miércoles, 21 de septiembre de 2016

CUERDAS AL POR VENIR


Hijo de Pilar Reyes Quinteros (directora del grupo femenino de folclor “Andina”) y Juan Ramírez (director-forjador del innovador grupo “Yawar”, que grabó en versión instrumental las canciones de los Beatles con instrumentos netamente andinos), Sergio Ramírez Reyes es -camino a dejar de serlo- todavía un niño. Salvo por su breve edad se trata de un menor, pues sus manos poseen la misteriosa vastedad de un galopante y discreto talento.
Invitado por los organizadores del Festival Gastronómico del Centro Juventud de Cajatambo, la tarde del 18.9.2016 el pequeño concertista pulso la guitarra para ejecutar cinco interpretaciones. Una de las cuales, la más lograda de todas, fue la composición que Paco de Lucía dedicó a su tierra: “Entre dos aguas”. Con rigor y reverencia Sergio no solo interpretó sino reencarnó, por algunos minutos, al más célebre músico del folclor flamenco. En más de siete décadas del CJC fue de seguro la primera vez que el ritmo más intenso y vibrante de España se escuchó en el local que congrega a las hijas e hijos de uno de los pueblos que más ama la guitarra en el Perú.
Impresionado por la nitidez en la digitación que mostró Sergio, uno de los veteranos integrantes del recordado grupo “Alturas”, no cesaba de repetir que su talento debía tener el porvenir que merece. “Niño prodigio”, lo llamó al concluir su actuación Tomás Portilla. Y en definitiva, no se trató de ningún halago de presentador.
Hace tres años, instado por sus padres, cuando visité la vivienda familiar en la urbanización Pando, escuché por primera vez a mi sobrino blandir la guitarra (del mismo modo que lo hacían sus padres y en su tiempo lo hicieron su abuelo Aquiles y su bisabuelo Humberto). Al despedirme, tuve la impresión de que el destino de Pilar y Juan, acaso estaría signado por los mismos designios que el de sus propios antecesores -no menos semejante al de los progenitores de Juan Diego Flores y del mismo Paco de Lucia-, virtuosos y esmerados padres, que vieron en sus vástagos la prolongación y consagración de sus más apasionados dones.
Aquella tarde de domingo, entre ubérrimos sabores raigales y la abuelita Ethel que se persignaba nerviosa antes de presenciar la intervención del nieto, vislumbré tan eminente como inminente certeza. Esa certeza que el tiempo habrá de corroborar.



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