lunes, 2 de noviembre de 2015

ADÁN, EL CHALÁN


Adán Quinteros Robles enrumbó un día de la década de los setenta del siglo pasado al distrito de Ambar por trabajo y se quedó por amor. Pero también por amor a la ganadería y en particular a los caballos.
Casado con Carmen Solórzano Sifuentes, devino Adán en padre de cinco hermosas hijas y un solo hijo varón. Ambar era entonces un pueblo dedicado, además de la cría de ganados vacunos y ovinos, al cultivo de zapallos y maíz morado.
Con la introducción del cultivo de duraznos, a partir de la década siguiente a su arribo, las parcelas de uso agrícola y ganadero  pasaron a convertirse en plantaciones  frutales permanentes, entonces Ambar comenzó a dejar de ser el pueblo que había sido por siglos.
Pronto el cambio sentó su impacto: las motos y las camionetas reemplazaron a los caballos, los cables a motor a los burros cargueros. Entonces muy a su pesar, Adán, cajatambino de pura sepa; Adán, el garboso chalan,  tuvo que resignarse también a hacerse frutero.
Puesto que, a diferencia de Adán, llegué  a Ambar en la infancia, conocí  a Carmen desde que era soltera. Por eso, desde que mi madre me dijo que se había casado con un paisano de Cajatambo, nada me motivo mas aprecio. 
De igual forma, ambos me acogieron y trataron con afecto. Luego, conforme crecían,  también sus hijas y su hijo. Incluso durante las fiestas patronales un día Carmen, señalando a su prole, me supo decir con gracia y halago: "Mira allí están tus hinchas". En sus palabras sentí que al mismo tiempo que con Adán ella se había casado con Cajatambo. Con lo que somos los cajatambinos por nuestra manera de ser y hacer. Y hasta de bailar.
Todo eso fue Adán para Ambar: un señor de Cajatambo. "Saluden siempre a las personas, y si no, aunque sea les pagaré para que lo hagan les decía a mis hijos",  le oí decir con humor y gratitud alguna vez.  En un país -como acostumbraba decir el poeta Antonio Cisneros- en donde abundan los doctores y escasean los señores, Adán fue, literalmente, el último caballero en el fragante reino de los melocotones y las chirimoyas. Adán, el chalán.
Al respecto, resulta ilustrativo que mas que un caso personal por mas que aumenten los melocotones y las chirimoyas, y sus rotundos réditos,  chalanes como lo fuera Adán, sencillamente, por las calles de Ambar ya no habrán ni volverán. Pues mas allá del balance de las cosechas, la verdadera estirpe de un pueblo, no termina sino comienza en el estado de sus cuentas.
 





No hay comentarios:

Publicar un comentario