jueves, 4 de enero de 2018

TRAGEDIA EN PASAMAYO







 Una difundida creencia popular de interpretación de los sueños, asegura que soñar perder una dentadura es augurio funesto de perdida de un ser querido. El amanecer del 2.1.2018 desperté sobresaltado: una presencia que no pude reconocer al quitarse la dentadura postiza lo extrajo arrancando sus órganos internos. Entonces desperté con desasosiego y la resignada certeza de esperar alguna funesta ocurrencia. Por lo demás, desistí de regresar a Huacho.
Puesto que me hallaba en Lima de visita donde mi hermano, salí a la esquina al puesto de venta de diarios y enseguida dediqué la mañana a la lectura de El Comercio y La República. Asimismo, encendí el televisor para seguir la emisión de ATV noticias. Fue así que a mediodía junto con mi hermano vimos las primeras imágenes de la tragedia víal en Pasamayo. De inmediato reconocimos un retazo de S que -para quienes residimos en Huacho- identifica a la empresa de transportes más antigua de la ciudad.
Al principio el noticiero anunciaba que habrían una media docena de fallecidos, pero al ver al ómnibus caído con las llantas hacia arriba en el fondo del precipicio más vertical del serpentín de Pasamayo, era evidente que el accidente más atroz que pudiera ocurrir en los veintidós kilómetros de aquel tramo de cincuenta y dos curvas había sucedido. Precisamente en la Curva del Diablo, la misma por la que -según recordaba un veterano huachano- rodó hace medio siglo un bus de la empresa Roggero. Pero lo más paradójico era que la víctima no era una vetusta unidad de aquellas empresas que lindan con la informalidad sino la empresa más disciplinada y mejor organizada de la Capital de la Hospitalidad. Pues queda claro lo que sucedió: el tráiler invadió el carril del bus y al colisionar lo lanzó al abismo.


Fundada a comienzos de la década del ochenta del siglo pasado, la empresa de transportes "San Martín de Porres" surgió como remanente y continuidad de una asociación de automovilistas. Conformada por socios accionistas (integrantes del desaparecido Comité 16) desde su fundación la empresa de buses "San Martín de Porras" sacó cara por Huacho y fue el preferido de las familias de la ciudad. Pues a su servicio, durante años han confiado (y seguirán confiando), el transporte de sus hijos que parten a Lima para educarse o por motivos de trabajo. Esto ocurre por qué para efectos prácticos, en buena cuenta, Huacho, más que una provincia, deviene ser un distrito más de Lima.
Una prueba ilustrativa es el caso de un oficial de ejército, quien en la etapa final de su servicio, salía cada de madrugada de Huacho rumbo a su oficina en Lima para retornar por la noche. Así, día a día; semana a semana; mes a mes, durante once años. Todos esos años viajando en los pulcros y confortables asientos de las unidades de la empresa de transportes "San Martín de Porres".


Mi abuelo, el padre de mi padre, contaba que cuando las reses que arreaban desde Cajatambo caían rendidas, las cubrían con arena y las abandonaban. Al volver, encontraban los hoyos vacíos y los huesos de la reses tiradas en las chozas de familias afroperuanas residentes en Ancón. Aquellos eran tiempos anteriores a 1939, fecha de
construcción de la carretera panamericana. Anterior a ella, el transporte ferroviario unió a Huacho con Lima en 1911 a 1962. En el siglo XIX el transporte comercial y de viajeros se hizo por vía marítima, siguiendo el itinerario Huacho-Chancay-Ancón-Callao.


El 3.10.2010 (uno nunca olvida el día en que debió morir) partimos, por motivos laborales, de Lima a Cañete, con el abogado Guillermo Núñez Velasquez a las primeras horas de aquel día. A las 6.10 am, en un tramo del circuito de playas de Lima, un policía asomó a la ventana del reluciente auto negro averiado por el violento impacto contra un poste de alumbrado para decirnos, entre sorprendido y decepcionado: "¡Qué feo han chocado! ¡Pensé que estaban muertos!". Por cierto, fue tan violento el impacto que nuestros anteojos y celulares volaron disparados. Menos nosotros: nos salvó el cinturón y acaso la suerte.
En 1997 un bus partió de Huamanga hacia Lima. Al amanecer comenzó a dar brincos. Los pasajeros despertaron desesperados dando gritos de espanto. Puesto que casi nunca duermo cuando viajo, ví y viví la misma experiencia que de seguro vivieron los pasajeros del trágico bus huachano: la conciencia fugaz de una muerte inminente. Es aterrador saber que vas a morir y que poco o nada puedes hacer (recuerdo a un muchacho tratando de ovillarse bajo un asiento). Por mi parte, recordé a mi madre y lamenté que recogieran mi cadáver tan distante de Huacho.
Una piedra junto a la carretera. Un bloque pétreo y macizo que solo es, cuando se las mira, una de las infinitas formas del paisaje detuvo al ómnibus al borde del abismo. Después de un rato siguió la marcha y minutos más tarde volvió a detenerse. Cuando bajé a orinar, al volver al bus en medio de la gélida desolación de la noche contemplé una escena que nunca olvidaré: puesto de rodillas ví llorar al chofer, mientras encendía una vela en memoria al conductor muerto frente a cuya capilla había detenido el bus. "¡Ayúdame hermano!. ¡Ayúdame!", imploraba. También yo lloré, en silencio y en la oscuridad, pensando en quienes por mi causa hubieran tenido que derramar lágrimas de afecto y resignación.


Un padre con un niño de cuatro años. Dos hermanas, más una niña (hija de una de ellas), dos amigas entrañables que eligieron Huacho para recibir el año nuevo, un par de esposos oriundos del distrito de Ambar (a quienes conocí), son algunas del medio centenar de existencias que se truncaron, en un abrir y cerrar de ojos, en la fatídica Curva del Diablo a las 11:40 de la mañana del segundo día de 2018. Revelando con ineluctable dramatismo, por sobre los venturosos manifiestos, que la vida será siempre una travesía fallida sin final feliz. Un peregrinaje ilusorio y cruento. Puesto que -como escribió el poeta Martín Adán- la vida no se elige, la vida se padece.




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