En la oscura y apacible quietud
de la noche,
tan oscura y apacible que aun las estrellas
y la luna parecen dormir cuando despierta,
Raymundo García Alor,
hijo de Lucho y de Eumelia,
coge sobre sus hombros un blanco costalillo
repleto de redondos y olorosos panes,
y en la noche oscura
camino arriba camina;
las piedras mustias,
las hojas verdes
y el incesante rumor del río
lo acompañan.
En la soledad
de la noche oscura, cuesta arriba
camina Mundo,
llevando a diario sobre sus hombros
un mundo de aromosas alegrías
que llega en forma de pan
a Jalcán, Arinchay y Lascamayo.
Fué así, de ésta manera,
Fué así, de ésta manera,
con el pasar y pesar del tiempo,
que Raymundo,
a quién siempre llamaron Mundo,
que Raymundo,
a quién siempre llamaron Mundo,
se convirtió en uno de los más visibles
ganaderos de Ambar,
pero que sin embargo
siempre fue el hombre que jamás olvidó
siempre fue el hombre que jamás olvidó
al niño del blanco costalillo y
sus diarias caminatas hasta el confín
del amanecer.
Así me lo contó,
y así lo recuerdo yo,
evocando con orgullo, ya abuelo,
a mi abuelo que lo felicitaba
por llegar tan temprano.
y así lo recuerdo yo,
evocando con orgullo, ya abuelo,
a mi abuelo que lo felicitaba
por llegar tan temprano.
Y así se los cuento yo
para que sus pasos
sigan andando
todos los caminos
todos los caminos
todos los amaneceres.
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