“Las nubes silenciosas se deslizan bajo un
espléndido cielo azul. El sol reverbera, cálido y luminoso, sobre la quebrada.
Solo el viento emite un suave rumor que desciende desde los eucaliptos mientras
miro planear un ave de rapiña y escucho el lejano balido de una oveja.
No ignoro que la impresión que trato de describir aun con no
ser la tuya no deja de ser familiar para ti. Mas todavía tratándose de un lugar
nada extraño para tus abuelos: Lascamayo.
Y es mas grato decirlo sentado sobre el pasto verde,
teniendo como espaldar una piedra inmóvil y amable que conozco desde niño. Pero
sin embargo el hombre que desde aquí dirige sus pensamientos hacía ti debe
partir para mejor quedarse. Para que estas palabras, igual que mi vida misma,
tengan un sentido y un destino.
Por eso ninguna coincidencia es para mí más estimulante que
recordar tus palabras apenas nos encontramos: César, somos amigos. Tenemos que conversar. Bueno pues, aquí me
tienes, complacido por una certidumbre que convoca mis más profundo fervor y
entusiasmo. Mucho más tratándose de ti que eres parte de la tierra a la que también
me debo.
Mis vacas me miran mientras escribo, ellas ignoran que no
exagero. Pues tengo siempre presente la ocasión en que al reconocer, no sin
harta sorpresa, a tu tía Beatriz en una comitiva congregada en el frontis del
Congreso para rendir homenaje a un viejo senador, la saludé por primera vez y
desde entonces tratar con una de las mujeres mas inteligentes y cosmopolitas
que ha dado Ambar ha sido el más grato de mis privilegios. Pero no menos gratitud y, sobre todo,
afecto me inspira la gracia audaz y tenaz de una mujer como tu madre, cuya
fidelidad a su tierra me conmueve más conforme pasa el tiempo inexorable”
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