sábado, 19 de septiembre de 2015

PALTARUMI


Astobamba y Cajatambo (Foto: RSR)




Un día. Basta un día. 11.8.2013. Elena presurosa afloja la cincha del caballo y me dice: "Voy a cocinar. Anda a la chacra para almorzar, allí tu tío esta trabajando con la gente". Es poco más de mediodía y en lugar de pintar la fachada de la casa (pues la calle está cubierta por montículos y zanjas) decido ir a la chacra. Después de todo, tengo hasta medía tarde. La veterinaria del pueblo, Juanita, ha quedado en visitarme a partir de las tres. Una piedra grande y redonda da nombre a aquel lugar del camino próximo a Astobamba. Por eso acaso desde mi infancia no lo olvidé.
Llegó a la chacra. La yunta desbroza la tierra. Gritos y bromas. Sudor y tragos. Sol y sombra. Igual que en Ambar agarro una herramienta y deshago champas mientras escucho recuerdos familiares. En esos momentos hasta el sol parece iluminar con ternura al pueblo en donde nací. La fiesta ha concluido, pero que duda cabe, aquí la fiesta continua. La verdadera. La fiesta de cada día.
Llega Elenita y sobre una jerga cubierta por un mantel blanco coloca una taza con sarza de rocoto y chicha de jora. Además dorados granos de cancha rodean la taza. Así a la sombra de los eucaliptos, contemplando la hermosa quietud de Astobamba y Cajatambo degustamos un delicioso caldo de charqui y otro de arroz con guiso. Sentado sobre una piedra disfruto del sabor de la comida tanto como de aquella hermosa circunstancia. No imagino, ocasión más grata y feliz para la breves horas de repentino regreso (debido al olvido de ciertos documentos).
Por eso mismo, con no menos gratitud, recuerdo la visita de Juanita y abandono Paltarumi. Camino por el mismo camino que anduvieron generaciones de generaciones de comuneros. Esta tarde soy uno de ellos. En la puerta de mi casa, de aquella vieja y solitaria casa que construyeron mis abuelos, Juanita y su hijito me esperan. Me comentan que van a Quichquina a separar los becerros. Decido acompañarlos.
Hace más de veinte años que conocí a Juanita huaylashando en carnavales y nunca pude olvidar el tierno fulgor de sus ojos. Y esta tarde, a pesar del tiempo, conmovido descubro que el encanto de su mirada perdura intacto. La tarde avanza y el pasto seco, dorado por el sol que se va, luce inolvidable. Feliz felicidad. Pocas tardes creo haber alcanzado tanto con tan poco.

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