domingo, 14 de agosto de 2011

AMBAR, SUCURSAL DEL CIELO

                                
                                                                                 Para Moni Pili, con afecto


 Dicen que la hora más deslumbrante del día llega cuando el sol se va, y sin ninguna duda, el fulgor dorado del atardecer en ningún lugar reverbera con más intensidad que en las laderas del Valle de Ambar. Por eso se llama Ambar. Cuenta la leyenda que fue Gonzalo Pizarro al pasar por la quebrada de Ayllón, quien la nombró así. Sea quien fuera, el conquistador o algún anónimo mentor, no hicieron sino patentizar el impacto ineludible de hallarse en un pueblo situado en el curso mismo del río que, hace cinco milenios, dió  vida al surgimiento de la civilización más antigua de América: La ciudad sagrada de Caral.


Con una población que rebasa los 3 mil habitantes, ubicado a 2 mil msnm, Ambar es uno de los 12 distritos que conforman la provincia de Huaura. Escindida de la jurisdicción provincial de Cajatambo en 1935, su adhesión fue consecuencia de la construcción de la carretera que lo une con la ciudad de Huacho. No obstante, traspuesto el umbral del siglo XXI, Ambar no ha perdido su esencia agrícola y ganadera, al contrario, la ha afirmado: no solo produce los quesos  más apreciados por la población huachana sino que se ha convertido en el distrito con más plantaciones de duraznos de la región Lima.

Sin embargo, con la construcción de la carretera, Ambar conquistó la modernidad, dejó de ser un pueblo típicamente serrano: sin quechua ni comunidades campesinas (al menos por un tiempo). Con todo, la pasión por el huayno no murió jamás. Incluso, aun ignorando su significado, el canto tradicional durante los rodeos, conserva todavía expresiones quechuas. Por eso mismo, no deja de ser lamentable y paradójico que un pueblo tan laborioso y tan alegre, ante la orfandad de contar con un acervo vernácular propio, deba resignarse a las monótonas trivialidades ajenas a su tradición.

Son más de 400 mil plantas de duraznos de la mejor calidad que reverdecen en las parcelas y las laderas de Ambar. Miles de plantas no solo de duraznos sino de chirimoyas y paltas que, al igual que la carretera, no llegaron por casualidad sino gracias al emprendimiento de su gente. Mujeres y hombres, tenaces y laboriosos, irreverentes y jocosos. Pues mientras en no pocos pueblos del Ande, por desgracia, el motor de las faenas es el alcohol, en Ambar, felizmente, en cambio, lo es el humor. De manera que, bien podría ser la consigna de los agricultores ambarinos, esta exacta afirmación: ni una gota en la chacra, torrentes durante la fiesta.

Pese a todo, aunque abunden los duraznos, las chirimoyas y las paltas, Ambar padece la orfandad de lo que en otros tiempos tuvo: músicos propios. Más precisamente, virtuosos guitarristas. Acaso aquella remota nostalgia lleva a decenas de ambarinos a alternar, y sentirse como en su casa, en las fiestas que los cajatambinos residentes en la ciudad de Huacho organizan cada año. Y es que aunque Ambar desde 1935 pertenece a otra provincia, cultural y afectivamente sigue gravitando en la órbita de Cajatambo. Por eso, aunque su población haya alcanzado pleno empleo en los campos fruticolas, las ambarinas y los ambarinos no han dejado de tener presente y ni echar de menos la prosa y la prestancia de saberse cajatambinos.
Tan presente sigue el legado cajatambino en Ambar que aún perduran y permanecen en ella dos familias de genuina raigambre cajatambina: la familia Quinteros Solórzano y la familia Reyes Villanueva (a la que me honro en pertenecer y poseer Lascamayo, entre dos ríos).
Precisamente, honrando y retribuyendo aquel legado, el de los ambarinos que, con orgullo y gratitud, nunca olvidaron saberse cajatambinos, sea propicia la ocasión para evocar y rendir homenaje a la memoria de César Meléndez Sifuentes, conductor y propietario del inolvidable “Expreso Ambar” que unió Ambar con Huacho por casi medio siglo y para quien no había más ni mejor música que la de los acordes de la guitarra y la mandolina cajatambina. Igualmente, comparece en el pedestal de mi nostalgia, la presencia cordial de Manuel Solórzano, ex alcalde y virtuoso guitarrista que secundó a una de las voces más legendarias del huayno cajatambino a su paso frecuente por Ambar, el canto y el encanto de David Reyes Ballardo. También concurre a esta cita de la memoria, la gracia risueña y dulce de Lilia López, agricultora y ganadera, a quien un repentino derrame cerebral sorprendió mientras portaba en su bolso una grabación de Iván Salazar y su grupo “Horizonte Andino”.

Habida cuenta que desde 1935 mucha agua ha corrido bajo el puente, tan solo cabe mencionar que en el transcurso de la primera década del siglo en curso, Ambar experimentó una notable transformación con la construcción de las trochas carrózables que cubren en la actualidad todos los poblados y los principales centros de producción. Esta labor, durante los dos periodos municipales precedentes, estuvo liderado por un alcalde de descendencia cajatambina, Rubén Fuentes Rivera. Pero a su vez su ejecución, recayó, literalmente, en las manos de un experimentado maquinista de la comunidad de Utcas, Liborio Ayravilca. Asimismo, en cuanto a las gestiones, no pocos desvelos le corresponden a Jesús Coronado.



En ese contexto, amistoso y fraternal, hizo su aparición en Ambar un joven y pundonoroso constructor de obras civiles, José Quinteros Pérez. Otrora músico integrante del grupo “Renacer Cajatambino”, empero, el José que llegó a Ambar fue aquel José que en base a pundonor y caballerosidad se ganó el respeto y el aprecio del pueblo ambarino. Tanto así, que exactamente el 9 de agosto, al conmemorarse el primer año de su trágica desaparición, recibí el expreso encargo de Lucio Alor, alcalde de Ambar, para dar a conocer y hacer público el acuerdo municipal de designar, en señal de reconocimiento y gratitud, con el nombre de este joven músico y empresario cajatambino, una de las obras a inaugurarse en el distrito.

Finalmente, si en el año 2010 debí asimilar la tristeza implacable de la muerte del amigo repentinamente ausente, en el 2011, mi pesar se hizo doble, por una sencilla y dolorosa razón: el 7 de marzo perdí a mi madre. La risueña gordita que me crió y me engrió, doña Shatu; mi madre, Saturnina Villanueva Balboa. Mi madre cajatambina residente en tierra ambarina. Mi madre que nunca dejo de lucir orgullosa el sombrero de la mujer cajatambina y que produjo por casi cincuenta años, en Ambar y para Ambar, un manjar blanco de quitarse el sombrero.

Por eso, aunque mi pesar sea doble debo confesar que mi gratitud también lo es: pues soy ambarino con no menos certeza que soy cajatambino. Y ninguna ocasión más propicia para decirlo y recordar que cada año, entre el 14 al 17 de agosto, en tributo a la Virgen de la Asunción, decenas de ambarinas y ambarinos vuelven y celebran jubilosos sobre el suelo de la sucursal del cielo, bajo la luz estelar de la novia del atardecer.
Laguna Jurorcocha (4,700 msnm), naciente del río que recorre la cuenca Supe-Ambar




Eco-aventura:
http://evocacionesysemblanzas.blogspot.pe/…/los-telefericos… 

Mirador, límite  entre Ambar y Gorgor: 


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