Es un lugar común afirmar que una sola foto vale por mil
palabras, pero acaso -por eso mismo- conviene también decir que después de
cientos y hasta miles de fotos que merecen las festividades patronales en
Cajatambo, bien merecen no solo imágenes sino algo de imaginación para
perdurar. Permanecer en signos impresos
que guarden las huellas de nuestras vidas. Pues las imágenes sin palabras no
dicen nada, solo muestran y ni siquiera callan.
He aquí una crónica algo tardía (pero nunca inoportuna) y
por completo personal sobre una celebración que -con ese motivo- pueda serlo,
acaso, también la de las palabras que lo
evocan.
La noche del 28 de
julio, después de brindar por la patria con mis amigos del Rotary Club Huacho
decidí partir para Cajatambo. Al día siguiente, luego de concluir la emisión de
“Cajatambo, canto y memoria”, el programa dominical que conduzco, incluso me di
tiempo para asistir al cumpleaños 50 de Félix Verde, uno de mis entrañables
amigos de mi época escolar. De manera que cuando apareció el tío Alfredo conduciendo
su camioneta azul mi cuerpo se fue persiguiendo a mi alma.
Julio 30
José y Rosa (30/7/2012) |
Partimos a las 11
de la noche y llegamos a las 5 de la mañana del lunes 30. Salvo una llanta
delantera que en Llocchi se desprendió para irse rodando por su cuenta, no hubo
otra novedad. Apenas al llegar aparcamos alrededor de la antigua plaza de toros
y subimos a La Torre. Un charco reluciente sobre el patio de la escuela
evidenciaba los torrentes del jolgorio. Las presentaciones habían concluido y
solo las grabaciones prolongaban los estertores de la jarana. Pues aun se veían
algunos sobrevivientes que bebían y bailaban. Sin embargo, lo hermosamente
encantador de aquel frío amanecer, mientras la fiesta moría, fue ver bailar y
sonreír a una linda chica de naricita respingada. Era bella no solo por sus
rasgos, sino también hasta por la forma en que recogía su cabello. Fue el único
instante de mi vida en que -jamás lo olvidaré- sin desmedro de mi hermosa
juventud, deploré el paso del tiempo.
En contraste, la
impresión más perturbadora fue ver mi casa desde una carretera tres metros debajo de donde la dejé. Y mucho más ver la
casa de enfrente partida. Una casa que al igual que doña Olga, su dueña,
también moría.
Aunque desprovista
por el colapso de servicios básicos, al llegar a casa abrí feliz puertas y
ventanas. No por nada se trata de la casa en donde nací.
Igual que las 195
provincias del Perú, además de sus atractivos naturales (circuito glaciar
Huayhuash), gastronómicos (pari, locro, chichancaldo) y melódicos (huaylashadas)
Cajatambo resulta singular por su gente. Mujeres y hombres que aun ausentes, ó,
por eso mismo, le dan vida con sus vidas. Tan cierto es que basta una semana de
fiesta para consumir lo que tarda medio año en venderse. Y aun en hogares distantes, semana a semana,
indefectiblemente, los sabores de la
tierra añorada nunca dejan de estar presentes. Potes con miel de abeja (con
sabor a eucalipto), alfajores extraordinarios (por su sabor y presentación),
quesos y manjar blanco artesanales (derivados de ganados que pastan libres en
verdes alfalfares), hacen que miles de personas sientan no solo su nostalgia
retribuida sino algo mucho más gratificante: orgullo de ser cajatambinos.
Por eso aunque la
fiesta no cambie igual vuelven. Basta salir a la calle y comparecer ante
presencias que nuestros brazos desesperan estrechar para entenderlo. Pues, se diría,
es esa la verdadera fiesta: el encuentro con los seres que queremos y nos
quieren. De manera que para celebrar, y consagrar, aquella coincidencia se hace
cada año la fiesta. Y se baila y se bebe. Se vive.
Bajo un sol
radiante Trinicho Inga (ahijado de mis abuelos, ex alcalde y oferente de una de
las corridas más memorables en Lima) junto a William Minaya (dueño de una fábrica
de productos plásticos y oferente de la primera corrida con toros de casta en
Cajatambo) conversan y brindan en la calle central. Verlos me convence, una vez
más, que la real embriaguez no proviene de los brindis tanto como del regocijo
de entroparse, recordar y reír.
Al terminar con los
brindis los choferes de William aparecen para llevarse a la plaza de toros a
los compadres. Por mi parte, lamento no haber visto la salida del Capitán de la
Tarde y para no perderme lo demás decido caminar. A la salida del pueblo, en
Andahuaylas, los alcanzo. Ver a las damas flanqueando a José Altamirano y su
esposa me conmueve. No puedo (ni quiero) evitarlo: mustias lágrimas brotan de
mis ojos deslumbrados. (Me conmueve el recuerdo de Víctor Reyes Ballardo:
primer Capitán de la Tarde que incorporó las damas en 1939).
Durante el
recorrido, en la plaza de toros y en el
resto de la fiesta una palabra distingue la presentación de José: prestancia.
Sobrio y cordial, además de ofrecer una corrida a la altura de las
expectativas, José impuso dos referentes ineludibles: un espectáculo
pirotécnico de media hora de duración (que dejo con el cuello entumecido a
quienes solo fueron a ver un castillo) y una noche de vibrante contrapunto de
guitarras y mandolinas.
Volví a ver a
Trinicho y volvimos a brindar. Esta vez recalamos en El Tambo del Inca (el
hotel más céntrico, elevado y confortable de la ciudad). Y puesto que la fiesta
son los reencuentros, aparecen dos de las hijas de quien fuera legendario
torero de las capeas cajatambinas: Teófilo Fuentes Rivera, y puesto que la
fiesta es, sobre todo, bailar, me voy con ellas. Por si fuera poco, aquel baile
fue ocasión, nada menos, para también bailar con Judith Espinoza Portuondo, una
de las mujeres más bellas y talentosas que ha dado Cajatambo (patrocinadora del
portal: www.cajatambo.com). En treinta
años de celebraciones, nunca baile tanto, que, de todas, elegiría aquella otra
vez: “La flor es sin por qué: florece porque florece”.
Julio 31
Aquíles y Rosalía (31/7/2012) |
Al despertar entre
abrigadoras frazadas me dispongo asistir a la recepción de Aquiles y Rosalía
(amigos y vecinos de mi hermano en Atusparia: un pedazo de Cajatambo en San
Juan de Lurigancho). Juan Huavil, su
animador, me ha pedido que lo apoye. Me valgo de su invitación para servirme
del convite y recibir un par de entradas.
Luciendo vestuarios
de colores diversos las damas de Aquiles Vivar se distinguen no solo por su
belleza sino también por su elocuencia (una, que viste de naranja, en
especial). Al escucharla, con menos elocuencia pero no menos entusiasmo, me acerco a felicitarla. Ella me agradece y me sonrie.
En el ruedo, una de
las escenas más impresionantes acontece no durante la faena sino antes cuando
Aquiles y Rosalía desde ambos extremos se acercan bailando, rodeado de damas y pajes,
hasta quedar frente a frente. Y fue allí cuando se produjo el beso más
multitudinario de la historia de Cajatambo: Aquiles, antes de invitarla a
bailar, besó a Rosalía.
Luego de la
presentación ecuestre de Jesús Márquez e hijos comenzó la corrida de toros.
Aunque fueron 7 toros uno estuvo demás. “El Milpeño Andariego”, el tercero de
la tarde fue el mejor; Emilio La Serna, entre los toreros. Luego de la
relectura de “Muerte en la tarde” -el mayor clásico de la historia del toreo-
me atreví decir algunas cosas que, para mi pesar, andan grabadas. En cambio no
fui grabado, como hubiera preferido, bailando. En especial, cuando una de las
damas le dijo a otra: “¡Qué suerte! Ese señor baila muy bonito”. Con todo,
aquella noche, mi tristeza crecía como la negrura de la noche al pensar que en
esos precisos momentos se iba la persona a quién mayor alegría debía: Alcira.
1 de Agosto
A medía mañana, mientras
observo mi huerta hundida cinco metros por debajo de la carretera, veo aparecer
a Silvia y Leti, mis primas. A diferencia de la mayoría, que se limitan a mirar e irse, se muestran
consternadas y dispuesta a apoyar. En la plaza Alfredo Balboa, pronto a partir,
se despide. Alfredo se vuelve a Lima y Silvia y Leti por el viejo camino hacia
Cajatambo. Esa es también la fiesta:
jubilo de encuentros y melancolía de adioses.
Desde el balcón veo
ingresar a Capillapampa la camioneta azul en que llegué y en ella vuelvo a
Cajatambo. Definitivamente, todos esos instantes son memorables: cruzar los
puentes, saludar a las ancianas y ancianos, ponerse un sombrero, mirar los
eucaliptos.
Al llegar a Tambo
enrumbo a casa de mis tíos preferidos: Ethel y Aquíles. Justo a poco de estar a
verlos lo visitan el Inca y el Rumiñahui con sus pallas. La guiadora me invita
a bailar. Es la costumbre, pero sospecho que también es algo más: un
reconocimiento a nuestros ancestros. Es
emocionante vivir ese momento: escuchar hermosos cantos en quechua y sorber
luego algunos vasos de chibas reagal sin hielo. En verdad, que duda cabe, es
huachafo decirlo pero fabuloso vivirlo.
Después de degustar
el relleno de chancho y el ineludible pari comienza el baile en la recepción
final de José. La atención corre a cargo de sus colaboradores. No se trata de
mozos contratados sino de familiares y amigos que deponen rangos y funciones
simplemente para colaborar. Vestidos con elegancia, ingenieros, economistas,
contadores, auditores (entre otros) hacen tregua de sus citadinas ocupaciones
para ser solo cordiales y diligentes anfitriones. Generosos y respetables
amigos de los amigos de la tierra que los vio nacer. En ellos, más que en las
cuantiosas inversiones, reside el éxito de las celebraciones en Cajatambo.
Enseguida, para
concluir, y por reciprocidad, enrumbo hacia la recepción de Aquiles. También
aquí bailan con denuedo y furor. La diferencia es que la banda de viento
alterna con las guitarras y las mandolinas. Ingreso justo cuando se dispone a intervenir
Iván Salazar (el forjador de Horizonte Andino). Amigo desde la infancia y la
escuela al verme saluda mi presencia. Para corresponder me dispongo a bailar.
Invito, sin intimidarme, a una muchacha. Con sorpresa, y discreto pavor, me percato de inmediato que
se trata de la hermosa chica que vi en La Torre bailar, apenas al llegar. No lleva el
cabello recogido ni anteojos esta vez pero luce no menos hermosa. Pero,
considerando que nunca un cuerpo hermoso lo es más que cuando baila, nada se
compara con verla. Tanto que Arturito Medina no resiste no decir: “¿Ustedes
dónde han ensayado para bailar así, ah?”. (Vaya suerte: gordo, calvo y canoso
aun tuve fuerzas -y suerte- para alternar con la más bella y mejor bailarina de
la fiesta).
A la diez de la
noche, con el melancólico y melodioso saludo en el atrio del templo principal,
concluye la celebración hispano taurina de 2012 en tributo de María Magdalena. Las
hijas y el hijo de José “Shuty” Quinteros (que actuaron de damas y paje) me
abruman con la delicadeza de venir a
despedirse de mí. Noellia, la mayor, incluso me presenta a un muchacho a quien
más que por su nombre recuerdo por haberme dicho ser autor del blog:
“Inspiraciones cajatambinas”. (Al verlos siento el lúgubre regocijo de que
todos esos muchachos a quienes les importa mis escritos raigales serán también
los amistosos merodeadores de mi tumba en Cajatambo).
Agosto 2
Después de tres
días de ardua y feliz celebración, esta mañana -para variar- tomo la cuesta de
Paltarumi rumbo a Ocopata. Al llegar, la albura majestuosa de Huacshash
compensa mi fatiga. Y no menos el libro que llevo entre manos: “Cien años de
soledad”. Al comenzar su lectura, más que otras veces, (en mi caso, la tercera)
disfruto no solo del escenario sino hasta de mi voz que da vida a Macondo y la
desaforada existencia de los seres que la habitan.
Al volver, luego de
almorzar, con las puertas y ventanas abiertas del segundo piso, tumbado sobre
un catre venerable de fierro fundido,
nada podía ser más gratificante que mirar las laderas del Jancarhuaín doradas
por el sol del atardecer. Que belleza carajo. Y del mismo modo cuanto dolor al
pensar en mi madre ausente, y sin embargo, siempre presente. Presente en el
abrigo de las frazadas. Presente en la hermosa chalina de vicuña. Presente en
mi mirada, en mi voz, en mis pasos.
César, es un excelente relato de aquella fiesta inolvidable. Estoy muy agradecida y enormemente halagada por la mención referida a mi persona. Tengo el grato recuerdo de aquel día y sobretodo la alegría de haberte conocido en persona.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y nuevamente mi agradecimiento sincero.