



Si hay un día en que los malos procuran no parecerlo

Y los buenos descubren que no lo han sido tanto

Es cada 25 de diciembre



Por eso si hay un día en que me aparto de la gente

Es solo un día:

Cada 25 de diciembre

jueves, 20 de diciembre de 2012

UPIARKUR, TUSHURKUR, YARPARKUR




Es un lugar común afirmar que una sola foto vale por mil palabras, pero acaso -por eso mismo- conviene también decir que después de cientos y hasta miles de fotos que merecen las festividades patronales en Cajatambo, bien merecen no solo imágenes sino algo de imaginación para perdurar. Permanecer  en signos impresos que guarden las huellas de nuestras vidas. Pues las imágenes sin palabras no dicen nada, solo muestran y ni siquiera callan.
He aquí una crónica algo tardía (pero nunca inoportuna) y por completo personal sobre una celebración que -con ese motivo- pueda serlo, acaso,  también la de las palabras que lo evocan.

La noche del 28 de julio, después de brindar por la patria con mis amigos del Rotary Club Huacho decidí partir para Cajatambo. Al día siguiente, luego de concluir la emisión de “Cajatambo, canto y memoria”, el programa dominical que conduzco, incluso me di tiempo para asistir al cumpleaños 50 de Félix Verde, uno de mis entrañables amigos de mi época escolar. De manera que cuando apareció el tío Alfredo conduciendo su camioneta azul mi cuerpo se fue persiguiendo a mi alma.

Julio 30
José y Rosa (30/7/2012)
Partimos a las 11 de la noche y llegamos a las 5 de la mañana del lunes 30. Salvo una llanta delantera que en Llocchi se desprendió para irse rodando por su cuenta, no hubo otra novedad. Apenas al llegar aparcamos alrededor de la antigua plaza de toros y subimos a La Torre. Un charco reluciente sobre el patio de la escuela evidenciaba los torrentes del jolgorio. Las presentaciones habían concluido y solo las grabaciones prolongaban los estertores de la jarana. Pues aun se veían algunos sobrevivientes que bebían y bailaban. Sin embargo, lo hermosamente encantador de aquel frío amanecer, mientras la fiesta moría, fue ver bailar y sonreír a una linda chica de naricita respingada. Era bella no solo por sus rasgos, sino también hasta por la forma en que recogía su cabello. Fue el único instante de mi vida en que -jamás lo olvidaré- sin desmedro de mi hermosa juventud, deploré el paso del tiempo.
En contraste, la impresión más perturbadora fue ver mi casa desde una carretera tres metros  debajo de donde la dejé. Y mucho más ver la casa de enfrente partida. Una casa que al igual que doña Olga, su dueña, también moría.
Aunque desprovista por el colapso de servicios básicos, al llegar a casa abrí feliz puertas y ventanas. No por nada se trata de la casa en donde nací.
Igual que las 195 provincias del Perú, además de sus atractivos naturales (circuito glaciar Huayhuash), gastronómicos (pari, locro, chichancaldo) y melódicos (huaylashadas) Cajatambo resulta singular por su gente. Mujeres y hombres que aun ausentes, ó, por eso mismo, le dan vida con sus vidas. Tan cierto es que basta una semana de fiesta para consumir lo que tarda medio año en venderse.  Y aun en hogares distantes, semana a semana, indefectiblemente,  los sabores de la tierra añorada nunca dejan de estar presentes. Potes con miel de abeja (con sabor a eucalipto), alfajores extraordinarios (por su sabor y presentación), quesos y manjar blanco artesanales (derivados de ganados que pastan libres en verdes alfalfares), hacen que miles de personas sientan no solo su nostalgia retribuida sino algo mucho más gratificante: orgullo de ser cajatambinos.
Por eso aunque la fiesta no cambie igual vuelven. Basta salir a la calle y comparecer ante presencias que nuestros brazos desesperan estrechar para entenderlo. Pues, se diría, es esa la verdadera fiesta: el encuentro con los seres que queremos y nos quieren. De manera que para celebrar, y consagrar, aquella coincidencia se hace cada año la fiesta. Y se baila y se bebe. Se vive.
Bajo un sol radiante Trinicho Inga (ahijado de mis abuelos, ex alcalde y oferente de una de las corridas más memorables en Lima) junto a William Minaya (dueño de una fábrica de productos plásticos y oferente de la primera corrida con toros de casta en Cajatambo) conversan y brindan en la calle central. Verlos me convence, una vez más, que la real embriaguez no proviene de los brindis tanto como del regocijo de entroparse, recordar y reír.
Al terminar con los brindis los choferes de William aparecen para llevarse a la plaza de toros a los compadres. Por mi parte, lamento no haber visto la salida del Capitán de la Tarde y para no perderme lo demás decido caminar. A la salida del pueblo, en Andahuaylas, los alcanzo. Ver a las damas flanqueando a José Altamirano y su esposa me conmueve. No puedo (ni quiero) evitarlo: mustias lágrimas brotan de mis ojos deslumbrados. (Me conmueve el recuerdo de Víctor Reyes Ballardo: primer Capitán de la Tarde que incorporó las damas en 1939).
Durante el recorrido, en la  plaza de toros y en el resto de la fiesta una palabra distingue la presentación de José: prestancia. Sobrio y cordial, además de ofrecer una corrida a la altura de las expectativas, José impuso dos referentes ineludibles: un espectáculo pirotécnico de media hora de duración (que dejo con el cuello entumecido a quienes solo fueron a ver un castillo) y una noche de vibrante contrapunto de guitarras y mandolinas.
Volví a ver a Trinicho y volvimos a brindar. Esta vez recalamos en El Tambo del Inca (el hotel más céntrico, elevado y confortable de la ciudad). Y puesto que la fiesta son los reencuentros, aparecen dos de las hijas de quien fuera legendario torero de las capeas cajatambinas: Teófilo Fuentes Rivera, y puesto que la fiesta es, sobre todo, bailar, me voy con ellas. Por si fuera poco, aquel baile fue ocasión, nada menos, para también bailar con Judith Espinoza Portuondo, una de las mujeres más bellas y talentosas que ha dado Cajatambo (patrocinadora del portal: www.cajatambo.com). En treinta años de celebraciones, nunca baile tanto, que, de todas, elegiría aquella otra vez: “La flor es sin por qué: florece porque florece”.

Julio 31
Aquíles y Rosalía (31/7/2012)
Al despertar entre abrigadoras frazadas me dispongo asistir a la recepción de Aquiles y Rosalía (amigos y vecinos de mi hermano en Atusparia: un pedazo de Cajatambo en San Juan de Lurigancho). Juan Huavil,  su animador, me ha pedido que lo apoye. Me valgo de su invitación para servirme del convite y recibir un par de entradas.
Luciendo vestuarios de colores diversos las damas de Aquiles Vivar se distinguen no solo por su belleza sino también por su elocuencia (una, que viste de naranja, en especial). Al escucharla, con menos elocuencia pero no menos entusiasmo,  me acerco a felicitarla. Ella me agradece y me sonrie.
En el ruedo, una de las escenas más impresionantes acontece no durante la faena sino antes cuando Aquiles y Rosalía desde ambos extremos  se acercan bailando, rodeado de damas y pajes, hasta quedar frente a frente. Y fue allí cuando se produjo el beso más multitudinario de la historia de Cajatambo: Aquiles, antes de invitarla a bailar, besó a Rosalía.

Luego de la presentación ecuestre de Jesús Márquez e hijos comenzó la corrida de toros. Aunque fueron 7 toros uno estuvo demás. “El Milpeño Andariego”, el tercero de la tarde fue el mejor; Emilio La Serna, entre los toreros. Luego de la relectura de “Muerte en la tarde” -el mayor clásico de la historia del toreo- me atreví decir algunas cosas que, para mi pesar, andan grabadas. En cambio no fui grabado, como hubiera preferido, bailando. En especial, cuando una de las damas le dijo a otra: “¡Qué suerte! Ese señor baila muy bonito”. Con todo, aquella noche, mi tristeza crecía como la negrura de la noche al pensar que en esos precisos momentos se iba la persona a quién mayor alegría debía: Alcira. 
1 de Agosto
A medía mañana, mientras observo mi huerta hundida cinco metros por debajo de la carretera, veo aparecer a Silvia y Leti, mis primas. A diferencia de la mayoría,  que se limitan a mirar e irse, se muestran consternadas y dispuesta a apoyar. En la plaza Alfredo Balboa, pronto a partir, se despide. Alfredo se vuelve a Lima y Silvia y Leti por el viejo camino hacia Cajatambo. Esa es también  la fiesta: jubilo de encuentros y melancolía de adioses.
Desde el balcón veo ingresar a Capillapampa la camioneta azul en que llegué y en ella vuelvo a Cajatambo. Definitivamente, todos esos instantes son memorables: cruzar los puentes, saludar a las ancianas y ancianos, ponerse un sombrero, mirar los eucaliptos.
Al llegar a Tambo enrumbo a casa de mis tíos preferidos: Ethel y Aquíles. Justo a poco de estar a verlos lo visitan el Inca y el Rumiñahui con sus pallas. La guiadora me invita a bailar. Es la costumbre, pero sospecho que también es algo más: un reconocimiento a nuestros ancestros.  Es emocionante vivir ese momento: escuchar hermosos cantos en quechua y sorber luego algunos vasos de chibas reagal sin hielo. En verdad, que duda cabe, es huachafo decirlo pero fabuloso vivirlo.
Después de degustar el relleno de chancho y el ineludible pari comienza el baile en la recepción final de José. La atención corre a cargo de sus colaboradores. No se trata de mozos contratados sino de familiares y amigos que deponen rangos y funciones simplemente para colaborar. Vestidos con elegancia, ingenieros, economistas, contadores, auditores (entre otros) hacen tregua de sus citadinas ocupaciones para ser solo cordiales y diligentes anfitriones. Generosos y respetables amigos de los amigos de la tierra que los vio nacer. En ellos, más que en las cuantiosas inversiones, reside el éxito de las celebraciones en Cajatambo.
Enseguida, para concluir, y por reciprocidad, enrumbo hacia la recepción de Aquiles. También aquí bailan con denuedo y furor. La diferencia es que la banda de viento alterna con las guitarras y las mandolinas. Ingreso justo cuando se dispone a intervenir Iván Salazar (el forjador de Horizonte Andino). Amigo desde la infancia y la escuela al verme saluda mi presencia. Para corresponder me dispongo a bailar. Invito, sin intimidarme, a una muchacha. Con sorpresa, y  discreto pavor, me percato de inmediato que se trata de la hermosa chica que vi en La Torre bailar, apenas al llegar. No lleva el cabello recogido ni anteojos esta vez pero luce no menos hermosa. Pero, considerando que nunca un cuerpo hermoso lo es más que cuando baila, nada se compara con verla. Tanto que Arturito Medina no resiste no decir: “¿Ustedes dónde han ensayado para bailar así, ah?”. (Vaya suerte: gordo, calvo y canoso aun tuve fuerzas -y suerte- para alternar con la más bella y mejor bailarina de la fiesta).  
A la diez de la noche, con el melancólico y melodioso saludo en el atrio del templo principal, concluye la celebración hispano taurina de 2012 en tributo de María Magdalena. Las hijas y el hijo de José “Shuty” Quinteros (que actuaron de damas y paje) me abruman  con la delicadeza de venir a despedirse de mí. Noellia, la mayor, incluso me presenta a un muchacho a quien más que por su nombre recuerdo por haberme dicho ser autor del blog: “Inspiraciones cajatambinas”. (Al verlos siento el lúgubre regocijo de que todos esos muchachos a quienes les importa mis escritos raigales serán también los amistosos merodeadores de mi tumba en Cajatambo).

Agosto 2
Después de tres días de ardua y feliz celebración, esta mañana -para variar- tomo la cuesta de Paltarumi rumbo a Ocopata. Al llegar, la albura majestuosa de Huacshash compensa mi fatiga. Y no menos el libro que llevo entre manos: “Cien años de soledad”. Al comenzar su lectura, más que otras veces, (en mi caso, la tercera) disfruto no solo del escenario sino hasta de mi voz que da vida a Macondo y la desaforada existencia de los seres que la habitan.
Al volver, luego de almorzar, con las puertas y ventanas abiertas del segundo piso, tumbado sobre un  catre venerable de fierro fundido, nada podía ser más gratificante que mirar las laderas del Jancarhuaín doradas por el sol del atardecer. Que belleza carajo. Y del mismo modo cuanto dolor al pensar en mi madre ausente, y sin embargo, siempre presente. Presente en el abrigo de las frazadas. Presente en la hermosa chalina de vicuña. Presente en mi mirada, en mi voz, en mis pasos.


PRECIOSA



Cada fin de semana, durante años, fue la primera en recibirme.
  
Pequeñita y peludita, al verla, mi hermana decidió ponerle el nombre que mejor le correspondía: Preciosa.

Preciosa, además, porque lo que le faltaba en apariencia le sobraba en habilidad. Durante quince años anunció las visitas, pero en especial, nos previno cada vez que la epilepsia desvanecía a mi hermana. Imposible ignorarla. Inimaginable no quererla. Más todavía cuando, sostenida sobre sus patitas, con las manitas recogidas, sus ojitos morían de ternura por un instante de atención.

Fue parte de nuestras vidas. Vuelvo a decirlo: nuestros ojos, nuestros oídos. Sin pedir nada lo dio todo. Nadie nos quiso tanto y ninguna palabra es suficiente para agradecérselo.

LA MARCA DE LA MUERTE



Yungay, al igual que Pompeya, la tarde del 31 de mayo de 1970 se convirtió en una ciudad sepultada; el nevado del pico norte del Huascarán -del mismo modo que las cenizas del Vesubio en el 79 de nuestra era- causó la hecatombe que la cubrió en breves minutos. Desde entonces, Yungay es un camposanto que fue una ciudad hermosa (y mucho más hermosa durante las noches de luna llena). Una ciudad muerta donde solo habita el recuerdo.

Cuando la visité, durante la Semana Santa de 1987, el día de mi llegada habían terminado de retirar un cuerpo sepultado al ingreso de cementerio. Por estar construido en un morro natural el lugar destinado a los muertos fue también el lugar de salvación. Sin embrago, no todos los que alcanzaron el cementerio llegaron a salvar sus vidas sino simplemente quedar allí donde -tarde o temprano- habrían de llegar. Fue el caso de aquel infortunado que me mostró el guardián. Aunque en realidad lo que vi no fueron sus despojos sino algo más conmovedor: el hueco que había dejado su cráneo y su brazo izquierdo.
No recuerdo cuanto tiempo permanecí allí, solo sé que luego no me importo ver nada más. Supe entonces que más atroz que la misma muerte, es la marca de la muerte.