Lo más sorprendente que pudo sucederle al distrito y a la provincia de Huaura no es solo que el Gral. Dan Martín decidiera iniciar allí el Gobierno Independiente que dio origen a la República sino también que sus médanos litorales guardaran -al igual que en el caso de Aspero en Puerto Supe y Caral en Supe Pueblo- los restos más remotos que dieron origen al surgimiento de la Civilización Andina. De modo que se trata de un escenario histórico y cultural, que duda cabe, de primer orden y asimismo fundacional por partida doble. En consecuencia, el desafío por conocer y por valorar ese legado también lo es. En ese sentido, a los huaurinos y huachanos del presente solo les cabe honrar ese pasado acatando aquel sabio consejo del viejo Goethe (el alemán más universal de todos los tiempos) que desde las páginas de El Fausto nos previene y advierte: “Merece lo que heredas”.
Cierto, se repite siempre, que no se quiere lo que no se conoce. Precisamente para allanar los ignotos confines del tiempo y de la arena, Alejandro Chu, acaba de publicar un libro cuyo titulo no pude ser más explicito: “Bandurria. Arena, mar y humedal en el surgimiento de la Civilización Andina”. Nadie para hacerlo más indicado que él: Chu es desde el 2005 jefe del equipo de investigación encargado de develar los vestigios milenarios de lo que por mucho tiempo era solo un espacio desierto conocido como la Pampa de las Bandurrias (por la abundancia de aquellas aves que ahora solo perduran en el recuerdo).
Evidencias que revelaron su intrigante presencia desde 1973, precisamente no como resultado de trabajos de prospección programados o de simples asaltos al pasado sino como resultado del paso implacable de las aguas residuales de la irrigación Santa Rosa entre el arenal. De manera que a Bandurria no lo descubrió ningún arqueólogo o huaquero sino las aguas que dieron vida al fértil a la Pampa de los Huancayos del distrito de Sayán. Por eso los primeros en advertirlo fueron los propios campesinos cuando en otro arenal -donde ahora se encuentra la laguna La Encantada- hizo su aparición un hueso megaterio que hoy se exhibe en una sala del Santuario Histórico de Huaura.
Entonces, prevenidos de lo que podían contener los médanos, un patriarca huachano, don Domingo Torero, junto con su hijo y tocayo y el arquitecto Jorge Chaparro determinaron estar presentes cuando el 6 de abril de 1973, a medía mañana, las caprichosas aguas del drenaje irrumpieran entre los médanos. Y apenas se abrieron paso, entre los tajos que fueron poniendo al descubierto, el patriarca de los Torero vio sobrecogido flotar sobre las aguas algunos cestos de junco. Así comenzó la historia de un desesperado rescate y de gestiones inmediatas para su reconocimiento como área patrimonial que nos permita ir -ahora- en busca del comienzo del comienzo de nuestra historia.
Pero las aguas no solo causaron destrucción sino devolvieron al litoral una apariencia avasallante. Acaso similar al de las condiciones que hicieron posible el poblamiento de Bandurria hace cinco milenios. Surgió entonces, además de dos hermosas lagunas, un humedal que sirve de refugio para 125 especies de aves, rodeado por un entorno verde compuesto de grama, junco y totora. Un verdadero Paraíso. Y todo eso es Bandurria y El Paraíso. Un área arqueológica de elevaciones superpuestas y plazas circulares y un área ecológica de mar y humedal que conforma un espacio de singular antigüedad y belleza que se ubica a 9 km. al sur de la ciudad de Huacho. Un espacio en el que la vida fue posible, antes de la invención de la cerámica, por más de mil años. Un espacio por el que durante más de cincuenta años en el siglo pasado los viajeros del tren que comunicaba Huacho con Ancón no alcanzaron a descubrir lo que ahora aguarda al viajero de la Panamericana Norte a la altura del kilómetro 141, luego de recorrer una breve trocha de 1.5 kilometros hacia el litoral, junto al mar, donde estuvo la morada de los primeros vecinos de la historia de América.
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