sábado, 19 de enero de 2013

VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS




Apenas al llegar, se dirigió rauda hacia el baño mientras yo me arrebujaba en uno de los sillones de la sala. Cuando regresó su mirada y sus labios delataban aun el reposo contenido y feroz de su incomodidad. No era para menos: dieciocho años repitiendo por obligación “¿Vas a hacer?”, dos hijos y ningún orgasmo la habían conducido hasta allí.
Fue entonces cuando del modo más franco y, en apariencia, imprevisto los tenebrosos atajos de la memoria también tomaron asiento para hablar de la mujer que pese a ser  madre amorosa,  hija abnegada y  hermana rebelde tuvo que resignarse a guardar vilezas y apariencias. A ser la respetada y a la vez compadecida vecina que se resiste, sin doblegarse ni perder iniciativa, durante años a poner término a la consagrada y desastrosa atadura de ser esposa ejemplar y a la vez aborrecida rival de mujeres que más de una vez habían tenido el descaro de vomitarle a gritos en la puerta de su propia casa su odio y su desprecio. Hasta que un día decidió deshacerse de esa vida y  abandonar además los viajes de negocios de venta de productos bioenergéticos  para emprender el de artesanías  y quedar al fin sola - libre e independiente-  más unida  que nunca a lo mejor de esos años malos: sus hijos.
Sin embargo, hubiera bastado el haberle pagado con la misma moneda para que la torpeza adultera del miserable quedara vengada. Pero quiso el destino pesara sobre ella algo más siniestro aun: la indolencia criminal de un adiós sin adiós. La brutal sordera, la maldición, de una traición. La peor de todas: la del olvido. Pues así, entre estruendos y apagones, olvidado para siempre, desapareció, desterrado de sus afectos, el muchacho que -literalmente- murió  clamando por su ingrata presencia atrapado en un laberinto de cuatro paredes poblado por inútiles  recuerdos. (“No podía”, asegura; pero resulta difícil creerle).
Por el contrario, luego de sentirse hechizada y pronto relegada (para ser usada de vez en cuando), sin desmedro de sus notorias y públicas virtudes, la risueña muchachita de dientes enormes, la recordada Piolín del colegio Mercedes Indacochea de Huacho, llegado el momento no tuvo reparos para encender el fuego prohibido de una atracción fratricida por el hermano del ufano fulano por el que en otro tiempo ella moría mientras el muchacho que en verdad moría por ella se mataba lentamente.
Dieciocho años, dos hijos y ni un solo orgasmo. Ensombrecida por los secretos estigmas de quienes no ostentan la arrogante inteligencia ni la impasible orfandad de su bondad ella ignora todavía, o le cuesta aceptar, que en este mundo de breves dichas y largas penas, no hay peor maldad que la simple bondad  ni sacrificio más grave que el de la piedad. Peor aun: ella ignora que es una tumba que camina.

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