lunes, 2 de julio de 2012

TUSHUY SHONGOPA WAYTITA


Al concluir la emisión de "Cajatambo, canto y memoria", el domingo 27 de mayo de 2012, anuncié que al día siguiente estaría en la comunidad campesina de Lascamayo para bailar "Cajatambina" en suelo ambarino. Y así fue. El día 28 recorrí el valle de Ambar y al llegar durante la noche a mi destino, cuando me encaminaba hacia el local comunal, de pronto pensé en que si alguna sorpresa me aguardaría aquel regreso. Y así fue. Apenas al ingresar una bella sonrisa enmarcada en un no menos bello rostro fue lo primero que me impresionó. Respondí aquel  inesperado (pero siempre esperado) saludo y de inmediato, ni corto ni perezoso, invité a bailar a quien me procuro tan grata bienvenida. Luego me enteraría que aquella  sonrisa pertenecia a la profesora de la escuela de Gantuyoj; la escuelita más remota del valle de Ambar. Pero resulta que Yelandina no solo poseía una bella sonrisa ni un bello rostro sino era la muchacha que mejor bailaba en aquella celebración remota, a 3 mil metros de altura, a los compases de una banda de viento y bajo una noche rotundamente estrellada.
Con todo no fueron las generosas expresiones de Juan Tena brindandome, con palabras y con cerveza, sus felicitaciones por el programa sino las de otro sobrino que apartándose de su grupo se acercó para decirme: "Tío, la profesora te busca". Consternado, desde la otra orilla del tiempo, caminé entonces hacía donde aquella noche jubilosa aquella flor hermosa reía, bebia y bailaba. Recordé también -nunca más oportunos- los versos de Benedetti: "La culpa es de uno, y no de los pretextos, cuando no se enamora". De manera que al escuchar los primeros compases de la banda "Santo Angel de Ráquía" disponiendose a ejecutar la canción más emblematica de la tierra en donde nací, más decidido que nunca le pedí bailar otra vez. Ella -siempre sonriendo, siempre generosa- aceptó gustosa. A partir de entonces también decidí que fueran mis pies, con regocijo y frenesí, los que hablaran por mí. Acaso lo logré, pues nunca como aquella noche, sonora y estrellada, al ver a Yelandina comprendí por que dicen que nunca un cuerpo hermoso es más hermoso que cuando baila. Y así fue: así lo ví y así lo viví.
Y aun cuando, para ella misma ("La flor es sin porque: florece por que florece") aquel fuera solo un instante, una circunstancia en la sucesión de otros instantes, aquellos minutos resplandecen, en el confín de estas palabras, semejante al fulgor fugaz y colorido de una bombarda que estalla en la oscuridad. Y por eso mismo, y contra eso mismo, aun cuando la visión de Yelandina, aquella noche de rudo jolgorio rural, resulta no menos fugaz, sus pasos y su sonrisa ya no tendrán edad.




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