jueves, 12 de febrero de 2015

ZEA DONDE SEA, SIEMPRE ZEA, LORELI




La conocí cierto día (día del cual no guardara, de seguro, ningún recuerdo) dando gritos exaltados. Por lo demás, eran tiempos de sofocante tensión electoral. Lo cierto es que al verla y escucharla sentí una exasperante empatia. Y es que en aquella voz y aquellos gestos era casi tangible el espíritu que la habitaba.
Con todo, recién cruzamos palabras el día en que decidió permanecer en el auto de su madre  (entonces congresista de la República). Sucedió que, para el caso, simplemente desistió hacer la corte a la hermana del candidato a la presidencia de la República (y que luego fue Presidente).
"No mami, prefiero quedarme en el auto  con el señor Reyes", fue su respuesta. Llevaba un libro entre manos y también una evidente perturbadora majestad en la mirada. Aunque no había forma, ni necesidad de hacerlo, quedé fascinado de hallarme en la orbita de sus atenciones y desafueros.
Cuando su mama ganó la reelección la celebración se hizo con una corrida de toros en Pachacamac, en el fundo ganadero de sus padres. Al finalizar la corrida y verme zaherido por los tragos, al verla en la explanada contigua al ruedo trate  de evitarla, pero igual me intercepto. Pero a la postre nada pudo ser mas hermoso que sentirme mas ebrio por verla y oírla que por la anodina ingesta. Aun cuando las recuerdo, sus palabras -sus breves e inolvidables palabras- en extremo halagadoras me entristecen.
Cierto día, cuando su mamá retomo su cargo, volvió al despacho y pidió conversar conmigo. Debía hacer una exposición y necesitaba información. Le entregue un breve ensayo que acababa de publicar sobre (y contra) el racismo. A los pocos días regreso y me agradeció. Además de obtener la mejor calificación la habían felicitado. Entonces, mirándome con certera y radiante seguridad me pidió (o mas bien, ordenó) almorzar juntos.
Pero el recuerdo mas perdurable que guardo de su trato (trato que por lo demás me envanecía) fue de la vez en que me pidió conseguirle las obras completas de Plutarco. Luego de infructuosas y vanas búsquedas por las librerías del centro de Lima un amigo diplomático me libro del apuro con estas palabras: "Cualquiera construye los cimientos de su formación con libros, pero quien recurre a Plutarco es alguien que va construir no una simple casa  sino un edificio cultural".
Al recibir los cuatro tomos anillados (de los que reserve otro tanto para mi uso) me agradeció con una sonrisa que parecía mas de estupor que de gratitud.
Pasado algún tiempo, develó el misterio de su sonrisa: "No fue un encargo, dijo, fue una prueba".
Una década después, en ese escenario de atisbos y resurrecciones que es el Facebook, la vuelvo a ver. Entonces, con jubilo y perplejidad, una a una miro y remiro sus fotos mientras recuerdo con implacable rigor sus impecables palabras: "César, ¿no te gusto?".  






 

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