En el 2010, hice una visita que desde que tuve uso de razón
aspiré hacer. Gracias a mi tío Aquíles, por su invitación y encargo especial,
llegué a Mani. Esta es la crónica de cuanto ví y viví de aquella incursión
inolvidable
una moto, y bajo un esplendido cielo azul, hasta el paradero de Silkay. Me habían dicho, desde que la razón y la memoria me amparan, que allá abajo, en las cálidas tierras de Mani encontraría la tumba del abuelo de mi abuelo. No obstante, los hechos solo suceden. No hablan. Para que sean reales es necesario volverlos palabra. Por eso, al iniciar esta crónica y evocar esos momentos, no ignoro que al abandonar la carretera, mientras la moto se aleja de regreso a Cajatambo, la quietud glacial del Huacshash, antes que la vasta y empinada ladera por la que debo internarme, atrae mi mirada. Similar a una página no escrita, la vasta albura de la nieve me mira; pero si el camino existe, conjeturo, de seguro lo habré de encontrar y no será ningún problema recorrerlo. Para darme ánimos, incluso, me repito a mí mismo, que es momento de hacer honor a mis proezas de veterano caminante que ha recorrido cientos de veces los más escabrosos senderos del valle de Ambar.
Apenas comienzo a
andar no tardo en reconocer las huellas de pasos recientes que conservan,
todavía, el pasajero relieve de quien las holló. Confirmo entonces que se trata
de un antiguo camino por el que no solo un día antes una treintena de
peregrinos han emprendido el mismo descenso que inicio yo, mi sombra y mis
elucubraciones, sino otros caminantes cuyos pretéritos pasos han forjado este
viejo camino. La verdad, son tantos recuerdos que rememoro, mientras descubro y
avanzo por la ruta de quienes me precedieron, que es imposible no ser feliz
entre tan sonoro silencio y tan poblada soledad. Por momentos, incluso, tengo
la impresión que antes que a la fiesta de Ethel y Aquiles, los anfitriones, me
dirijo no a la casa de campo de aquella pareja entrañable sino sencillamente al
comienzo del comienzo.
Al comienzo del comienzo. No es para menos. He dedicado no
pocas horas a otear un poco más de lo que me pudieron contar la
historia de mis antepasados, familiares o no; tanto que no me es más fácil saber que me alegra más: si ver a quienes veré o llegar al escenario histórico que colma mi memoria y desafía mi sosiego. Pues, conforme me acerco, siento más próxima sus presencias y no puedo no pensar que mis pasos son en realidad una continuidad. Un acto de genuina gratitud y a la vez de responsabilidad antes quienes legaron, para su pueblo y para su familia, un patrimonio superior a los bienes: un pasado que jamás dejará de ser presente. Por eso, mientras me aproximo, celebro, a cada paso, llevar conmigo una botella con pisco y un puñado de fascículos impresos -para brindar y celebrar- con sorbos y palabras.
historia de mis antepasados, familiares o no; tanto que no me es más fácil saber que me alegra más: si ver a quienes veré o llegar al escenario histórico que colma mi memoria y desafía mi sosiego. Pues, conforme me acerco, siento más próxima sus presencias y no puedo no pensar que mis pasos son en realidad una continuidad. Un acto de genuina gratitud y a la vez de responsabilidad antes quienes legaron, para su pueblo y para su familia, un patrimonio superior a los bienes: un pasado que jamás dejará de ser presente. Por eso, mientras me aproximo, celebro, a cada paso, llevar conmigo una botella con pisco y un puñado de fascículos impresos -para brindar y celebrar- con sorbos y palabras.
“Cajatambo, la
historia y memoria”. Ningún nombre me parece más preciso. Pero al mismo
tiempo tampoco más magro e insuficiente. Con todo, allá voy. Pues aunque me
conforta haber puesto en el breve texto lo que creí imprescindible compartir
con amigos y familiares de la tierra donde nací, conforme me acerco a Mani,
pienso más en las ausencias que aun ensombrecen sus páginas: las semblanzas de
Guillermo Dunstan Reyes (diputado por Cajatambo: 1912-1914) y de Emiliano Reyes
(legendario músico).
Pero también entonces, con no menos aprensión que convicción,
vuelve a mi memoria el recuerdo de la primera vez que ingresé al Palacio
Legislativo para ser presentado a un joven diputado que, con el correr del
tiempo, en el 2010, llegó a presidir el Congreso. El instante en que
al mismo tiempo que iniciaba mi aprendizaje en los quehaceres legislativos tuve
la certeza, y el orgullo, para responder: “Yo creo que ya estuve aquí”. Y es
que para mí el legado de José del Carmen Reyes Gutiérrez (diputado por
Cajatambo: 1870-1872) jamás ha sido una referencia lejana ni difusa sino una
presencia, constante y fraterna. Viva y real.
Caminar es mi manera
de pensar con los pies, escribió un periodista cubano. No cabe duda. Mucho más -en mi caso- esta tarde en que me dirijo al encuentro de mi mismo en el reposo de otro cuerpo. Entonces, al percibir que la transpiración
conspira contra la corrección de mi arribo, en un recodo del camino me detengo para, igual que al comienzo cuando dirigí primero mi mirada al Huacshash, contemplar el redondo Morro de Parnamagay y secarme el sudor. Lo miro, mientras extraigo el frasco con perfume francés que guarda el aromoso y amoroso recuerdo de Francis Vizurraga, pero tal parece que fuera al revés. Al frente -por si fuera poco- coloso inmóvil de mis nostalgias escolares, descubro también al personaje tantas veces nombrado por sucesivas generaciones de cajatambinas y cajatambinos: el monolito de Wacatupi. Allí está, a media cuesta, en su eterna quietud, en su apuro pétreo que, a pesar de todo, de seguro, envidia los apremios y goces de nuestra frágil y sudorosa carne.
conspira contra la corrección de mi arribo, en un recodo del camino me detengo para, igual que al comienzo cuando dirigí primero mi mirada al Huacshash, contemplar el redondo Morro de Parnamagay y secarme el sudor. Lo miro, mientras extraigo el frasco con perfume francés que guarda el aromoso y amoroso recuerdo de Francis Vizurraga, pero tal parece que fuera al revés. Al frente -por si fuera poco- coloso inmóvil de mis nostalgias escolares, descubro también al personaje tantas veces nombrado por sucesivas generaciones de cajatambinas y cajatambinos: el monolito de Wacatupi. Allí está, a media cuesta, en su eterna quietud, en su apuro pétreo que, a pesar de todo, de seguro, envidia los apremios y goces de nuestra frágil y sudorosa carne.
Al divisar la casa y
escuchar la melodiosa belleza de las canciones que entona la banda de viento,
justo en el tramo final en que apresuro el paso -debidamente perfumado- ocurre
lo inesperado: unas insospechadas lágrimas distorsionan mi visión. Conmovido
por tan repentina señal de deslumbramiento celebro el instante de ver y vivir cuanto
me aguarda. Enseguida, repuesto de la emoción, vuelvo a apurar el paso. Rodeo
una pirka que amuralla el patio y quien primero advierte mi presencia, no
sin asombro, es Jashy, mi primo. A partir de allí la fiesta es para mí saludar
a todos aquellos con quienes debí viajar el día anterior: tías y tíos, primas y
primos, sobrinas y sobrinos, y hasta incluso -puesto que los hijos son nuestro
más visible calendario- mi primera sobrina nieta, Majo, que lleva en sus ojos
el hermoso color de Mani.
Luego de saludar a
todos y saborear dos mates con pari, servidos al mismo tiempo, con no menor
sorpresa, escucho a Miguel decir que me vió en Pucallpa en un reportaje sobre
Huaura. Un reportaje que, por cierto, ni siquiera pude ver pero del que me
hablaron quienes siguen el noticiero matinal del canal 5. De manera que ninguna
referencia, por la distancia y por la circunstancia, puede ser más grata de oír
que esta que mi primo evoca, mientras asentamos el suculento almuerzo con
buenos sorbos de pisco. Y fue precisamente, alentado por el pisco, que me alejé
de la fiesta para visitar la capilla que rinde tributo a Santa Rosa y sirve de morada postrera a quien fuera coronel de la guardia nacional, sub
prefecto y diputado por la provincia de Cajatambo. Por eso, sin mengua de su
sacro significado, ingresar al recinto final de José del Carmen me produce un
sentimiento predominante de veneración cívica antes que religiosa. Y a la vez
de gratitud.
Al regresar a la
ronda de baile, y de tragos, Charito, la prima cuyo mensaje me convenció para venir, me pide prsentar el fasciculo que
hasta ese momento no es más que un paquete guardado dentro de mi equipaje.( Aquel puñado de páginas que fue motivo para que, cual torero o capitán, la tarde del 31 de julio me fueran destinados los aplausos más insólitos antes de comenzar con la faena). Apenas la banda hace una pausa mi prima se dirige a los presentes. Lo hace con un énfasis y una convicción que impresiona tanto como emociona. Ante tan generosas y elocuentes palabras, procuro retribuir las suyas, intento hacerlo, mal que mal, con otras no menos sentidas que pensadas. Pues hallarme en el mismo lugar desde donde, en 1883, se hizo acopio de productos, extraídos de las parcelas que nos rodean, que fueron transportados para abastecer al heroico Ejercito de La Breña es más que asistir a una fiesta. No lo digo pero lo pienso.
Archivo gráfico: Marco Chávez Reyes
hasta ese momento no es más que un paquete guardado dentro de mi equipaje.( Aquel puñado de páginas que fue motivo para que, cual torero o capitán, la tarde del 31 de julio me fueran destinados los aplausos más insólitos antes de comenzar con la faena). Apenas la banda hace una pausa mi prima se dirige a los presentes. Lo hace con un énfasis y una convicción que impresiona tanto como emociona. Ante tan generosas y elocuentes palabras, procuro retribuir las suyas, intento hacerlo, mal que mal, con otras no menos sentidas que pensadas. Pues hallarme en el mismo lugar desde donde, en 1883, se hizo acopio de productos, extraídos de las parcelas que nos rodean, que fueron transportados para abastecer al heroico Ejercito de La Breña es más que asistir a una fiesta. No lo digo pero lo pienso.
Archivo gráfico: Marco Chávez Reyes
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