viernes, 31 de mayo de 2019

PRESENTIMIENTO


Después de almorzar y dar de lactar a mi hermano mi madre cogió una manta y se dirigió rumbo a Rodeocorral. Se fue en busca de boñiga seca que habría de atizar en el fogón de una casa situada en la parte alta del valle Supe-Ambar.
A medía cuesta, sin embargo, una indefinible y súbita aprehensión la estremeció. Detuvo su andar y giró sus pasos. Miró con melancolía la casa de piedra y techo de paja que una década antes, al llegar de Cajatambo a Lascamayo, su padre mandó construir.
En esa casa mustia, flanqueda por dos ríos, dormía mi hermano recién llegado al mundo un par de meses antes.
"Ay mi hijo, no lo he bañado", me contó que pensó.
Enseguida, sin pensar nada más, se regresó y encendió el fogón para poner a hervir agua.
Cuando terminaba de bañarlo, por el camino aparecieron Lucha y Gushma.
Mientras mi madre terminaba de vestir a mi hermano y conversaba con la pareja, luego de un ruido atronador, la tierra comenzó a temblar.
Eran las 3:23 de la tarde del domingo 31.5.1970.
"Las piedras rodaban de las laderas y la quebrada se llenó de una nube de polvo que duró días en desparecer", recordaría mas tarde.
Pero lo que verdaderamente jamás olvidó mi madre es lo que vio apenas terminó el sismo mas destructor de la historia del Perú.
Rudas y despiadadas piedras, que apenas unos minutos antes eran una pared, cubrían la cama en donde mi hermano hubiera muerto aplastado y triturado si la mano de mi madre no lo hubiera librado de tan trágico destino.

sábado, 11 de mayo de 2019

ROSITA y MANUELITA




El los seis tomos y las casi dos mil quinientas páginas de las "Tradiciones peruanas", a mi personal parecer y preferencia, las páginas más memorables, reveladoras y conmovedoras son aquellas que relatan el encuentro del autor con dos de las mujeres inmersas en la vida sentimental de los dos líderes políticos y militares más renombrados de América del Sur: José de San Martín y Simón Bolívar.


Rosa Campusano

Ocurre que siendo aun escolar, el adolescente Ricardo Palma, a los trece años, compartió aulas y amistad con el hijo único de Rosa Campusano (Guayaquil 1798-Lima 1858). Fue así como, a más de tres décadas de la Independencia compareció ante aquella mujer a quien, en los días aurorales de la república, llamaban La Protectora.
El escritor, entonces poco más que un niño, conversó con ella.
"Ella era una señora que frisaba en los cincuenta, de muy simpática fisonomía, delgada de mediana estatura, color casi alabastrino, ojos azules y expresivos, boca pequeña y mano delicada".
"Su conversación era entretenida y no escasa de chistes limeños, si bien a veces me parecía presuntuosa por lo de rebuscar palabras cultas".
Así recordó a la mujer que alguna vez amó al general José de San Martín.

Manuelita Saenz

Pasado el tiempo, siendo adulto y a la sazón contador naval, al acoderar la embarcación en la que servía en Paita, un joven francés condujo al "contador y poeta" Ricardo Palma -ni más ni menos- ante Manuelita Saenz (Quito 1797-Paita 1856).
Tullida y apartada, quien en otro tiempo fuera vendaval y fuego, franqueó la puerta de su casa y conversó durante varias tardes con el tradicionista.
"En el sillón de ruedas y con la majestad de una reina sobre su trono, estaba una anciana que me pareció representar sesenta años a lo sumo"
"Era una señora abundante de carnes, ojos negros y animadísimos...cara redonda y mano aristocrática"
"En el acento de la señora había algo de la mujer superior acostumbrada al mando y a hacer imperar su voluntad. Era un perfecto tipo de la mujer altiva. Su palabras era fácil, correcta y nada presuntuosa, dominando en ella la ironía"
Así evocó su encuentro con La Libertadora, el legendario amor del general Simón Bolívar.