viernes, 13 de septiembre de 2013

CONVERSACIÓN EN LA BIBLIOTECA


                                                                  

                                                                          Para Liz, luz de mi vida




https://www.youtube.com/watch?v=ZviCEU83_JA
"Es preferible quemar un libro en lugar de falsearlo"                     Claudio Magris

"La democracia atrae poco a los mejores y mucho a los mediocres"
    Mario  Vargas Llosa





En rebelión contra las inapelables y rutinarias urgencias de cada día salgo a la autopista y miro con indiferencia los transportes públicos que van, y vuelven, sin cesar, de Huaura hacía Huacho, y al revés. Es decir: hastiado de la misma cojudez de cada día. No carajo, me digo a mi mismo, este día estoy parado a la vera del camino en la plazuela de Cruza Blanca porque me conduce el firme propósito de llegar al auditorio de la Biblioteca Nacional en donde, a las seis de la tarde, tendrá lugar la conversación entre los dos escritores y pensadores mas notables de Europa Central y América del Sur: Claudio Magris y Mario Vargas Llosa. Sin duda, siempre lo digo, esa es una de las gratas ventajas de habitar una ciudad próxima -en poco menos de tres horas- a la urbe principal del Perú. Sin mas equipaje que aquel rectángulo plastificado que acredita mi identidad guardado en el bolsillo de mi camisa abordo un confortable bus que se aproxima de Chimbote hacía Lima. Entonces, en verdad, mas que sentado tumbado igual que en una cama, me refocilo de gusto mirando los arenales, seguro de llegar a tiempo.

Dicho y hecho: ingreso al auditorio cuando resonaban los aplausos que celebran la aparición de las dos celebridades que esa noche prometían, sin exageración, un verdadero faenón verbal. Entonces, apremiado por las circunstancias, me precipito escalones abajo   -no sin antes canjear mi dni por el aparatito de traducción- hasta el extremo izquierdo donde un público elegante y patriarcal, en el que predominan testas calvas y canas mezclabas con rubias cabelleras pigmentadas. De todos modos, a pesar de no ser ya mozo sino solo apenas canoso, no tuve ningún inconveniente para hallar cómodo y cordial cobijo entre las butacas rojas. Sentado a unos pasos de los consagrados interlocutores, considerando los 150 km de recorrido que preceden mi presencia, me di por satisfecho y como no podía ser de otro modo me dispuse ser todo oídos. Como quiera que sea, aun cuando me encontraba allí para ver y oír lo que bien podría -luego- leer y hasta ver y oír (y hasta evocar) a través de la red, no menor interés me producía saber quienes comparecían aquella noche, lo mismo que yo, ante aquel espectacular contrapunto de pareceres y puntos de vista, y hasta de idiomas.
Pues tan importante como tener al frente y escuchar a los renombrados expositores era para mí hallarme bajo el mismo espacio y con el mismo propósito con Alfredo Barrenechea, el más talentoso politólogo y periodista de mi país. Amén de advertir la concurrencia de otras estimables presencias. Sin embargo, lo imprevisto sucedió al final de la conversación, cuando las rubias otoñales bellezas que me rodeaban se levantaron para reunirse con Patricia Llosa, la elegante y delicada prima consorte de don Mario. 
Y puesto que me hallaba allí para ser testigo no solo de la performance intelectual de los expositores sino también de la connotación social de aquella presentación, permanecí sentado y consolado, observando, complacido y divertido, y a la vez convencido, del acierto saludable de estar allí. Seguro de comprobar que lo provinciano mas que un designio geográfico es ante todo una actitud. La feliz y resignada miseria de confinarse a un estricto límite territorial y espiritual.

Harto se dice y se repite que no hay mejor forma para conocer a un escritor que leyendo lo que escriben antes que tomándose una foto con él. En mi caso, en mi oscura y luminosa  adolescencia, a los 14 años comienza mi historia de lector de Vargas Llosa. Y resulta más memorable esta evocación cuando recuerdo las manos esperanzadas de mi madre, alcanzándome, entre víveres del pan de cada día, "La ciudad y los perros". Se trataba, nada menos, de la edición legendaria -después lo sabría- de Seix Barral. Un libro que, literalmente, precisamente por acción intangible de la mente, hizo que aquel tercer año de medía en el colegio Luis Fabio Xammar de 1977 fuera para mí un año deslumbrante y determinante. 
Por eso cuando veo aparecer entre las butacas y la roja alfombra del auditorio, flanqueado por reporteros y entusiastas concurrentes, al escritor para dirigirse hasta el grupo que rodea a su esposa (el grupo con el que compartí el diálogo), en la presencia de aquel hombre elegante de plateada cabellera antes que a la celebridad siento que estoy ante la encarnación de una singular actitud. Una actitud que comienza por la decencia de atreverse a ser igual a lo que se admira.
Sin embargo, no deja de sorprender -por mencionar tres hombres que son ahora tres nombres inmortales- que para Homero, Dante y Cervantes no hubieran acuciosos periodistas, concurridas conferencias, consagrados premios, sino solo páginas impresas y sus usuarios; es decir, lectores. Lectores que, en definitiva, son el mejor premio para cualquier autor, en este y todos los tiempos.
Consciente del privilegio de haber asistido al diálogo entre el intelectual más célebre de la historia del Perú y uno de los más renombrados pensadores europeos, me acompaña la certeza de que la del 9 de diciembre de 2009, será recordada como extraordinaria coincidencia y a la vez como una perdurable contienda. Una coincidencia en la pasión por entender y una contienda en la urgencia de decir.

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