lunes, 26 de agosto de 2013

LOS RODRÍGUEZ


Entre 1996 al 2000 existió un periódico, EL Sol, que murió cuando falleció el empresario minero a cuyo cuantioso capricho nació: Andrés Marsano Porras. Por su diseño y contenido no merecía perecer, pues fue un diario precursor del país que vendría después. Un día aparecí en una foto de su caratula, una lúgubre foto en la que se me ve (me veo) cargando un ataúd vacío. Con todo, El Sol era mi casa. La casa de mi espíritu. Cada sábado compartí en sus páginas artículos con un respetable  ex presidente de la República, un ex comandante general del Ejercito y un constitucionalista en funciones. Del papel traslado a la pantalla un texto de tributo que publiqué en El Sol y que explica un par de fotos que acabo de descubrir en la red.

El 2 de enero de 1998, a las 4:30 de la tarde llegué al lugar donde fueron sepultadas doce personas. Miré con tristeza  lo que siempre vi y no lo que estaba mirando: cinco rusticas casitas y un puente de madera. Me resití a creer lo que veia: cinco casitas y un puente que ya no existían.
Enormes bloques de piedras diseminados sobre el lecho del río como vísceras brotando sobre la piel de la tierra era todo cuanto quedaba de lo tantas veces visto y visitado. Solo unos retazos de planchas de calamina magulladas y trituradas sugerían alguna amable señal de vida. Era evidente que aquel recodo que habitaron los descendientes de Serafín Rodríguez murió con ellos.
Muchas veces al caer la tarde, luego de arduo caminar, antes de cruzar el puente rumbo al fundó que nos legó mi abuelo me detuve a conversar y degustar la hospitalidad del "Cabezón Shella" y doña Shahui, su mujer. Pero esta vez era diferente estar allí. Luego de veinte horas de caminar de cara al barro y la desolación, al llegar a Lascamayo trato de recordar como eran las dos parcelas junto al río que el huayco  nos ha robado. Y al igual que en lugar de la tragedia, las miro sin verlas.
Nuestra casa y la de mis vecinos permanecen temerarias sin nadie. Me cuentan que todo pudo perderse, pero ocurrió que el barranco desvió su curso hacia el cerro. No obstante, a pesar de la destrucción la parcela que hizo cultivar mi madre reverdece. "Te damos una mano", me dicen. Yo agradezco.
Años antes, cuando nadie imaginó ver aquel remoto rincón de la quebrada en todos los canales de la televisión y todos los periódicos del Perú, un día pasaron por puente un grupo de gringos con sus mochilas. Se detuvieron donde el viejo Shella y enseguida siguieron camino arriba. A partir de entonces, el viejo Shella no hacía otra cosa que responder a cuanto le viniera en gana: "¡Okey! ¡Okey, carajú!"
Nunca dejó de intrigarme porque, después de cada peligro, aunque decían que se mudarían jamás se fueron.  Después de todo, aquel curso de aguas era morada familiar desde sus abuelos. Y por eso allí se quedaron hasta que la tarde del 27 de diciembre de 1997, después de una lluvia torrencial, un alud descomunal se los llevó para siempre.
Un puñado de cruces y una rústica capilla recuerdan, a partir de entonces, a una abuela,  a sus dos hijos y sus mujeres y a sus siete nietos despedazados por el lodo y las piedras.
Poco antes de la desgracia un cáncer acabó con la existencia del viejo Shella. Dicen que partió lamentando irse sin los suyos. Sin Shauina, su mujer; sin Quile y el Che, sus dos hijos; sin Charo y Yola, sus nueras. Y sin sus siete nietos que siguieron sus pasos.
El tiempo y el pasto que rodea las piedras apacigua la violencia mortal de los hechos. No importa, a pesar del pasto y del olvido, aquella será siempre en mi memoria la morada del viejo Shella. El patio amable en donde, altivo y ceremonioso, lo veo cada tarde coger unas verdes y secas hojitas de coca para saborearlas como si se tratase de la vida misma.

miércoles, 21 de agosto de 2013

TÍO LUCHO

Lucho y Pochita
"Al ver que mis hermanas eran bonitas, yo me dije que el día que me casara, buscaría una mujer guapa como mis hermanas", con esas palabras Luis Reyes Loarte, el tío Lucho, celebraba el amor y la compañía de Pochita.
Recuerdo la última vez que al salir del CRC-Huacho fui con él hasta su casa. Sucedió que al descender del vehículo se dispuso a pagar el costo del transporte pero al percatarse que era innecesario, contrariado y feliz, exclamó: "¡Carajo! ¡Me jodiste!"
Al ingresar, indulgente y amorosa, Pochita lo esperaba. Bebimos una cerveza y nos despedimos. Fue el último brindis -hoy lo sé- por la vida.


El día 28 de julio de 2013, conforme me lo solicitaron, hice una alocución durante el desfile por Fiestas Patrias en Cajatambo. Dije algunas cosas de carácter histórico que creí pertinente compartir (y al parecer grato de saber). Enseguida me dirijí al Tambomachay y fue allí donde me enteré de la funesta noticia: el tío Lucho, dijo mi primo Jashy, había fallecido.
A mediodía en Astobamba al encontrarme con la comitiva de la Capitana de la Tarde en Huacho, recibí las condolencias. No era para menos: el tío Lucho fue siempre mi tío paterno más cercano. Y Pochita, su esposa, la más entrañable amiga de mi madre. La única persona que apenas enterada de su fallecimiento pasó horas en la morgue haciendo compañía a su amiga de toda la vida.
Por eso durante la noche, mientras cenaba y el rumor de las bandas de viento inundaba las calles, mis lágrimas se convirtieron en el más elocuente homenaje al tío ausente. Al tío que se fue soñando con volver a Mani.

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martes, 20 de agosto de 2013

CRÓNICA DE OYÓN



"El carro, la mula y la mujer, no sabes en que momento te va joder", dice Mario Gaitan, el pirotécnico de Oyón, propietario y conductor del taller de fuegos de artificio "Virgen de la Asunción".
Por lo demás, Mario sabe de lo que habla: ayer 19.8.2013 su familia sufrió un accidente repentino camino a los baños del pueblo vecino de Viroc. El auto conducido por el mayor de los hijos salió volando de la pista.
Ahora Mario se encuentra rumbo al hospital regional de Huacho.
Mario es oyonisto, pero su padre -me cuenta- también llamado Mario Gaitan fue de Cajatambo. Y como buen

cajatambino fue buen torero. Y por si fuera poco, durante la década de los sesenta del siglo pasado, llegó -nada menos- integrar las cuadrillas de matadores en Acho durante la feria taurina del Señor de los Milagros.
El domingo 18 por la tarde partí rumbo a Oyón. Me persuadía hacerlo retribuir la invitación de mi primo José Cuellar y de Freddy Mugruza, pero en particular, de sus esposas al despedirnos, luego del primer día de las corridas de toros en Cajatambo, el 30 de julio.
Para mayor fortuna, coincido en el viaje con la esposa de un amigo cajatambino. Y por eso es que al llegar, la esposa de Zenón Trucios me invita acompañarla al "Hotel Minero", el principal hotel de Oyón. Me presenta allí a su hermano Alex Vizurraga (ex gobernador) y a Edinson Cruz (dueño del hotel). Pero lo más grato de aquel encuentro es que Alex sostiene un arpa y Edison una guitarra, de manera que no puedo menos que aplaudir, bailar y cantar tal si me hallase en Cajatambo.
Llegada la noche Edinsón anuncia con picardia: "Ahora nos vamos al corneo de cinta para que aprecie Cesitar". La verdad que me abruma tanta consideración.
Al llegar a la plaza nada me impresiona más que ver decenas de parejas elegante y vistosamente ataviadas. En especial las mujeres. Lucen el atuendo de las bailadoras de mulizas jaujinas: sombrero, mantilla y holgadas faldas que se extienden hasta sus tobillos. Al verlas, una vez más compruebo que no hay nada mas bello que ver a una bella mujer bailando bellamente.
La primera persona que reconozco y saludo es Luzmila Samanamud, la voz más intensa y melodiosa de la historia de Oyón. Enseguida comparezco ante José y Freddy, quienes eufóricos celebran mi presencia.
Y para colmar la sorpresa, Lushmi aparece con Panchita Vizurraga.
Bailé, hablé y bebí hasta el amanecer. Incluso Ruben Cavello, al hacer su presentación, tuvo la gentileza de dedicarme algunas canciones.
El día 19 me pasé el día por las calles de Oyón junto con las pallas y los capitanas. Al caer la noche, luego de

espectar el segundo día del torneo de cintas, dormí plácidamente en el 235 del Jr. Huacho, que es la dirección del hotel de Freddy.
El 20, previo a partir de regreso a Huacho, igual que al principio me dirigí al "Hotel Minero". Edison me despidió con un delicioso y suculento desayuno: chupe verde, canchas, panes aromosos y queso fresco.
Pero lo más imprevisto fue ingresar al "Muqui", el mejor bar-discoteca no ya de Oyón sino hasta de Churín. Inaugurada con ocasión de las fiestas patronales en honor a la Virgen de la Asunción, "La Achuquita", la discoteca que regenta Edinson Cruz Jr, por su diseño y confort, está destinada a ser un destino imprescindible para quienes visiten Oyón.
Y por si fuera poco, además de Edinson Jr (que es estudiante de turismo en Lima) los otros hijos de la familia Cruz, también están vinculados al rubro. Por eso insisto en mostrarles mi última crónica sobre la Cordillera Huayhuash. Las imágenes los deslumbran. Entonces les digo que es hora de unir esfuerzos para promover un circuito conjunto entre Oyón y Cajatambo. Me abrazan emocionados. Y es como si Oyón y Cajatambo en sus brazos, otra vez, se abrazaran.




Por la altura de su localización, que supera los tres mil ochocientos metros de altura, la población de Oyón más que a la agricultura o a la ganadería a estado vinculada por generaciones a la actividad minera. Y aun antes que la provincia ostentara con orgullo la denominación de "Capital carbonífera del Perú" Oyón, por la dedicación de su gente, ha sido siempre un pueblo minero. Tanto que, desde antiguo, era común escuchar decir que aquel era un pueblo chancafierro. O bien, también, un pueblo en donde si aparecía una acémila fletada  con oro, para hilaridad de los oyentes, se aseguraba que los oyonenses preferían el burro al oro. Cuando le hice el comentario a mi prima Iris (de madre cajatambina y padre oyonense) obtuve la mejor de las respuestas: "Ah claro, así es, pues allá sobra el oro".
Al contemplar la belleza y elegancia de las mujeres de Oyón es ineludible, por el vestuario que lucen, no recordar mi visita a Jauja en épocas de carnavales. Para corroborar mi impresión me cuentan que en otros tiempos, antes de migrar a Lima, la población de Oyón se trasladaba a los asientos mineros del centro del Perú. Y a su regreso no solo volvían con ahorros sino con  otras costumbres. Así la muliza jaujina pasó a ser también un baile de Oyón.



jueves, 8 de agosto de 2013

CORDILLERA HUAYHUASH: RUTA DE IZCO Y HUANACPATAY


                                                           A la memoria de Luis Reyes Loarte
.
El  2 de agosto de 2013, día final de las celebraciones patronales, partí  de Cajatambo hacía la quebrada de Izco junto con un equipo de filmación contratado por el gobierno regional de Lima. Además de las cuatro personas de la productora (dos mujeres y dos hombres debidamente uniformados con casacas negras y rojas), integraron la expedición una chica (Lorena) y un muchacho (David) por el organismo regional. En mi caso, mi incorporación se debió al pedido expreso del gobierno local, vía el regidor Leonardo Olave.

Ciudad de Cajatambo (foto: Norberto Hijar)
A las nueve de la mañana el rodado rentado (una minivan gris) empezó a trepar a través de la trocha que serpentea el San Cristóbal (apu tutelar de la ciudad de Cajatambo). Aquella ascensión fue motivo para realizar la primera toma. Vencida la última curva y alrededor de la cruz plantada en el lomo del apu se halla el primer mirador de la ruta que hace posible contemplar al solitario glaciar Huacshash. Pues precisamente huérfano es lo que significa Huacshash en quechua. Filmado con rigor y mirado con admiración nos despedimos del Huacshash desde Cruzpunta. 


Sin embargo, no menos atracción ni admiración produjo la súbita aparición de una chica alta y rubia, enfundada por una ondulante licra ceñida, que pasó como un ángel sonriendo rumbo al San Cristóbal seguida de otra muchacha no menos rubia pero si menos impresionante. Luego de los gestos de saludo, escuchamos que conversaban y según David,  una le preguntó a la otra: “¿Cuál te gusta?” “El de lente”. En contraste, cerrando fila, también vimos pasar raudo a un  rubicundo enteco impulsado por un par de piernas enclenques, y de remate, chuecas, apoyándose con dos bastones de trekking. El día anterior me topé con ellos en el puente de Cuchichaca y la menos impresionante satisfizo mi curiosidad: “Alemania”. Durante el viaje me confirmaron que no solo vinieron a caminar sino que se les vio durante las celebraciones comiendo harto y bailando (o, cuando menos, intentando hacerlo).


En un recodo de la quebrada de Izco antes que las montañas el rugir de las aguas de la catarata Escalería llama la atención de Teresa, (jefa del grupo de filmación). Espigada y enérgica, desembarca y corre fascinada. Ordena locaciones y tomas. Una en especial: que Ricardo se detenga con su cabalgadura a mirar la furia trepidante del agua que cae.  A partir de aquella catarata, a mediados del siglo pasado, se inició la construcción de la irrigación que trasvasa parte de su caudal hacia los alfalfares de Cajatambo (pues la otra parte, la mayor, está destinada a movilizar las turbinas de la central hidroeléctrica de Cahua). Hecha las tomas volvemos al rodado plateado y Ricardo a su caballo. (Lo que ignoro entonces es que de allí, hasta el limite con Huanuco, comenzaba -lo sabría luego por mi padre- la hacienda Pumarinri, la mas extensa hacienda ganadera de la historia de Cajatambo y que por mas de una centuria perteneció a mi familia paterna). 

Ricardo Espinoza en la catarata Escalería (Foto: David García)
Junto a mi, para mi regocijo, tengo a mi lado a Avilia Roque, esposa de Ricardo Espinoza, nuestro guía. Pues Avilia es una mujer risueña y clave: en sus manos estará nuestra alimentación. Para ella, más que un expedicionario soy su paisano, y por si fuera poco, la conozco de un anterior viaje. De manera que esta vez, en nuestra conversación prevalece el quechua. Prefiero hablarle así porque  hacerlo la embellece, ríe con más gracia y habla con más audacia. Me cuenta que Ricardo, su marido, junto con su hijo y su sobrino esperan con los caballos y la recua de jumentos que habrán de relevar a la minivan cuando se termine la trocha. No obstante, aunque la trocha continua, la travesía motorizada se suspende ante la rotunda negativa del chofer que aduce falta de potencia de su rodado para remontar la cuesta. Perplejos, mortificados, desconcertados los pasajeros miran el sendero. Sin pensarlo decido ir hacía el. Cuando me cruzó con Ricardo, que vuelve con la caballería al rescate de los defenestrados, me indica el camino a seguir. Obediente, camino y camino. Me doy cuenta una vez más que es ese placer autista el que disfruto más: descubrir por mi cuenta.

Expedicionarios de la República Checa (Foto: David García)
Como me indicó llego directo a la piscina de Guñoj luego de cruzar una pampa anegada  por oconales. Apenas hago mi ingreso a través del zaguán que cruza el área cercada por alambres me presento ante el encargado. Además de mi nombre digo algunas palabras en quechua. Así me entero que el grupo visitante que acampa en esos momentos proviene de la República Checa. Al poco rato, uno a uno, altos y rozagantes, los checos ingresan a la piscina. Por su parte, para mi gran sorpresa, Adelina, esposa del encargado de turno -pues los baños de Guñoj pertenecen a la comunidad campesina de Uramaza- me ofrece un plato de sopa. Apenas lo pruebo descubro que sabe delicioso. Papas, leche, fideos y trocitos de queso; es inevitable no recodar la sazón de mi madre. Pero la verdad, tanto como del sabor de la sopa disfruto de la calidez de aquella familia comunera. Al pensarlo, el corazón me aprieta.

Después de más de un hora de espera recién vislumbro los primeros bultos que se mueven a lomo de burro al pié del coloso Pishtaj. El que corta, o peor aun, el que descuartiza, el  Pishtaj hace honor a su nombre: oscuro, alto, macizo y majestuoso; sin ápice de nieve, roca pura, su imponencia no es menor. Cuando llegan los cazadores de imágenes no ya lo checos sino sus arrieros ocupan una piscina de 5 x 12 metros construida por la propia comunidad de Uramaza en el 2007. El costo de ingreso por visitante es de 20 soles, con excepción de sus auxiliares. “Estos huaracinos son cochinos y atrevidos”, se queja Adelina. Aunque estar en grupo les inspira seguridad, mi presencia no pasa desapercibida y mucho menos cuando llega el grupo cámara en mano. Acostumbrados a ser los exclusivos dueños de las montañas sienten una evidente incomodidad. Gritan y chupan, entonces camino hacia ellos y les digo: “Haber muchachos, escondan esa botella de cerveza, que van a filmar por parte del gobierno regional de Lima, pues esto pertenece a Lima”. Nada más: la verdad no ofende.

Dique y nevado de Pukacalle (Foto: Lizbet Susanibar)
Como tampoco decir que la piscina requiere de mayor cuidado y que los servicios higiénicos lo son menos de lo que su nombre sugiere. Un letrero que prohíba el consumo de bebidas alcohólicas en la piscina  y su limpieza permanente, más la remodelación de los baños es algo que puede, y debe, de hacerse para la temporada del año próximo, que comprende los meses sucesivos de mayo a setiembre. Pues estar en una piscina de aguas termales construida a campo abierto a más de cuatro mil metros de altura y desde allí contemplar la soberana albura del nevado Pukacalle constituye no solo un cómodo descanso sino un autentico privilegio de la vista. Y es entonces cuando la belleza no solo se ve sino se siente, se respira, y casi se toca.

La tarde avanza y nuestra marcha también. Deslumbrados, a pesar de la fatiga, por la proximidad del Pukacalle nos adentramos hasta la parte más recóndita de la quebrada de Izco. Soy el único de los pasajeros que sigue a pié.  Ricardo, generoso, me alcanza con su caballo; le agradezco: “Manan. Chaquipalapa”.  Sonríe halagado y pica al caballo. Al llegar al campamento de Cuartelpapama nos recibe el rugir de otra catarata: el de la salida de las aguas de la laguna de Viconga, la principal proveedora de la hidroeléctrica.  Sin pensarlo, otra vez, sigo de largo. A medía cuesta me vuelvo sobre mis espaldas, contra lo que supuse nadie me sigue. Casi al llegar veo un par de niñas caminando por un muro lateral. Cuando llego hasta allí constato que se trata de una pared de menos de 20 centímetros y un vacio de 20 metros hacia la quebrada. Disminuyo el paso: he caminado demasiado para tener miedo. Cuando alcanzo la estructura principal de la represa (rodeada por tubos y mallas amarillas el vigilante me dice: “Por la parte que usted ha ingresado está prohibido: es peligroso”) recién entonces me percato que el camino a seguir es por la otra banda, la de la derecha.

Laguna de Viconga (Foto: Rolando Reyes Lizzetti)
Conmovido, miro y remiro aquella laguna que da vida a la hidroeléctrica que opera desde 1967, justo a poco de la inauguración de la carretera a Cajatambo (16.7.1966) realizada por Fernando Belaúnde. Para mi sorpresa, mientras converso con los dos vigilantes, veo asomar el cuerpo magro y valiente de Teresa. Con señas le indico la ruta a seguir. Aunque al hacerlo no lo advirtiera luego sabría que mi presencia le otorgó seguridad y confianza a su labor. Y por mi parte, descubrí que más allá del rigor con que desempeñaba su trabajo habitaba en ella una encantadora y ocurrente mujer que todo el resto del viaje no perdió ocasión de hacernos reír (aun a costa mía).

Catarata de Cuartelhuain (Foto: David García)
Cuando regresamos a Cuartelpampa las carpas ya estaban erigidas y los caballos y los burros maneados (para evitar que se fuguen o se alejen demasiado). A pesar del frío, acrecentado por la brisa del río, pocos caldos pudieron ser más propicios, y sobre todo: deliciosos, como el preparado por las diligentes manos de Avilia para mitigar el hambre y mirar ávidos el cielo despejado tachonado de cautivantes fulgores. Tan felices fuimos que hasta pedimos a Ricardo apagar la lámpara para mirar las estrellas y descubrir que para la belleza no hay distancia ni frío que nos prive de su goce.

Después de la cena llegó el momento del brindis a través de una tetera de delicioso y abrigador calentadito hecho con ron, canela, azúcar, jugo de naranja y de limón. Agotado el calentadito hasta el último sorbo, exhaustos y dichosos, nos dispersamos hacia nuestros  respectivos refugios. Pero valgan verdades, casi nadie durmió. No exactamente por el frío ni por la incomodidad de las bolsas para dormir, sino por la excesiva duración de la noche. De ocho de la noche a seis de la mañana, igual que la virginidad prolongada -que de ser una virtud pasa a ser una desgracia- el reposo en las carpas se vuelve una tortura. Pero acaso la tortura vale lo que enseguida procura, día a día, paso a paso, entre las montañas.


PASO CUYOC
Los Yanac aclamados: Apolonio, Guido y Pedro
El 3 de agosto, al despertar, que es solo un decir (pues en verdad, reitero, nadie durmió) Ricardo, nuestro guía, dijo: "Hoy subiremos hasta 5,040 metros". Para abrigar el cuerpo ordenó caminar. Apenas terminamos de desayunar, puesto que tenía decidido continuar a pié, cogí el bastón de aluminio y emprendí camino. "Vete solo por la izquierda. El camino está vigente." Caminé y caminé. En realidad, caminaba y pensaba; miraba y admiraba. 


Cerca al mediodía, más emocionado que agotado, llegué al paso Cuyoc, el mirador del que nos habló Ricardo. Sólo ante la vasta inmensidad sentí un no menos vasto orgullo de saber que por mis venas corría sangre de alpinistas. Por si fuera poco, sangre de los más legendarios alpinistas de la historia del Perú: los hermanos Yanac. Pero además, no podía no pensar, en que todas esas quebradas que componían el circuitos y sus campamentos habían pertenecido a mis abuelos. Tal vez por eso mi cuerpo se rebeló para llegar sólo, solo alumbrado y deslumbrado por el sol y la nieve. Y también por todo eso tal vez lloré. Lloré y miré, sin cansarme.


Al pié del apu Puscanturpa (Punta del hilado), rumbo a la quebrada de Huanacpatay, aquel día (3.8.2013), mientras aguardaba impaciente la aparición de mi grupo, coincidí con la expedición checa (a los que animé desde una cresta rocosa diciéndoles: "¡Welcome Republic of Checa! ¡ Viva Vaclav Havel!".
Majestuoso y esquivo Yerupajá visto desde el paso Cuyoc (Foto: David García )
 Esperé por más de una hora, pues, a pesar de venir cabalgando, el grupo que me seguía tardó en aparecer. Tal vez también por eso Teresa, la jefa del equipo de filmación terminó por decirme en Huayllapa: "Don César, cualquiera no hace lo que usted hace con facilidad y felicidad. La verdad, me quito el sombrero". Al escucharla tan solemne, a ella que era pura broma, solo sonreí. Pero lo inolvidable sucedió cuando Ricardo, sin duda el más experimentado guía de la Cordillera Huayhuash, me  abrazó al despedirme. 


No dijo nada, pero el fulgor de sus ojos claros lo dijo todo. 


CAMPAMENTO DE UTUCPAMPA

Atardecer en la quebrada de Huanacpatay (Foto: David García)
A diferencia de despertar en Huacho, para encender el televisor y ver programas en portugués, abrir los ojos aquel 4 de agosto a medianoche, embutido en una bolsa de dormir dentro de una carpa congelada a 4200 metros de altura en la Cordillera Huayhuash, resulta una implacable tortura. Afuera, el frío inclemente, y dentro, la noche inacabable. Entonces se comprende mejor porqué Einsteín, el león de la física, sostuvo que algunos segundos duran más que otros. Sin muros, ni laberintos, la vasta y gélida pampa, nos somete a la condición de aterrados y temblorosos despojos. "Quién mierda ha dicho que dormir en sleeping es dormir", se queja Jorge, el asistente del equipo de filmación. 


Pero más que el frío tortura el fuego interior. No soporto pensar. Para peor, malpensar. Tal pareciera que yacer tumbado sobre la pampa fuera igual a tener la mente por los suelos. 

De remate, los dos platos de arroz chaufa de la cena en mi estómago, reclaman urgente expulsión. Al carajo con los pensamientos. Apurado abandono la carpa, cruzo la pampa oscura y tanteo un pedregal para encontrar el lugar apropiado para vaciar mis tripas a la luz de las estrellas. Superado el trance fisiológico  vuelvo a los avatares del alma. Pues es casi imposible no tener en cuenta que mi presencia en esta pampa no es más que la continuidad de mis predecesores.

Camino hasta el medio de la pampa para mirar hacía el fondo: pero es el apu Puscanturpa con su albura nocturna el que parece observarme. El cielo luce hermoso: jamás creo haber visto más estrellas juntas, y hasta fugándose. A pesar del frío, ignoro volver a la bolsa. Prefiero las estrellas, la luna y la montaña. No resulta sencillo, pues hace un frío de la granputa. Con todo, decido contemplar el amanecer. Camino para mitigar el ataque del viento. Y mientras camino canto huaynos cajatambinos. 

Amanecer en la quebrada de Huanacpatay (Foto: David García)

En la quebrada de Huanacpatay no hay gallo que cante ni perro que ladre, solo el incesante rumor del río recuerda que la vida vive. Cuatro muchachas venidas desde Israel, además del grupo del grupo del que formo parte, duermen (o intentan hacerlo) mientras yo camino, canto y miro.



A pesar del frío y la eternidad de la noche, nunca como en esta noche siento mas orgullo de pertenecer a la familia que pertenezco y de haber nacido en Cajatambo. Tampoco me cuesta imaginar a mis abuelos cruzando la pampa cabalgando enjaezados corceles.


Tal vez fuera verdad lo que imagino que fué y lo que será cuando, horas después y bajo un sol radiante, las mismas almas a través de la voz de Espíritu Espinoza, me dicen:               "¿Chaquilampa cutimurguyni?" "Aumi: chaquilapa". No exagero: nunca  fui más feliz que en aquel camino.

Avilia (Foto: David García)

Espíritu sonríe dichoso detrás del mostrador de su tienda. La expresión de su risa se hace mas jocosa todavía al ver su nariz que parece un rocoto incrustado a su cara. Le pido una cerveza para brindar y de buena gana se sienta para compartir tragos y recuerdos. 



Afuera, mientras el sol reverbera sobre el parque de Huayllapa, escucho que alguien me nombra. Casi enseguida  ingresan un par de jóvenes y me saludan sonriendo. Uno de ellos es hijo de Espíritu y el otro Edison Neyra, el más calificado guía de montaña de Cajatambo junto con Ricardo Espinoza. 


Llevo puesto el polo alusivo de la Expedición Caral-Kotosh del 2008, que conduje desde Huacho hasta Cajatambo. Por otra parte, aunque las tierras fueran de mis abuelos para serlo de igual modo de los comuneros, siento, al ver a Espíritu y a los muchachos, que existe un patrimonio que ni se vende ni se expropia ni se pierde. Que solo se merece. Paso a paso.

Vídeo: