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viernes, 13 de enero de 2017

UN LIBRO POR SEMANA


A los catorce años leí "La ciudad y los perros". Treinta años después, a la sombra de una frondosa y generosa ponciana, he leído "Cinco esquinas".
La primera novela de Mario Vargas Llosa llegó a mis manos en la bolsa del mercado que portaba mi madre, y la última, a través de Alfonso Núñez Gamarra, uno de los más acuciosos intelectuales que ostenta Huacho.
Ver reiterada una vieja y anacrónica adicción personal (leer), en estos tiempos de avasallante fascinación virtual, en un joven abogado no puede ser mas esperanzador. Ocurre que Alfonso, lo mismo que en mi caso a su edad (22), considera indigno vivir una semana más sin un libro más.
Aunque a decir verdad si bien "Cinco esquinas" es un libro grato de leer, se trata a todas luces de una obra menor de su autor. El veterano escritor que parece -acaso de manera deliberada- por momentos imitarse, ó, lo que es mas grave, repetirse así mismo.
Sin embargo, pese a aquel casi postrero traspié,  resulta inequívoco que Vargas Llosa es el mayor referente peruano de la cultura universal. Un maestro, aun para quienes sin haberlo leído, no ignoran su presencia y trascendencia.
De manera tal, que, digamos, cuando una muchacha se enamora (como es el caso de  Alezandra) de un muchacho cautivado por voraces lecturas, en realidad -sin saberlo- rinde el mejor de los homenajes a la cultura.
Por eso mismo, agradecidos, también nosotros, Lizbet y yo, a nuestra manera, cual personajes de sus libros, brindamos y celebramos (en un restaurante de 28 de Julio) los ochenta años de aquel escritor cuya obra llegó un día para alimentar mi espíritu en una canasta de junco milenariamente huachano.

 A MITAD DE CAMINO. Tuve reparos en ver y escuchar la entrevista adjunta (realizada cuando Vargas Llosa iba cumplir los cuarenta años).
Sin embargo, las palabras del autor de "Conversación en La Catedral" ("El libro mas ambicioso de todos los que he escrito"), disciplinado y constante, guardan todo lo que aun sin el Premio Nobel, ni cuatro décadas mas de continuidad, harían mas memorable su obra, ni mas actual su testimonio.

viernes, 2 de septiembre de 2016

ESCRITOR VIRTUAL, VIRTUAL ESCRITOR


Homenaje a José María Arguedas, en el frontis de su casa de verano en Puerto Supe, (2013)

                                                    
                                                           A Tula, cómplice inolvidable


Tendría unos diez años, cuando cierto día pregunté a mi madre sobre que era un escritor. Recuerdo -vaya afán a las que la maternidad somete- sus inolvidables palabras: "Es un hombre que sabe mucho". (Por lo demás, ella siempre hablaba de Ciro Alegría, a quien, según nos contaba, su padre citaba con frecuencia en sus últimos días). 
Pero fue a los doce, cuando leí "Otelo" y "Romeo y Julieta"  que entendí por mi propia cuenta la magnitud de la interrogante que hice a mi progenitora. Consternado y deslumbrado descubrí lo que era posible hacer, mejor dicho: decir,  con el uso de algo tan simple y elemental: las palabras con que hablamos y nos comunicamos.

Enseguida, sin mas preámbulos, en procura de perpetuar el hechizo, me sumergí en la orgía cotidiana de la lectura. Tanto me aislé que hubo un día en que Mi Gordita -así la llamaba-  ingresó a mi habitación para pedirme que volviera a la calle. Hasta incluso lloró. Al evocar ese momento, siento que sus lágrimas me hieren todavía.  Sin embargo, desde entonces, asumí que, hiciera cuanto hiciera, la vida desprovista de libros sería insuficiente para mí. Libros en cuyas páginas mas que un aprendizaje me aguardaba una experiencia única, insobornable y absoluta. Un tiempo, al mismo tiempo, fuera del tiempo.
Al salir del colegio, aunque por un tiempo me hizo ilusión aspirar ser piloto de aviación civil, decidí emprender el vuelo mas arriesgado y solitario de todos: seguir el camino de las letras. Intuía cuan complejo y tortuoso podría ser llegar a ser un ensayista y escritor; pues, para alcanzar tal propósito, ni siquiera la universidad podía ayudarte gran cosa. El tiempo me demostró, para mi pesar, que estimados amigos (aun con grados internacionales) a la hora de escribir no eran lo que nuestro afecto quisiera que fueran.
En noviembre de 1980, en el local histórico de la Biblioteca Nacional, en el centro de Lima recalé en un impensado homenaje a José María Arguedas. Antes, en el venerable hall, al ingresar, comparecí ante un retrato enorme del escritor.  Durante minutos, antes de escuchar a los sabios maestros convocados para la ocasión, me detuve a mirarlo con afecto y admiración. A partir de esos breves minutos, con total inconsciencia y determinación, supe lo que tendría que ser y hacer con mi vida. 
Desde entonces, mi existencia ha sido una lucha y un misterio. La lucha por conservar el fuego de una pasión y el misterio de su existencia. Ser y prevalecer, por y a pesar, de las circunstancias, pues, a la postre, nada es de mas lamentar que mujeres y hombres dotados de atributos desperdicien su talento por una incomprensible pereza que encubre su miedo. El miedo al fracaso. 
Con todo, luego de no pocos reveses, en perspectiva, en el tiempo transcurrido, mas que ser conocido o reconocido solo un propósito a guiado mis empeños y desvelos: encontrar en mi el escritor que hubiera querido descubrir en los libros que leí. Fascinado de ver (pues uno mismo es el primer lector de lo que escribe) textos salidos de mis manos, me pregunto si en verdad soy yo el autor o mas bien, por algún ignoto designio, apenas el encargado de poner algunas palabras para que el fuego arda y la vida también. Un solitario fraguador de signos alfabéticos que habita una casa solaz en Huacho, que lleva mi nombre y envejece conmigo.  
Un autor que evitó  los textos impresos en papel para preferir el que motiva su atención, y de mi parte, mi gratitud. 
            

viernes, 13 de septiembre de 2013

CONVERSACIÓN EN LA BIBLIOTECA


                                                                  

                                                                          Para Liz, luz de mi vida




https://www.youtube.com/watch?v=ZviCEU83_JA
"Es preferible quemar un libro en lugar de falsearlo"                     Claudio Magris

"La democracia atrae poco a los mejores y mucho a los mediocres"
    Mario  Vargas Llosa





En rebelión contra las inapelables y rutinarias urgencias de cada día salgo a la autopista y miro con indiferencia los transportes públicos que van, y vuelven, sin cesar, de Huaura hacía Huacho, y al revés. Es decir: hastiado de la misma cojudez de cada día. No carajo, me digo a mi mismo, este día estoy parado a la vera del camino en la plazuela de Cruza Blanca porque me conduce el firme propósito de llegar al auditorio de la Biblioteca Nacional en donde, a las seis de la tarde, tendrá lugar la conversación entre los dos escritores y pensadores mas notables de Europa Central y América del Sur: Claudio Magris y Mario Vargas Llosa. Sin duda, siempre lo digo, esa es una de las gratas ventajas de habitar una ciudad próxima -en poco menos de tres horas- a la urbe principal del Perú. Sin mas equipaje que aquel rectángulo plastificado que acredita mi identidad guardado en el bolsillo de mi camisa abordo un confortable bus que se aproxima de Chimbote hacía Lima. Entonces, en verdad, mas que sentado tumbado igual que en una cama, me refocilo de gusto mirando los arenales, seguro de llegar a tiempo.

Dicho y hecho: ingreso al auditorio cuando resonaban los aplausos que celebran la aparición de las dos celebridades que esa noche prometían, sin exageración, un verdadero faenón verbal. Entonces, apremiado por las circunstancias, me precipito escalones abajo   -no sin antes canjear mi dni por el aparatito de traducción- hasta el extremo izquierdo donde un público elegante y patriarcal, en el que predominan testas calvas y canas mezclabas con rubias cabelleras pigmentadas. De todos modos, a pesar de no ser ya mozo sino solo apenas canoso, no tuve ningún inconveniente para hallar cómodo y cordial cobijo entre las butacas rojas. Sentado a unos pasos de los consagrados interlocutores, considerando los 150 km de recorrido que preceden mi presencia, me di por satisfecho y como no podía ser de otro modo me dispuse ser todo oídos. Como quiera que sea, aun cuando me encontraba allí para ver y oír lo que bien podría -luego- leer y hasta ver y oír (y hasta evocar) a través de la red, no menor interés me producía saber quienes comparecían aquella noche, lo mismo que yo, ante aquel espectacular contrapunto de pareceres y puntos de vista, y hasta de idiomas.
Pues tan importante como tener al frente y escuchar a los renombrados expositores era para mí hallarme bajo el mismo espacio y con el mismo propósito con Alfredo Barrenechea, el más talentoso politólogo y periodista de mi país. Amén de advertir la concurrencia de otras estimables presencias. Sin embargo, lo imprevisto sucedió al final de la conversación, cuando las rubias otoñales bellezas que me rodeaban se levantaron para reunirse con Patricia Llosa, la elegante y delicada prima consorte de don Mario. 
Y puesto que me hallaba allí para ser testigo no solo de la performance intelectual de los expositores sino también de la connotación social de aquella presentación, permanecí sentado y consolado, observando, complacido y divertido, y a la vez convencido, del acierto saludable de estar allí. Seguro de comprobar que lo provinciano mas que un designio geográfico es ante todo una actitud. La feliz y resignada miseria de confinarse a un estricto límite territorial y espiritual.

Harto se dice y se repite que no hay mejor forma para conocer a un escritor que leyendo lo que escriben antes que tomándose una foto con él. En mi caso, en mi oscura y luminosa  adolescencia, a los 14 años comienza mi historia de lector de Vargas Llosa. Y resulta más memorable esta evocación cuando recuerdo las manos esperanzadas de mi madre, alcanzándome, entre víveres del pan de cada día, "La ciudad y los perros". Se trataba, nada menos, de la edición legendaria -después lo sabría- de Seix Barral. Un libro que, literalmente, precisamente por acción intangible de la mente, hizo que aquel tercer año de medía en el colegio Luis Fabio Xammar de 1977 fuera para mí un año deslumbrante y determinante. 
Por eso cuando veo aparecer entre las butacas y la roja alfombra del auditorio, flanqueado por reporteros y entusiastas concurrentes, al escritor para dirigirse hasta el grupo que rodea a su esposa (el grupo con el que compartí el diálogo), en la presencia de aquel hombre elegante de plateada cabellera antes que a la celebridad siento que estoy ante la encarnación de una singular actitud. Una actitud que comienza por la decencia de atreverse a ser igual a lo que se admira.
Sin embargo, no deja de sorprender -por mencionar tres hombres que son ahora tres nombres inmortales- que para Homero, Dante y Cervantes no hubieran acuciosos periodistas, concurridas conferencias, consagrados premios, sino solo páginas impresas y sus usuarios; es decir, lectores. Lectores que, en definitiva, son el mejor premio para cualquier autor, en este y todos los tiempos.
Consciente del privilegio de haber asistido al diálogo entre el intelectual más célebre de la historia del Perú y uno de los más renombrados pensadores europeos, me acompaña la certeza de que la del 9 de diciembre de 2009, será recordada como extraordinaria coincidencia y a la vez como una perdurable contienda. Una coincidencia en la pasión por entender y una contienda en la urgencia de decir.