miércoles, 11 de septiembre de 2013

SETIEMBRE MORTAL


Morir no implica ningún peligro. La muerte no mata. No necesita hacerlo. El tiempo, su imaginario e inasible proveedor, tampoco. La muerte es solo una inexorable evidencia. Una artera puñalada a la memoria. Un recuento sin cuento. Un adiós sin la mano que se agita. La muerte es el olvido.
Por eso, para que la muerte muera, debemos recordar. Volver presente lo ausente. Desterrar el espanto de tanto en tanto. Hacer de lo funesto sin asco confín vasto. Pues la historia se hace también con la memoria. Y por eso acaso, no exista experiencia mas grata que tener algo que decir cuando el tiempo pasa y todo se vuelve nada.
Lo real -se dice- solo existe cuando se dice. Por tanto, al margen de pasajeros despojos, el confín verdadero de la vida mora en la palabra. En la palabra enamorada de la vida. De la muerte que se hace memoria. Vida.
El 11 de setiembre 1973 era aun un niño de diez años cuya mirada pasó de contemplar al apu San Cristobal al cerro Montero. Pero también el cautivador hechizo de una caja de vagas imágenes bicolores que contenían los más inimaginables encantos y espantos del mundo. Y es que del mismo modo recuerdo tener en mis manos un extinto periódico que anunciaba el final de la guerra de Vietnam, con no menos certeza recuerdo un informe en blanco y negro sobre los desastres criminales perpetrados en La Moneda, sede del gobierno de Chile. Jamás olvidé aquel fragmentario recuerdo.
Pues nunca como en aquel día sabríamos, para recordarlo cada año que pasa, que el verdadero peligro de vivir reside en el peligro de matar.
Cuentan que al presidente Allende le previnieron de las intenciones golpistas de aquel militar de visibles mediocridad y rango encumbrado. Cuentan que risueño y elocuente, contestó el valiente presidente: "Ese pobre hombre no engaña ni a su mujer".
El 11 de setiembre de 2001, lo recuerdo bien, me hallaba en el Hemiciclo principal del Congreso de la República. Justo para aquel día, durante la mañana, se había programado dar a conocer el informe de la comisión que presidía la congresista que había requerido de mis servicios. Una vez dado a conocer la magnitud del desastre pero no su causa, era mi deber, me puse a pensar en lo que debía responder la señora que para tales fines me había contratado. Entonces se me ocurrió decir: "Si el sistema de seguridad mas seguro y sofisticado del mundo ha sido vulnerado, quiere decir que el mundo enfrenta una amenaza jamás conocida".
El obtuso dictador y el bárbaro barbudo yacen muertos. Mas muertos que sus víctimas. Mejor dicho: condenados a ser leña en la hoguera de la memoria. Salvador Allende en cambio, cada día más, vive, habla y hasta canta.




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