domingo, 13 de septiembre de 2020

UNA VISITA MEMORABLE

 


En cierta ocasión, durante la presentación de una publicación (en una feria de editores y libreros) asistí al relato de una historia que siempre llevo presente.

Quien narró la historia estaba allí para presentar naturalmente un libro, o tal vez fuera una revista (he olvidado el motivo preciso), sin embargo, guardo recuerdo fidedigno de su relato.

Jóvenes y entusiastas lectores (con sueños de gloria) un grupo de muchachos deciden un día -un día para el recuerdo- ir al encuentro de José María Arguedas.

Hechas las coordinaciones previas (mediante llamadas a casa del escritor) el día convenido, se trasladan emocionados hacía Chaclacayo.  

Arguedas, por su parte, noble y generoso, no solo  acepta reunirse con sus jóvenes admiradores sino que los aguarda a bordo de su escarabajo.

Incluso, apenas verlos llegar,  los conduce hacía un restaurante.

Toman lugar enseguida en torno a una mesa de un local casi vacío, pero de pronto, las ventanas comienzan a poblarse de caras y rumor. 

Los muchachos entonces, envanecidos, sienten vivir un momento estelar. No era para menos: comparecían ante una de las presencias cumbres de la cultura andina.

Vana ilusión: en un santiamén un flaco, alto y patilludo, se pone en pié y abandona el local llevándose tras de sí, en jubiloso alboroto, a los miradores.

Esa historia, breve y sombría, me hizo ver el país en el cual había nacido y debía vivir.

¿Quién era aquel hombre de la patilla? Pues un músico argentino, director de una orquesta de bailes, entonces harto famoso (como lo es, con el pasar del tiempo, su olvido).

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