Cada fin de semana, durante años, fue
la primera en recibirme.
Pequeñita y peludita, al verla, mi
hermana decidió ponerle el nombre que mejor le correspondía: Preciosa.
Preciosa, además, porque lo que le faltaba en
apariencia le sobraba en habilidad. Durante quince años anunció las visitas,
pero en especial, nos previno cada vez que la epilepsia desvanecía a mi hermana.
Imposible ignorarla. Inimaginable no quererla. Más todavía cuando, sostenida
sobre sus patitas, con las manitas recogidas, sus ojitos morían de ternura por
un instante de atención.
Fue parte de nuestras vidas. Vuelvo a
decirlo: nuestros ojos, nuestros oídos. Sin pedir nada lo dio todo. Nadie nos
quiso tanto y ninguna palabra es suficiente para agradecérselo.
Qué bellas palabras. Sin pedir nada, lo dió todo. Es común en ellos. Y como escribes, ninguna palabra es suficiente para agradecérselo. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias.
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