Alguna vez, en plena campaña electoral, muy de paso, me topé -cara a cara- con Ollanta Humala. Lejos de impresionarme, de inmediato, lo que vi en su cara es el rostro de la mediocridad. En definitiva, un ser afortunado poseído de inmensa ambición y escasa trascendencia.
Cuando fue elegido (por voluntad soberana del pueblo peruano) para ejercer el mando del gobierno del Perú (2011-16), no cambio un ápice mi parecer. De manera que, seguro de no perder nada, decidí ignorar los discursos presidenciales.
Pero mas allá de su incompetencia para decir discursos meritorios y atendibles, la mas patética impresión fue la que a la postre dejó al irse: la de un hombre con poder gobernado por los caprichos y designios de su mujer. La de un estropajo que nunca pudo salir del fregadero. Un autentico warmimandanan.
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