viernes, 8 de diciembre de 2017

AMADEO ALOR CÓRDOBA



Fue el patriarca del pueblo de Ambar en el siglo XX.
Casado con Angelita Villareal fue padre de nueve hijos.
Puesto que en Ambar hasta las presencias notables tienen otro nombre, le decían -sin decírselo- Papaco.
La mayor extensión de tierras que rodean al pueblo le pertenecían.
Al llegar de Cajatambo, en la década del sesenta del siglo pasado, mi abuelo Augusto Villanueva Marín y Papaco se hicieron entrañables amigos.
Mi abuelita Digna recordaba que mi abuelo se aparecía en el pueblo  llevando de Lascamayo carneros desollados y sacos de papa amarilla para agasajar a su amigo por su cumpleaños.
Entonces, toda la comitiva se trasladaba a alguna de sus casas-huerta próximas y allí celebraban durante -por lo menos- un par de días.
Fueron tan amigos que cuando Papaco (muy a su pesar y persuadido por mi abuelo) decidió heredar su cuantioso patrimonio a sus hijos, fue mi abuelo quien pasó a ser el dueño.
En señal de absoluta amistad y confianza -para espanto del pueblo ambarino- Papaco legalmente cedió en venta todos sus bienes a mi abuelo, y este a su vez, uno a uno los fué distribuyendo a los vástagos de  Angelita y Amadeo.
Finalmente, por desgracia (aunque eso ya no pudo verlo) tal como temía el patriarca de Ambar, uno a uno, sus herederos se fueron deshaciendo de sus amadas tierras.
Cierto día en Huacho, cuando Angelita y Digna eran ya viudas, fui testigo de una conversación memorable:
-Mi Augusto era bien chinero. Eso nomás era lo malo. Hasta me decía: "Tu creerás que yo las busco. Ellas solitas vienen y entonces que puedo hacer".
-El Amadeo era igual. "Que te preocupas -me decia- nada te falta. Si las cholas quieren, tengo pues que darles su tumbadita".
Y enseguida las dos memoriosas señoras brindaron riendo con sendos vasos -pues los serví- de chicha de jora.


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