Rosalía Hijar Luna nació en Astobamba. Pero aunque se hizo profesora y madre de dos niñas, vive aun allí. En aquel pueblito de techos con calamina que luce al centro de su plaza un sombrero de concreto. Un pueblito al que todos, o casi todos, los que nacieron en ella quieren, pero, inexorablemente, abandonan.
Sin embargo, Rosalía -que también partió un día- despues de terminar la secundaria en Lima, pese a las promisorias perspectivas que podian retenerla, sin más, regresó. Regresó para quedarse. A partir de entonces su labor docente la llevó a permanecer en los diversos confines de Cajatambo, para ausentarse apenas durante las vacaciones escolares.
Mujer exuberante y de armas tomar Rosalía se nombra así solo en sus documentos, pues para el cariño de gente que la trata y aprecia a diario es, y será, siempre solo Nena. Nena, la Nena de Astobamba. La Nena cuya existencia transcurre entre la escuela 20001, la más antigua de Cajatambo, y las chacras de Malalín (heredada de sus padres).
Enérgica y delicada a la vez, sencilla pero siempre elegante; emociona verla, conmueve recordarla.Cierto día en Astobamba -mientras los menesteres domésticos del fin de semana la ocupaban- irrumpieron de pronto un grupo de músicos amigos. Venían, agradecidos, a recuperar una mandolina que daban por perdida. No sucedió así por la oportuna intervención de la dueña de casa. De aquella casa de patio empedrado y jardín florido. Fue así que Nena les dijo que no podían irse sin cantar ni tocar el instrumento salvado.
Fue entonces que, con no menos inspiración que decisión, retribuyó la consideración enfundándose una larga y negra pollera de bayeta (la misma que vistiera su abuela), para dar paso enseguida a una muestra espontanea del más elegante huayno de todos cuanto existen en el Perú. Para corroborarlo se encontraba allí la diligente Margoth -su amiga más amiga- pues, gracias a ella (ó, mejor dicho, a su comunicador portátil) captó la escena, detuvo al tiempo.
Nena asegura no haberse visto. Que más da. Acaso ni haga falta, pues su gracia -gracias a Margoth- igual que el agua cristalina que corre rumorosa, pasando ha de quedar.
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