jueves, 25 de enero de 2018

JARA TARPUY








"Chaquilapa, japallá, charamurgó...¿entiendes?". Sonríe y responde: "He llegado caminando solo". Y así fue, durante la hora y medía que anduve desde Astobamba hasta Utcas, ni un solo vehículo me dió alcance.
Enseguida Nicol Osorio mira el horizonte y con emoción exclama: "¡Un condor!". Pero no son uno sino varios los que pasan. La comitiva mira aquel desfile aéreo con naturalidad. Me doy cuenta entonces que he ingresado a un territorio en verdad mágico.
"Ali, ali charamurguyni, jara tarpuy rirgunaypa", me dice al verme llegar al pueblo la amable -a pesar de su nombre felino- abuela Leona, matriarca del clan de uno de los dos mayordomos oferentes de la siembra de maíz 2018.
La comunidad campesina de Utcas, cada año repite el rito inmemorial de sembrar el producto supremo de su historia: el Qori jara. El incomparable grano de oro que ha superado airoso los retos del clima y el tiempo.
Presididos por dos mayordomos que portan un estandarte y una imagen, la comitiva se compone de cuatro cantoras que entonan en quechua remotos tributos a la tierra y cuatro danzantes provistos de sendas takllas (que fue el principal instrumento de labranza del incario).

Luciendo poncho, chalina y sombrero, el pequeño y barbado Rukorico es llevado -en brazos de los mayordomos- del templo del pueblo hasta los campos de cultivo.
Este jueves 18.1.2018, como cada jueves de cada año, los comuneros en pleno emprenden el siembrio del producto más representativo de su pasado, presente y futuro. No por nada se trata del más aromoso y sabroso maíz orgánico del Perú.
Un maíz que aun en tiempos del Urash Jirca (el pueblo antiguo que las autoridades virreinales obligaron abandonar) debió tener no menos gloria y fama.
Sin embargo, al igual que el quechua y el maíz, el pueblo utcano, reserva un día para hacer del pasado lo más presente de su presente. Un día en el que, entre danzas y cantos, se abre una puerta para ver y vivir lo que fue el Perú autónomo, anterior al de la presencia europea.
No se trata de una simulación, ni de una nostálgica representación, por una sencilla razón: por qué el maíz que produce el pueblo utcano y la forma en que lo hace no tiene parangon ni comparación. Es tradición y es continuidad, es costumbre y es devoción, es reverencia ritual y a la vez tecnología productiva.
Por todo eso, mientras haya una mujer o un hombre dispuesto a llevarse un grano de maíz a la boca (aun a pesar de la ingesta desmedida en los estómagos peruanos de arroz forastero) el maíz que cultiva la comunidad de Utcas -que nació no para ser el más abundante sino el mejor- mantendrá siempre el imperio soberano de su aroma y sabor.




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