domingo, 12 de noviembre de 2017

LA HAMACA


Desde que leí "El General en su laberinto"-de tanto que se lo menciona- sentí interés por reposar alguna vez (al igual que el Libertador) sobre una hamaca.
Pero a decir verdad, con el paso del tiempo, olvidé aquel novelesco propósito, hasta que cierto día, al despedirnos, mi hermano me dice: "Llévate esta vaina, te va servir".
Cuando llegué a Huacho, de prisa y acucioso por abrir el paquete, al develar su misterio de inmediato recordé el libro del Gabo sobre Simón Bolivar.
¡Una hamaca! Una hamaca celeste a rayas (de fabricación brasilera) era lo que mi hermano Alfredo, en mi caso, y antes de salir de su casa -con no menos realismo mágico que el celebérrimo escritor colombiano- había procurado a mis trastos viajeros.
Confrontado el dilema (entre Ambar, Cajatambo y Huacho) decidí que entre los eucaliptos en Lascamayo (Ambar) cumpliría la hamaca de manera más apropiada su función cultural.
Llegado el momento (exactamente el 5.11.2017) con harto entusiasmo como con no poca torpeza, ubiqué los tallos y amarré ambos extremos. Y sin más confié mis 87 kilos a la miserable telita celeste. Para mi gran sorpresa no solo resistió sino que hasta comenzó a mecerme (igual que a un niño en su cuna), mientras miraba maravillado (sin estar parado) los cerros Rucupadre y Piriuya, que contemplé desde mi infancia.
Feliz como una perdiz (a mis 54) para qué negarlo, me puse a leer y hasta a dormitar, arrullado por el rumor aromoso de los eucaliptos.
La historia hubiese sido fenomenal de no haberse tornado, súbita y abruptamente, brutal. Pues, en una fracción de segundos, en un instante, volví a la realidad.
Literalmente me fui a la mierda. Caí de golpe, con todo mi peso, sobre la boñiga y las hojas secas (que amortiguaron mi caída).
Mi impericia y mi novelesco apuro había hecho que la amarra del pateador no resistiera y cediera.


No hay comentarios:

Publicar un comentario