miércoles, 3 de septiembre de 2014

CAJATAMBO 2014




Cuando el 27.7.2014 en compañía Lizbet Varillas Susanibar, fundadora de Perú Qoya, viajamos para asistir a la celebración de las fiestas patronales en tributo de María Magdalena, ambos sabíamos que nuestra fiesta verdadera sería, en definitiva,  volver a las montañas. Por eso, apenas al desembarcar en la carretera, nada pudo ser más grato saludar primero que a nadie a Saturnino Robles Atachagua, el único cajatambino presente de los cuatro andinistas que en 1958 ascendieron al pico del Huacshash, el apu nevado tutelar de Cajatambo. Con todo, aquel mismo día, después de bailar al ritmo de la banda de Huasta, comer locro y beber en casa de la familia Quinteros García, nada pudo ser mas grato que arrebujarse entre abrigadoras frazadas salidas de extintos telares.
Al día siguiente, 28, en el cumpleaños de la patria, en una esquina de la plaza de Astobamba, en la nueva tienda –que reemplaza a la que la grieta destruyó- Irene escucha a Efraín Romero y Moner Vega (que blanden sendas guitarras y entonan viejas y hermosas canciones). Por si fuera poco, bajo un cielo azul tamizado de nubes, el sol reverbera con reluciente ternura. Al verlos y escucharlos, tengo la certeza que aquella es, más allá de los protocolos y los programas, la autentica gratitud de volver. La fiesta verdadera. La sorpresa perfecta. El recuerdo insobornable.
A mediodía, ver desfilar a Diana Ayrahuacho -la muchacha más bella que reside en Cajatambo- fue otro privilegio. No menos, al visitar la feria agropecuaria, ser acogidos por el alcalde encargado y los regidores con el sabor de un suculento chicharrón con mote. Y finalmente, ver –por primera vez en Cajatambo- el banner de Perú Qoya y a su fundadora ofertando suvenires y tours en el frontis de centro cívico de Cajatambo.
La tarde del 28, al ritmo de las bandas de viento y las orquestas la fiesta discurría con el jolgorio habitual. Nada hacia presagiar que a pocos kilómetros para llegar a la ciudad y después de 48 años de uso permanente, la carretera de Pativilca-Cajatambo sería escenario de una tragedia. A las cinco de la tarde, un viejo ómnibus atestado de pasajeros y de carga rodó. Diecinueve muertos (cinco de los cuales eran mis familiares) y catorce heridos hicieron entonces de Cajatambo motivo de atención nacional.
Envueltos en frazadas, tendidos en el hall del local municipal, el día 29 amanecieron los finados expuestos ante la consternación general de un pueblo reunido para la alegría y a la vez resignado de golpe a  contemplar el rostro más sombrío de la existencia. Cinco ataúdes conducidos a Astobamba, otros cinco a Cajamarquilla y además siete velándose en la parroquia del templo de Cajatambo, marcaron un día de duelo riguroso.
Alberto Balboa,  al ingresar al local comunal de Astobamba ante los cinco ataúdes que contienen los restos de sus familiares, antes de desvanecerse, sintetizó el pesar y el asombro de todo un pueblo: “¡En qué me veo!” Contra lo previsible, luego de recuperarse, decidió partir con sus muertos con destino a Lima.
Pasado el mediodía del día 30 un cortejo de cinco ataúdes se enfila rumbo al cementerio general de Cajatambo mientras Jesús Huamán, Capitán de la Tarde de aquel día, se dispone a  enrumbar hacia el toril situado a otro extremo de la ciudad. Nada revela el marco luctuoso de esta celebración como aquella circunstancia: un grupo de personas (casi en su totalidad residentes en el pueblo) siguiendo el cortejo hasta ver sepultados en fosas comunes a las víctimas y otro grupo (en su mayoría provenientes de Lima y Huacho) congregado en un toril erigido por un par de días esperando ver al Capitán oferente y su corte de damas hasta el final de la tarde.
Sin buscarlo y tampoco poderlo eludir, me tocó conducir la celebración del día 30. “Vas a hablar, ah”, me pidió Jesús. Para hacerlo debí atravesar el pueblo  de un extremo a otro: del cementerio hasta la plaza de toros. Con el micro en la mano, teniendo ante mí la mayor concentración de concurrentes que en cualquier otro momento, nada me pareció más propicio para agradecer a los héroes anónimos que habían participado en el rescate y en la atención de los heridos. Y por eso mismo, ningún momento pudo ser más emotivo   -para los concurrentes y para la posteridad- que el  minuto de silencio con que se honró a los caídos.
Lo terrible y lo bello, cuando uno menos lo espera, nos sorprende siempre. En contraste, no por juventud ni por belleza sino por la gracia de sus gestos y la agudeza de sus expresiones, aquella noche me tocó comparecer ante la más linda de las concurrentes a la celebración en tributo de la más cautivante de las santas del Perú. “Tu sonrisa es lo mejor de esta fiesta”, le dije. Tanto que basta ver en el Facebook a Jesús Reyes Rivera para corroborarlo.
El día 31, conforme a lo programado y previsto durante un año, “Ñomi” García Quinteros, ofreció una recepción vistosa y elegante y de igual modo una corrida de toros  harto contundente  (menguada tan solo por la desidia de los toreros que se aprovechan de la indulgencia  del público). A diferencia del día anterior, en este caso me tocó apenas presentar los resultados del concurso de caballos de paso y decir algunas breves impresiones en el desarrollo de la faena.
Durante la noche, ante el desfile de músicos instalados en el atrio del templo mayor, pasé las horas más jubilosas bailando con mis primas Leti Quinteros, Gaby Ballardo, Jesús Reyes, en compañía de amigos como Leonardo Olave y de mi hermano Rolo Jr.
El 1.8.2014 llegué a casa a las cuatro de la mañana, luego de que junto con mi hermano fuéramos a acompañar a las primas a sus casas. Aquel baile en rueda y fuera del tumulto fue sin duda el más espontaneo, jubiloso y vistoso de la fiesta. Y nosotros, sus discretos y felices protagonistas.
Vestida como para enrumbar a las montañas la fundadora de Perú Qoya aun dormía cuando irrumpí en la venerable casa en Astobamba que la acogía. Pero pronto, preocupada por el éxito de la excursión, Lichi abandonó temprano el calor de las frazadas para hervir el mate con coca que habríamos de llevar (y que expertos montañistas nos recomendaron). A medía mañana partimos en la camioneta de Lucho Vizarres. Después de un recorrido de casi un par de horas llegamos al final de la trocha y después de una hora y medía de caminata (en la que nos cruzamos con un grupo de jóvenes judíos) alcanzamos nuestro destino final: la laguna de Viconga. Durante una hora nos solazamos contemplando la laguna y el nevado de Pucacalle y el Puscanturpa. También chacchamos y bebimos el abrigador brebaje que la fundadora de Perú Qoya preparó al amanecer.
Ulises Requejo (portando los equipos de filmación de URA Producciones) y José Victorio Roque (capturando imágenes para United Press Cajatambo), junto con los esposos Barrenechea, hicieron realidad esta incursión pionera de Perú Qoya entre las montañas de Cajatambo. Pocas serían todas las palabras para agradecerles su confianza y entusiasmo.
A las ocho de la noche, luego de recorrer 35 km (30 de trocha y 5 de camino pedestre) y asimismo después de haber ascendido hasta los 4,400 msnm en que se sitúa la laguna-represa de Viconga descendimos a los 3,200 de Cajatambo con la grata sensación de haber cumplido con lo anhelado y prometido.
Días después vendrían las visitas de exploración a las ruinas de Tambomarca (que se erige  sobre cuatro redondos morros que guardan restos de construcciones pétreas) y también el ascenso hasta la bulliciosa laguna de Milpoj.  Pequeña, bella y sonora laguna (por la presencia patos silvestres) próxima a un promontorio de piedras y pinturas rupestres llamada Matadera y a la cima rocosa del Sogucjirka que, por su ubicación y altura, constituye el más magnifico mirador de Cajatambo y sus inolvidables montañas.



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