miércoles, 15 de febrero de 2012

MARÍA ELENA MOYANO



Nunca la conocí. Jamás estreche su mano ni oí su voz. Sin embargo, entre mis austeros recuerdos, conservo una fotografía en la que se la ve elegante y sonriente rodeada de cooperantes europeos y dirigentes de la Federación Popular de Mujeres de Villa El Salvador. Aquella foto, ¡cómo olvidarlo!, fue un preciado regalo en retribución a mi fervor por la vida y la lucha de María Elena Moyano, la más destacada heroína civil del siglo XX en el Perú, con que me premió una de sus más cercanas colaboradoras una tarde inolvidable. Y aun cuando el escenario de aquel encuentro no fuera más que una anodina oficina del Congreso de la República ningún recuerdo me conmueve tanto como evocar las palabras, y las lágrimas, francas y emotivas, de aquella sencilla mujer; cuyo nombre, incluso, he olvidado. (Pero reconozco por el regocijo de sus brazos victoriosos).
El 15 de febrero de 1992, en pleno fragor del verano, al final del día, una horda brutal de 15 criminales, en presencia de sus pequeños hijos, incursionó en una reunión vecinal para perpetrar el brutal asesinato que puso fin a la  vida y a las luchas de María Elena Moyano. Enseguida, no conformes con su miserable vileza, colocaron una carga de explosivos sobre su cuerpo inerte y la dinamitaron. Lo que no sabían sus asesinos es que con aquel infame proceder se pusieron la soga al cuello. Mataron su propio porvenir. Pues a partir de entonces, literalmente, a los ojos de todo el mundo, Sendero Luminoso se fue a la mierda.
Pese al tiempo transcurrido lo único que  se sabe es que su atacante, quien disparó, fue una mujer, pero se ignora de quien se trata. (Refundida en el más despreciable de los anonimatos acaso, igual a tantos otros asolapados criminales, sobrevive a su propia muerte en vida). También se sabe que la noche del 14, por cautela, María Elena -entonces teniente alcalde de Villa El Salvador- pasó la noche en Lince. Después de desayunar en casa de su amiga (y ahora biógrafa) Diana Miloslavich el día 15 partió rumbo a su querido VES. Fue allí donde el siniestro peligro de matar, que venían fraguando sus asesinos, consumó su sangriento propósito.
Recuerdo que al despertar la mañana del 16 de febrero, abrigaba alentadores motivos: era domingo y Alejandra, mí ilusa musa de aquel verano, me esperaba para solazarnos en la sede de playa del club al que acababa de adherir. Y  fue así que, junto a una pulcra y suntuosa piscina, al desplegar el periódico apareció la caratula que nos devolvió el rostro cotidiano de aquellos días en que nos amamos en peligro. “¡Qué pena! ¡La mataron! ¡Miserables!”
Han pasado veinte años y no me parece ayer.



martes, 14 de febrero de 2012

LA LLAMA DOBLE



• El amor es una pasión que todos o casi todos veneran pero que pocos, muy pocos, viven realmente. No exagero: para los amantes el cuerpo piensa y el alma se toca, es palpable. El amor es un hechizo y la atracción que une a los amantes es un encantamiento: El amor nace de una decisión libre, es la aceptación voluntaria de una fatalidad.

 

• Para el amante el cuerpo deseado es alma; por esto habla con un lenguaje más allá del lenguaje pero es perfectamente comprensible, no con la razón, sino con el cuerpo, con la piel. Cada vez que el amante dice: te amo para siempre, a una figura efímera y cambiante, da atributos divinos: la inmortalidad y la inmutabilidad. La contradicción es en verdad trágica: la carne se corrompe, nuestros días están contados. No obstante, amamos. Y amamos con el cuerpo y con el alma, en cuerpo y alma.

 

• Somos juguetes del tiempo y de sus accidentes: la enfermedad y la vejez, que desfiguran el cuerpo y extravían el alma. Pero el amor es una de las respuestas que el hombre a inventado para mirar de frente a la muerte. Por el amor le robamos al tiempo que nos mata unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno.

 

• En el amor todo es dos y todo tiende a ser uno. El ocaso de nuestra imagen del amor sería una catástrofe mayor que el derrumbe de nuestros sistemas económicos y políticos: sería el fin de nuestra civilización. O sea: de nuestra manera de sentir y vivir.


OCTAVIO PAZ (México)





viernes, 10 de febrero de 2012

MARTIR DE ONÁN

“Onán sabe cosas que ignora Don Juan” Octavio Paz


Ignoro su nombre (la radio lo omitió, solo mencionó el hecho), no así su edad (16) ni el recuento final (42) que lo condujo a la muerte un día de 2011 en algun lugar del Brasil.

Lo recuerdo porque incluso el siempre sagaz y correcto conductor matinal de RPP (Perú) no se libró de la sorpresa al dar cuenta del reporte: “Que noticia mas rara”.

En verdad no lo era, ni lo hubiera sido si el muchacho brasileño no hubiera muerto tan solo (en plàcida soledad) por hacer algo que todo el mundo, o casi todo, en el mundo, hombre o mujer, hace: correrse una paja.

Sucede que aunque masturbarse parezca un ignominioso sustituto de la cópula, lo cierto es que agitar un falo erecto por cuenta propia no es menos respetable que refregarlo en la cavidad hospitalaria de una vagina (u otra vía).

Sin embargo, con cientos de cientos de mujeres  –literalmente- al alcance de su mano, el muchacho brasileño de Rubiataba no se conformó con verlas en la pantalla de su computador sino que, sin vergüenza ni descanso, les dedicó de manera frenética, compulsiva y , segùn las consecuencias, 42 ahorcadas, hasta morir. Hasta morir por placer. No de placer.


viernes, 3 de febrero de 2012

MOMENTOS


Existen dos vidas, decía LAS: aquella que nos es dado vivir y aquella otra que nos permite la memoria ajena. De manera que, aunque suene a muletilla necrológica, es verdad que morir no es perder la vida sino naufragar en el olvido. Naufragio del que, tarde o temprano, casi nadie se libra.
Más, habida cuenta, sí, como se asegura, que una de las cosas que más alienta y estimula la existencia humana es el reconocimiento prójimo, no deja de ser lamentable que quienes ostentan o alcanzan aquel raro privilegio, no puedan disfrutarlo. (Salvo excepciones: Mario Vargas Llosa, que, además de ser el nombre del célebre escritor es también nombre de auditorios, clubes, centros culturales y escuelas).
Acaso, por paradójico que resulte, lo grandioso de la existencia humana sea que a pesar de su brevedad y fragilidad, o por eso mismo, sea perdurable. Y lo sea precisamente porque esta hecha de memoria. Tanto que el frontis del local que guarda la memoria estadounidense, el NARA, luce una inscripción rotunda: “Porque el pasado es el futuro”. Que duda cabe: nada existe que no se haga pasado. Aun cuando no todo lo pasado merece ser recordado.
Pero lo cierto es que alcanzar un lugar en la memoria no se limita a los confines ni del éxito ni de la fortuna. Al respecto, antes que explicar prefiero evocar un episodio que lo explica por si solo. Ocurre que cierto día un par de muchachos salieron de Lima rumbo a Chaclacayo con un propósito memorable: conocer a José María Arguedas y expresarle su admiración. Al verlos aparecer el escritor decidió agasajarlos en un restaurante próximo a su casa. De pronto, cuando se desenvolvía la conversación en una clima de cordial regocijo, los muchachos advirtieron que la ventana comenzaba a llenarse de rostros que asomaban curiosos y expectantes. Entonces, emocionados y envanecidos, por un instante, a través de aquella ventana los muchachos creyeron entrever la mirada de la posteridad. Sin embrago, la ilusión duro muy poco, pues apenas abandono una de las mesas un hombre alto y desgarbado los eufóricos mirones también desaparecieron. Aquel hombre era un saxofonista argentino, muy de moda entonces.
Con todo, aunque parezca lo contrario, las digresiones precedentes no tienen otro propósito que ponderar el legado del médico Pedro Reyes Barboza. El médico que sera recordado no solo por la dedicación a su profesión y la gratitud que convoca su memoria por parte de quienes fueron sus pacientes, sino también por quienes año a año, celebración a celebración, nunca -aun sin saberlo- dejaran de agradecerle ser el autor de “Cajatambina”, la canción más conmovedora, representativa y preferida de Cajatambo.
Parece mentira, aunque para quienes lo quisieron existan muchos otros momentos, para la puntilloza posteridad solo existe el día en que Perico compuso la canción y el trágico minuto -no debió durar más- en que cayó el helicóptero para qué siga con nosotros sea en nuestros momentos mas alegres o al caminar por la calle que lo recuerda o ingresar al hospital que rinde homenaje a su sacrificio.
Para terminar, ¿quién era LAS? Era, es, Luis Alberto Sánchez, tres veces rector de San Marcos, autor de más de 100 libros, amigo de Haya, Mariategui y Vallejo, una de las figuras más vastas, prolijas, sutiles y fundamentales del siglo XX.

BANDURRIA


Lo más sorprendente que pudo sucederle al distrito y a la provincia de Huaura no es solo que el Gral. Dan Martín decidiera iniciar allí el Gobierno Independiente que dio origen a la República sino también que sus médanos litorales guardaran -al igual que en el caso de Aspero en Puerto Supe y Caral en Supe Pueblo- los restos más remotos que dieron origen al surgimiento de la Civilización Andina. De modo que se trata de un escenario histórico y cultural, que duda cabe, de primer orden y asimismo fundacional por partida doble. En consecuencia, el desafío por conocer y por valorar ese legado también lo es. En ese sentido, a los huaurinos y huachanos del presente solo les cabe honrar ese pasado acatando aquel sabio consejo del viejo Goethe (el alemán más universal de todos los tiempos) que desde las páginas de El Fausto nos previene y advierte: “Merece lo que heredas”.
Cierto, se repite siempre, que no se quiere lo que no se conoce. Precisamente para allanar los ignotos confines del tiempo y de la arena, Alejandro Chu, acaba de publicar un libro cuyo titulo no pude ser más explicito: “Bandurria. Arena, mar y humedal en el surgimiento de la Civilización Andina”. Nadie para hacerlo más indicado que él: Chu es desde el 2005 jefe del equipo de investigación encargado de develar los vestigios milenarios de lo que por mucho tiempo era solo un espacio desierto conocido como la Pampa de las Bandurrias (por la abundancia de aquellas aves que ahora solo perduran en el recuerdo).
Evidencias que revelaron su intrigante presencia desde 1973, precisamente no como resultado de trabajos de prospección programados o de simples asaltos al pasado sino como resultado del paso implacable de las aguas residuales de la irrigación Santa Rosa entre el arenal. De manera que a Bandurria no lo descubrió ningún arqueólogo o huaquero sino las aguas que dieron vida al fértil a la Pampa de los Huancayos del distrito de Sayán. Por eso los primeros en advertirlo fueron los propios campesinos cuando en otro arenal -donde ahora se encuentra la laguna La Encantada- hizo su aparición un hueso megaterio que hoy se exhibe en una sala del Santuario Histórico de Huaura.
Entonces, prevenidos de lo que podían contener los médanos, un patriarca huachano, don Domingo Torero, junto con su hijo y tocayo y el arquitecto Jorge Chaparro determinaron estar presentes cuando el 6 de abril de 1973, a medía mañana, las caprichosas aguas del drenaje irrumpieran entre los médanos. Y apenas se abrieron paso, entre los tajos que fueron poniendo al descubierto, el patriarca de los Torero vio sobrecogido flotar sobre las aguas algunos cestos de junco. Así comenzó la historia de un desesperado rescate y de gestiones inmediatas para su reconocimiento como área patrimonial que nos permita ir -ahora- en busca del comienzo del comienzo de nuestra historia.
Pero las aguas no solo causaron destrucción sino devolvieron al litoral una apariencia avasallante. Acaso similar al de las condiciones que hicieron posible el poblamiento de Bandurria hace cinco milenios. Surgió entonces, además de dos hermosas lagunas, un humedal que sirve de refugio para 125 especies de aves, rodeado por un entorno verde compuesto de grama, junco y totora. Un verdadero Paraíso. Y todo eso es Bandurria y El Paraíso. Un área arqueológica de elevaciones superpuestas y plazas circulares y un área ecológica de mar y humedal que conforma un espacio de singular antigüedad y belleza que se ubica a 9 km. al sur de la ciudad de Huacho. Un espacio en el que la vida fue posible, antes de la invención de la cerámica, por más de mil años. Un espacio por el que durante más de cincuenta años en el siglo pasado los viajeros del tren que comunicaba Huacho con Ancón no alcanzaron a descubrir lo que ahora aguarda al viajero de la Panamericana Norte a la altura del kilómetro 141, luego de recorrer una breve trocha de 1.5 kilometros hacia el litoral, junto al mar, donde estuvo la morada de los primeros vecinos de la historia de América.

http://www.flickr.com/photos/wilakoj/sets/72157629134758769/show/

miércoles, 1 de febrero de 2012

TUSHUY





Rosalía Hijar Luna nació en Astobamba. Pero aunque se hizo profesora y madre de dos niñas, vive aun allí. En aquel pueblito de techos con calamina que luce al centro de su plaza un sombrero de concreto. Un pueblito al que todos, o casi todos, los que nacieron en ella quieren, pero, inexorablemente, abandonan.
Sin embargo, Rosalía -que también partió un día- despues de terminar la secundaria en Lima, pese a las promisorias perspectivas que podian retenerla, sin más, regresó. Regresó para quedarse. A partir de entonces su labor docente la llevó a permanecer en los diversos confines de Cajatambo, para ausentarse apenas durante las vacaciones escolares.
Mujer exuberante y de armas tomar Rosalía se nombra así solo en sus documentos, pues para el cariño de gente que la trata y aprecia a diario es, y será, siempre solo Nena. Nena, la Nena de Astobamba. La Nena cuya existencia transcurre entre la escuela 20001, la más antigua de Cajatambo, y las chacras de Malalín (heredada de sus padres).
Enérgica y delicada a la  vez, sencilla pero siempre elegante; emociona verla, conmueve recordarla.
Cierto día en Astobamba -mientras los menesteres domésticos del fin de semana la ocupaban- irrumpieron de pronto un grupo de músicos amigos. Venían, agradecidos, a recuperar una mandolina que daban por perdida. No sucedió así por la oportuna intervención de la dueña de casa. De aquella casa de patio empedrado y jardín florido. Fue así que Nena les dijo que no podían irse sin cantar ni tocar el instrumento salvado.
Fue entonces que, con no menos inspiración que decisión, retribuyó la consideración enfundándose una larga y negra pollera de bayeta (la  misma que vistiera su abuela), para dar paso enseguida a una muestra espontanea del más elegante huayno de todos cuanto existen en el Perú. Para corroborarlo se encontraba allí la diligente Margoth -su amiga más amiga- pues, gracias a ella (ó, mejor dicho, a su comunicador portátil) captó la escena, detuvo al tiempo.
Nena asegura no haberse visto. Que más da. Acaso ni haga falta, pues su gracia -gracias a Margoth- igual que el agua cristalina que corre rumorosa, pasando ha de quedar.
Para confirmarlo, hagan  un click aquí: