miércoles, 2 de enero de 2013

LOLO, SIEMPRE LOLO





Tal vez tengan razón quienes temen más a la vejez que a la muerte.

Ver las últimas imágenes publicadas de Lolo Fernández

es quizá el más terrible desafío a nuestro afecto por todo lo que hizo.

El gran cañonero sentado en una silla de ruedas.

El futbolista más recordado privado de memoria.

Era Lolo y no era. Pero era.

Quienes visitaron a Einstein en su retiro de Princeton

recuerdan sobre todo a un anciano célebre

que hubiera preferido ser un célebre violinista.

Más que el crimen, implacable, hiere la gloria.

Así tras cada fracaso o derrota

Lolo esto. Lolo lo otro. Lolo, Lolo, Lolo.

Puesto y expuesto como el ejemplo de un mañana

que tarda siempre en llegar.

La sensible y fugaz memoria de los periodistas

inspirados por su partida

-pues nada hay más deportivo que hablar de deporte-

poco o nada aportan para despedir

al viejo legendario que vistió siempre de crema;

aparte de repetir lo ya sabido:

los descomunales shots que aseguran privaban

a los arqueros, Berlín 36 y su fulgor increíble,

los 20 años en Universitario y sobre todo

el cheque en blanco del Colo Colo.

A pesar de todo lo dicho

-es difícil hacer un homenaje sin decir algo demás-

Lolo también es entre otras tantas cosas, el nombre

de un remoto club fundado a mediados del siglo XX

por un grupo de entusiastas muchachos

nacidos en una comunidad campesina no menos remota.

San Juan de Astobamba y Lolo, su hijo predilecto.

Hay tantas formas de recordar a Lolo, y ésta, una más;

justo cuando los muchachos del 50 aun recuerdan

las tardes en que jubilosos detenían el tiempo

tras una pelota que sigue rodando en la nostalgia.



 

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