martes, 16 de junio de 2009

OCTAVIO PAZ

(1914-1998)


El 19 de abril de 1998, a las diez y medía de la noche, falleció en Coyoacan (México) Octavio Paz. Así concluyó una trayectoria vital de 84 años que hizo posible la prosa más notable del siglo XX. Sin embargo se trató de un poeta. Un gran poeta (sin duda uno de los cuatro grandes de la poesía de América del Sur junto con Vallejo, Neruda y Borges). Entonces, cabe preguntarse, ¿ porqué encomiar tanto la prosa de su prosa?. La razón es simple: escribió los ensayos mejor escritos del idioma español. Pues si Alfonso Reyes fue un océano frenético y Borges un relámpago implacable Paz ensayista fue simplemente una luz que al mismo tiempo que alumbra abriga. Por eso su palabra aunque alcance el minucioso rigor de una fotografía perdura, ante todo, con la rotundidad final de un abrazo.

A lo largo de su vida convocó el reconocimiento y la amistad de los más grandes pensadores hispanos que lo precedieron: Ortega y Gassett, Reyes y Borges; y del mismo modo retribuyó con admiración el aprecio de sus iguales en este y el otro mundo (es decir: en la memoria). No es una exageración: El laberinto de la soledad, su primer ensayo publicado en 1950, ha logrado la misma cifra de ejemplares vendidos que habitantes tiene el México actual: 100 millones de lectores.

“No miro con los ojos: las palabras son mis ojos”, escribió. Testigo lúcido y apasionado de su siglo no buscó refugio en el pasado ni en las ficciones ni en el respetable amparo de las cátedras. Su atención siempre fija en el presente; por el contrario, nunca estuvo solo en el presente. Y puesto que, según creía, ciegan por igual la excesiva luz y la excesiva sombra, su mirada vigilante y acuciosa proyectó una visión y un tono tan inconfundibles que no leerlo es ignorar la forma más extraordinaria de ordenar palabras para aprender a mirar (y caminar) en este mundo de breves dichas y largas penas.

Aunque en su trayectoria laboral fue maestro de escuela y diplomático el resto de su vida su existencia no fue otra cosa que un constante -solitario y solidario- ejercicio del entendimiento a través de la poesía y de los textos de discernimiento que motivan esta desordenada evocación. Textos que en total suman 16 tomos (a un promedio de medio millar de páginas cada uno) presentados y compilados por su propio autor. Ahora mismo, cuando proso estas vacilantes líneas, tengo dos de ellos a mí alrededor: Usos y costumbres, que abordan las no siempre armoniosas vinculaciones entre la cultura y el poder. Igualmente perduran en mi memoria la fascinante lectura (y relectura) de un puñado de libros sin los cuales jamás me hubiera atrevido a publicar. Pues, como dijera el mismo Octavio, se aprende copiando de los demás y después sigue uno su camino.

Han pasado los años (y seguirán pasando) pero si es verdad que el estilo es el hombre, continua hoy tan vivo como cuando estuvo presente. Y no menos actual; puesto que hoy como nunca las miradas se dirigen hacia las dos culturas que más lo cautivaron: India y China. Y asimismo, tal como celebró al imaginarlo, vivimos una época en que las imágenes, los signos y sonidos se han entreverado en nuestras vidas de tal modo que lejos de ocultarse la palabra sigue teniendo la última palabra.

El tiempo en su curso inexorable vuelve olvido al presente, que duda cabe; sin embargo, me parece oír todavía las palabras de la mujer que me quería con mis libros octavianos y todo lo demás: “Ha muerto ese señor ¿no?”. Falso: para mí fue ella la que murió.
 

Pensamiento y palabra:

“La libertad no se define: se ejerce. Es una respuesta. La prueba de la libertad no es filosófica sino existencial: hay libertad cada vez que un hombre se atreve a decir No al poder. No nacemos libres: la libertad es una conquista – y más: una invención”.
“Queremos comprender y para comprender se requiere intrepidez y claridad de espíritu. Además y esencialmente: piedad e ironía. Son las formas gemelas y supremas de la comprensión. La sonrisa no aprueba ni condena: simpatiza, participa; la piedad no es una lástima ni conmiseración: es fraternidad”.
“El ensayo es un genero difícil. Por esto, sin duda, en todos los tiempos escasean los buenos ensayistas. En uno de sus extremos colinda con el tratado; en el otro con el aforismo, la sentencia y la máxima. Además, exige cualidades contrarias: debe ser breve pero no lacónico, ligero y no superficial, hondo sin pesadez, apasionado sin patetismo, completo sin ser exhaustivo, a un tiempo leve y penetrante, risueño sin mover un músculo de la cara, melancólico sin lágrimas y, en fin, debe convencer sin argumentar y, sin decirlo todo, decir todo lo que hay que decir…”
“La guerra acompaña al hombre desde que es hombre. Es uno de los componentes del ser humano y de ahí que no sea exagerado hablar de un instinto guerrero. Las religiones, las filosofías y las ciencias han tratado de explicarlo. La teología acude al pecado original y a Caín; el marxismo a la división de clases sociales; freíd a Eros, Thanatos y al sadomasoquismo; Nietzche a la voluntad de poder; la sociobiología a nuestro pasado animal. Lo cierto es que la guerra aparece en todas las sociedades y en todas las épocas”.
“Los hombres hemos cambiado y sublimado nuestra sensualidad: la hemos convertido en rito, pasión, imagen, teatro, ceremonia y así hemos creado un dominio distinto y puramente humano: el erotismo. Transformar el instinto de lucha exige un cambio muy profundo en la conciencia de los hombres. Es algo dificilísimo, no imposible. No soy enteramente pesimista: el hombre es el único animal que cambia”:
“No propongo, claro, abolir al mercado sino someterlo al Estado. Sería suicida. Es un mecanismo eficaz y sin él la vida económica se estancaría. Pero hay que decir, asimismo, que el mercado provoca graves desigualdades y muchas injusticias. Además, es el responsable de una lacra moral y psicológica que degrada a nuestras sociedades: la substitución de los valores –éticos, afectivos, estéticos, políticos- por el precio. Las cosas y los hombres no tienen valor: tienen precio”.



 

 












 

 
 

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